Escrito por Juan Domingo Perón.

Carta a Dr. John W. Cooke (14-09-1956)

Caracas, 14 de setiembre de 19B6

Señor Dr. John W. Cooke (hijo)

Mi querido amigo:

Su carta de agosto me ha llegado con retraso y deseo contestarla de inmediato porque, no siendo contestación de mis dos anteriores, me ha impresionado el hecho de que nuestras ideas que se han cru­zado en el aire, parecen las mismas. Nuestra unidad doctrinaria hace milagros y los hará aún más en el futuro.

Su nueva carta y sus impresiones e ideas referentes a la situa­ción que vive el país las comparto en absoluto, más aún, las firmaría yo mismo. Ello me produce la inmensa satisfacción de comprobar cómo los hombres puros e Íntegros como usted, comparten las ideas, honradas, mientras otros contagiados por las ambiciones bastardas de los apetitos políticos desvarían alrededor de las conductas y pro­cederes inconfesables. Ello me demuestra una vez más que cuando puse los ojos 6xi usted para reemplazarme, no me había equivocado.

He lamentado como si me ocurriera en carne propia todas las infamias que ustedes han soportado allí y que me cuenta en su carta. Para un hombre joven, ardiente y valeroso como usted esas son con­decoraciones y si bien van arrancando girones del alma van creando experiencia y formando el carácter que se necesita para luego lu­char con más decisión y voluntad. Si las vicisitudes que soporta no han podido doblegar su espíritu, es porque es usted invencible. Lue­go tiene pasta de vencedor y eso es lo que más se necesita en la lu­cha política. Pido a Dios que siga usted como hasta ahora. Ya ha pasado lo peor y estamos cerca de la meta prometida. De no haber sido por los hombres como usted, con que ha contado el Movimiento, tal vez todo estaría perdido. Muchas veces he dicho que lo importan­te estaba en que nuestra juventud tomara la bandera y la llevara al triunfo. Hoy ya no tengo la menor duda que ustedes nos supera­rán y esa es mi gran satisfacción y mi mayor ventura. Que Dios los proteja y les de fuerzas frente al infortunio y las infamias que tanto ennoblecen,, cuando se las sabe superar con dignidad.

Sobre la situación argentina, recibo todos los días numerosas in­formaciones, casi todas ellas muy optimistas y, aunque yo no lo soy tanto, entreveo que la canalla dictatorial está llegando a su fin. El desgaste y la' composición de su fuerza se acentúan día a día; las disensiones internas aumentan por la lucha entre los moderados y los "gorilas"; el pueblo cada vez más insurreccionado, aunque im­potente, la situación económica y social cada día más caótica y, la situación política, cada vez más complicada y difícil.

Actualmente, las tendencias más diversas actúan en forma de estimulante para el desorden que se perfila como consecuencia polí­tica: la Canalla Dictatorial quiere asegurar un continuismo que le cubra las espaldas y les asegure el "cogote" en grave peligro pero, por las tendencias encontradas, no lo pueden hacer sin el grave ries­go de quedar en la mitad del camino. La promesa de elecciones, he­cha como un paliativo a las exigencias de sus mismos secuaces políti­cos, parece ser que puede quedar en promesa por ahora, pero la fuer­za puede postergar este conflicto de opinión, pero no lo puede re­solver. La dictadura se da cuenta que, sin el peronismo, el conflicto de opinión no puede tener solución, por eso se empeña en despresti­giarnos a nosotros, como una manera para quitarnos del medio, pero se dan cuenta que, más nos atacan y más nos quiere la gente, que los odia cada día más a ellos que, para el pueblo no dejan una sola macana por hacer. La firmeza del peronismo que, en los momentos actuales es inquebrantable e inconmovible, está haciendo fracasar todo intento de escape político para la canalla dictatorial.

Bengoa, con su corte de traidores contumaces, quiere hacer una revolución a los "gorilas" para poner un personero allí y mediante el fraude o el engaño, hacerse elegir Presidente Constitucional, repre­sentando las tendencias conservadoras, nacionalistas y clericales. Ya ha caído en el descrédito, porque se apuró mucho y mostró sus am­biciones antes de tiempo y, "blanco que está mucho expuesto, termi­na por ser derribado". Han hecho circular estas alimañas, una carta apócrifa atribuida a mí, en la que se propugnaría el apoyo a este traidor entre las masas peronistas. Nadie ha creído en esta patraña y el descrédito se ha sumado al descrédito. Como ellos no son capaces de hacer una revolución todo su plan se quedará en la mitad del camino.

Los radicales, al darse cuenta que, en cuestión de elecciones, no se puede hacer un guiso de liebre sin liebre, es decir sin el Pueblo, trataron por todos los medios de sacarnos la masa, aún recurriendo a los más diversos arbitrios pero, defraudados en sus esperanzas, re­curren al último medio: buscar tener una entrevista conmigo a fin de llegar a un pacto mediante una fórmula mixta radical- peronista (Frondizi-Conte Grand) para lo cual me han tanteado con mano lerda en dos ocasiones. La primera fue hace algunos meses, en que vino a Colón el Ex-embajador Insausti, para ver si yo entraría en conversaciones con Frondizi; mi respuesta fue: "según de qué se tratara". La segunda me llega por un conducto similar para ver qué diría yo de una entrevista en Caracas con Frondizi y Rodríguez Ara- ya. No he contestado aún, pero la contestación será la siguiente: que ellos que se tratan con la canalla dictatorial a quien han apoyado hasta ahora, deben gestionar que usted vuelva a Buenos Aires y sea puesto en libertad y que ellos tratarán con usted, en quien delego toda mi representación y autoridad al efecto. Ello se justifica porque, estando yo tan lejos y tan apartado de la situación no puedo resolver un problema en el que debe ser consultado el pueblo en general y las fuerzas peronistas en particular. Que nosotros no hacemos pac­tos a espaldas del pueblo y que para llegar a cualquier acuerdo es indispensable la consulta a nuestra gente.

Usted ve como está la cosa. Todos quieren el gobierno que surgirá de los despojos. Ninguno se acuerda del Pueblo y de lo que éste quiere, sino que se lo quiere utilizar por los votos que proporciona. Eso es lógico, porque todos ellos trabajan para sí y no para el país y, menos aún, para el Pueblo. Persiguen éxitos parciales o circunstan­ciales para ellos, por eso son incapaces de asegurar el triunfo defini­tivo que será para el Pueblo, en cambio a nosotros que no nos interesa sino el triunfo del Pueblo —de eso no tengo ahora la menor duda—, seremos los triunfadores finales, que serán los únicos triunfadores que queden en pie. A ellos los colgaremos nosotros a corto plazo o los colgarán los comunistas a largo plazo: ellos pueden elegir, eso sí, el árbol y la piola.

La lucha política es, en último análisis, una lucha de voluntades, en la que vence el que sepa disponer de una voluntad más firme y más decidida. Nosotros mantendremos una absoluta intransigencia, en tanto dispongamos de los favores del Pueblo, porque sabemos que este problema de opinión se resolverá sólo con la opinión popu­lar y no tenemos la menor duda que, esa opinión, está hoy más que nunca con nosotros.

Algunos ensayan los viejos métodos de la política criolla, en tren de combinaciones y fraccionamientos. Eso ya está fuera de lugar y éste precisamente es el error de muchos políticos superficiales. En vez de apreciar las circunstancias sobre la información objetiva, se dedican a consideraciones subjetivas que más obedecen a sus deseos que a la realidad y terminan por engañarse a sí mismos, como el tonto que se hace trampas mientras juega al solitario. Creen que los momentos que estamos viviendo se han de resolver por los méto­dos usuales de la política, sin darse cuenta que otras circunstancias muy distintas son las que intervienen en este caso concreto y par­ticular. Ello ocurre con los que ahora creen "entrar en el pueblo hablando de pacificación". Cuando el odio y el deseo de venganza acumulado por los asesinatos, persecuciones, encarcelamientos, tortu­ras, desposesiones, etc. salgan a la calle convertidos en fuerza mo­triz, hemos de preguntarles qué clase de pacificación han de emplear. Nosotros hemos pagado un elevado precio y una alta contribución de sangre y sacrificios de todo orden. Para que haya paz será necesario que ellos paguen por lo menos otro tanto. No porque nosotros querramos vengarnos de ellos, sino porque el pueblo lo hará aunque nos­otros nos opongamos. Ello lo haremos nosotros o lo harán otros en nuestro lugar.

Cuando yo determiné la política a seguir por nuestro movimien­to en 1940, recuerdo que les hice a los ministros una apreciación de lo que ocurriría en el mundo, dentro del cual vivíamos y que, en consecuencia, debíamos consultar para meter nuestra acción en con­gruencia con su marcha, ya que no estaba en nuestras manos el de­terminar ciertas cosas fundamentales que fijan fatalmente las gran­des líneas, dentro de las cuales se desenvuelve, querramo3 o no, la propia norma de acción.

En esa ocasión recuerdo que les dije (era la época de la Segunda guerra) que todas las perturbaciones que se producían y que se pro­ducirían más adelante obedecían a la circunstancia de que en el mundo se estaba dilucidando el signo que había de presidir al Siglo XXI, en oposición a la ideología que había caracterizado al Siglo XIX. Que estábamos asistiendo a la lucha a muerte sostenida por las democracias imperialistas para subsistir con alma de Siglo XIX, fren­te a la acción de las democracias populares que pujaban por conquis­ tar lo® derechos a encabezar el siglo XXI. La historia no retrocede y ello nos hace pensar que el Siglo XXI será de las democracias populares, por mucho que se opongan los anglo-sajones. Es, por otra parte, la línea ya perfilada por las corporaciones de la Edad Media que, a través de las democracias burguesas, vuelve a levantar sus banderas. La invención de los partidos políticos utilizada como ariete para sacar a las organizaciones sindicales del movimiento político y reducirlas a la intrascendente lucha gremial, va llegando a su fin. La Revolución Rusa, Musolini e Hitler demostraron al mundo que la política del futuro es del pueblo y en especial de las masas orga­nizadas, con las que ellos enterraron los partidos políticos que aún conservan los países como un resabio del Siglo XX. Nosotros en la Argentina hemos demostrado lo mismo y lo que hoy está pasando en nuestro país demuestra que no nos hemos equivocado.

Paralelamente a este panorama, se ha desarrollado la acción de Comunismo internacional, a través de Stalin, del Komitern y del Ko miform, con resultados aterradores para las democracias imperiales del Siglo XIX que aún subsisten y que se tapan los ojos para no ver la terrible realidad que se cierne sobre sus cabezas. En efecto, hace apenas cincuenta años, el Comunismo estaba formado por un teórico doctrinario (Marx), cinco o seis agitadores (Lenin, Trostky, Gorki, etc.) y algunos "tirabombas" distribuidos por el mundo en tren socialista. Al terminar la Primera Guerra Mundial eran ya en 1917, luego de la Revolución Roja, 200 millones de hombres y 28 millones de kilómetros cuadrados (es decir Rusia). En el interregno entre la primera y segun­da guerra, con un trabajo bien hecho, este comunismo se extendió al mundo entero hasta impresionar a los propios anglosajones —sus ene­migos naturales— que lo llamaron la gran democracia soviética y re­galaron a Stalin un sable de oro cuando el Presidium resolvió acor­darle el grado de Mariscal. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el Comunismo domina e influencia con su dominio a no menos de 2.500 millones de hombres y más de las dos terceras partes de la superficie terrestre. Si no veamos: 200 millones detrás de la Cortina (lituanos, estonios, letones, polacos, alemanes, húngaros, checoeslovacos, rumanos, búlgaros, yugoeslavos, etc.), 200 millones de rusos, 600 millones de chi­nos, en total 1.000 millones en Europa y Extremo Oriente. 200 mi­llones de indochinos, polinesios, vietnamitas, etc. que con los S00 mi­llones de indúes forman otros 1.000 millones. Medio oriente y Africa del Norte completan de manera abundante los 500 millones restantes. En total 2.500 millones. El mundo tiene alrededor de 3.500 millones. Los 1.000 millones restantes están penetrados, infiltrados, etc. por los comunistas, como lo vemos en Italia, Francia, etc.

Frente a este panorama, no se necesita aer muy perspicaz para < «rae cuenta que. si no media un milagro, dentro de pocos años el mundo será comunista. En aquella ocasión dije yo a los ministros que intervenían en la reunión que, siendo la República Argentina un pe­queño país frente a los colosos en pugna, no podía fijar su propio rumbo sin ajustar su conducta a lo que ha de ocurrir en el mundo. Que los destinos del mundo se van a decidir en el Volga o en el Rhin y no en el Río de la Plata, por lo menos por muchos años todavía. Que era necesario entonces vivir un poco de reflejo, ya que no teníamos aún luz propia, que de algo valen los cuatro mil años que Europa tenía detrás de sí. Que asistíamos al final y derrumbe de un imperialismo y al nacimiento de otro. Que así como habíamos vivido siglos bajo la férula del imperialismo capitalista podríamos vivir otros bajo la acción del nuevo imperialismo, para lo cual era necesario ir preparando la evolución que nos permitiera subsistir sin grandes cataclismos y que para ello había que pensar en las democracias populares que, o las ha­cíamos nosotros o las harían los comunistas.

Observe el panorama actual argentino y vea a los conservadores y reaccionarios y piense, si no tengo razón cuando digo que los colgare­mos nosotros o los colgarán los comunistas. De todo esto podemos ad­vertir que ellos no salvarán sus cabezas en ningún caso pero, les queda el recurso de elegir. Se infiere así que nosotros ya hemos vencido y que lo que les queda a ellos es la agonía que se podrá prolongar pero no evitar. No creo que haya guerra porque eso aceleraría el desenlace y los yanquis lo saben. En la reunión de Presidentes ya dijeron que consideraban a Japón perdido para Estados Unidos. Ellos se abroque­larán en América y el destino ya está signado.

Sin darme cuenta me ido saliendo de la cuestión argentina que nos interesa. Los actuales momentos de lucha entre el pueblo y la reac­ción, representada por las fuerzas armadas, la oligarquía y otros sec­tores reaccionarios y oportunistas, se ha ido haciendo enconada y sin cuartel. La reacción no había imaginado que la resistencia del pueblo seria tan firme por lo menos en lo que al tiempo se refiere. Ellos cre­yeron que acabarían por exterminar al peronismo destruyendo a Perón mediante una campaña de infamias y calumnias que, por tratarse de un movimiento gregario, era suficiente destruir al hombre moral y aun físicamente, si era necesario, para terminar con su movimiento. Pero habían olvidado que también mediaba una doctrina, una mística y mu­chas realizaciones sociales, de las que el pueblo había disfrutado casi diez años. Ahora se encuentran en un callejón sin salida. No tienen encape político, mientras mantengan al Movimiento Peronista fuera de la Ley.

Desde hace casi ocho meses vengo sosteniendo la necesidad de man­tener la resistencia civil y las instrucciones y directivas dadas por el Comando Superior Peronista así lo establecen. Creo que es el único camino que puede hacer efectivos los derechos populares conculcados

en absoluto por la canalla dictatorial. Poseemos una inmensa masa pero, debido a las prisiones y persecuciones ha sido desorganizada. Por eso lo necesario es: realizar la resistencia, entre tanto se organiza la masa en la clandestinidad y se preparan para el futuro las acciones decisivas. Las revoluciones y los conatos ocurridos en estos últimos meses no han hecho sino perturbar el trabajo de la resistencia, como le decía en mi anterior. Lo que debemos hacer es propugnar por todos los medios la lucha activa y subrepticia hasta que la descomposición nos permita provocar el caos, único momento en que el pueblo, con las fuerzas que nos son afectas y que aún quedan en todas partes, puede tomar las cosas en sus manos y proceder. Este será un trabajo largo pero, mediante la organización, podrá realizarse racionalmente.

Le adjunto las directivas de que le hablo y que espero que ya las tendrá pero se las adjunto por las dudas.

Yo estoy a la espera de los acontecimientos, por ahora, en Vene­zuela, pero listo para saltar más cerca si es necesario. Yo ya he hecho experiencia en el exilio y sé que no conviene permanecer mucho tiempo en el mismo lugar pero tampoco es conveniente ir a la frontera con mucha anticipación. Si es preciso yo me trasladaré a Chile o Bolivia en cuanto los hechos que se produzcan en la Argentina me hagan ver la necesidad de estar cerca de allí.

Sé que las organizaciones peronistas marchan lentamente pero que hay grandes núcleos organizados con los que trataremos de ligarnos conjuntamente con los nuevos organismos que surgen de la clandesti­nidad. Las organizaciones obreras responden ampliamente y todas están en permanente agitación con cualquier pretexto, lo que permite la gim­nasia permanente, base para que estén siempre en pie de guerra. No­sotros tenemos organizados los comandos periféricos y con ellos lle­gamos permanentemente a las organizaciones internas mediante direc­tivas e instrucciones de todo orden. Creemos que, poco a poco, alcan­zaremos un alto grado de eficiencia orgánica que nos permita la con­ducción con unidad. Todo es cuestión de tiempo.

Cualquiera sean las circunstancias que se presenten en el futuro, por las consideraciones que le hago al principio, creo que nosotros no debemos sino alentar la lucha activa por todos los medios. Trataremos de hacer la guerra sin cuartel y no dar lugar a ninguna pacificación que seria contraproducente para nosotros. Sé que algunos peronistas débiles están pensando en esa pacificación por cuestiones personales, pero, también creo que la masa no está en esa disposición de ánimo. Nosotros debemos seguir la dirección de la masa que, colocada intran­sigentemente, será a la corta o a la larga la que decida este problema Hoy, más que nunca, soy partidario de luchar con la más grande energía y la mayor violencia, si es necesario.

Hemos de superar por el momento la prisión de los dirigentes más efectivos, echando mano a la gente joven y decidida que, cada mo­mento nos demuestra de lo que es capaz una masa organizada y adoc­trinada.

Espero que un día u otro la canalla dictatorial ceda a la realidad por las buenas o las malas. Entonces tendré el placer de abrazarle. Hasta entonces le recomiendo que no desespere, aunque naturalmente me pongo en su situación y en la de todos los peronistas perseguidos y les dedico á todos los sentimientos más puros y más cariñosos de mi corazón.

Perón