Escrito por Eduardo Rosa.

La Madre de la Patria

En 1827 habíamos dejado de tener aspiración de independencia.

De independencia continental, como la que San Martín y Bolivar tuvieron, como la tenía la gente común, como el Capitán Atanasio Duarte que recordaba haber exclamado “Viva nuestra gloriosa América del Sur” cuando se enteró de los sucesos de mayo del 10, como la tuvieron en cuenta quienes, bajo la influencia de Artigas redactaron las constituciones de Entre-rios, Santa Fe y Corrientes, poniendo en igualdad de ciudadanos a “cuantos hubiesen nacido en los ex-dominios españoles”; como la que se había impuesto cuando en 1816 se declaró la independencia de Las Provincias unidas NO “del río de la plata” sino, con vocación de integración, en Tucumán se independizaban LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SURAMÉRICA.

Y esto involucraba a TODOS, por eso el acta de la independencia se redactó en Castellano, Quechua, Aymara y Guaraní.

Pero en 1827 gobernaba Rivadavia y su visión se reducía a Buenos Aires, su embellecimiento y los negocios que la especulación de la bolsa de londres inflaba fabulando con nuestras tierras feraces y nuestras minas donde el oro se barría con la escoba.

Buenos Aires se fascinaba con esos proyectos rosados de prestigio y riqueza, soñando con un futuro europeo.

Pero no todo Buenos Aires.

Ambulaba una negra pidiendo limosna en las iglesias. Una negra ya vieja, con cicatrices visibles y que desvariaba un poco. Se hacía llamar “La Capitana” y decía que sus heridas, de balas, de lanzas y hasta da azotes las había recibido “cuando de verdad se peleaba por la Patria”.

Una tarde, el General Viamonte, héroe de la independencia, que había peleado junto a Belgrano en la campaña del alto Perú se la encuentra; se dice en los arcos de la vieja recova. Pese a ser ya vieja, más vieja por sufrimientos que por edad, Viamonte creyó reconocerla y le pregunta su nombre.

“María Remedios del Valle” le reponde la andrajosa negra.

¡PERO SI ES LA MADRE DE LA PATRIA!, exclama asombrado.

 

Aquella “Loca”, para los que comían todos los días y dormían en una casa, aquella negra andrajosa a la que con unas pequeñas monedas se la podía borrar y continuar por el camino blanco de la virtud ciudadana tenía méritos suficientes para ser llamada “La Madre de la Patria” y compartir unas décadas después la paternidad de José de San Martín, al que con más suerte se lo llamó “El padre”.

Se sabe que en 1807 actuó en la defensa de Buenos Aires contra los invasores ingleses como auxiliar en el cuerpo de Andaluces.

Luego se incorporó, junto a su familia al ejercito que el mando de Belgrano fue al Alto Perú.

Allí sufrió derrotas, tuvo una heroica actuación en Ayohuma, donde combatió fusil en mano y fue herida, cayó prisionera; estuvo en el éxodo jujeño y cuando el ejercito de Belgrano esperó al enemigo en Tucumán, pidió estar en primera línea para atender a los heridos. Belgrano no se lo permitió pero ella se filtró y estuvo donde quiso. Desde ese momento los soldados comenzaron a llamarla “La Madre de la Patria” y Belgrano la nombró Capitana.

Viamonte pidió que se le reconocieran los servicios, cosa que finalmente se hizo pero nunca recibió los auxilios económicos que tan notoriamente necesitara.

Se sabe que Rosas la vuelve a incorporar al ejercito y su muerte se pierde en el anonimanto de la pobreza.