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Cartas de Rosas

Carta de Rosas a Estanislao Lopez (18-04-1835)

 

Buenos Aires, abril 18 de 1835.

Señor Don Estanislao López.

Mi amado compañero y buen amigo: Abrumado, como estoy, de innumerables atenciones para las que no me alcanza el tiempo, en los primeros días de mi subida me dispensará usted que en esta sola conteste, a sus dos muy estimables de 20 del próximo pasado y a las otras posteriores de 20 y 30 cuyas [cuatro] cartas tengo a la vista con las copias de su respectiva referencia, y que versan principalmente sobre el escandaloso asesinato de nuestro compañero y amigo, el General Quiroga, e incidentes que han sobrevenido entre los Gobiernos de Córdoba y Santiago a consecuencia de tan horrible suceso.

(En otra que escribo a usted en esta misma fecha le aviso que me he resuelto al fin a admitir el Gobierno de esta Provincia y le hablo de otros asuntos, como usted lo verá.

Con efecto me ha parecido indiscreta y poco meditada la nota de 7 del próximo pasado que ha pasado el señor Ybarra al señor Reynafé, porque aun en el caso de estar firmemente persuadido del concepto que ella arroja sobre el expresado asesinato, ha debido proceder por ahora con más detención, con respecto a dicho señor.)1 Por lo demás, el juicio que ha formado el señor Ybarra nada tiene de singular. En esta ciudad luego al punto que se supo el suceso, con expresión del día, hora, lugar, y sus circunstancias, todos, todos, Ciudadanos y extranjeros, Federales y no federales de todas clases y condiciones, todos a una voz se pronunciaron por la opinión de que era obra de los Reynafés. Este juicio se ha ratificado cada día más por las narraciones que han hecho multitud de personas de diversas clases que han venido de aquella ciudad, no obstante el grave temor que tienen algunos de ser perseguidos a su regreso, o de que lo sean sus familiares si llega a saber el Gobierno de Córdoba cómo se han expresado en ésta con respecto de dicho atentado. El mismo efecto han producido varias cartas que se han recibido, unas por lo que dicen, y otras por iel silencio que guardan en la materia. Así es que se tendría hoy en todo este inmenso pueblo por muy ridículo, o muy malicioso, el dudar que los Reynafé han sido los principales ejecutores del asesinato.

 

He dicho principales ejecutores porque es preciso distinguir a éstos de los que lo han promovido, con chismes, intrigas y maquinaciones secretas, en razón de que estos promotores chismosos, intrigantes y maquinadores han sido indudablemente los Unitarios, y en esto está acorde la opinión de todos los Federales. Opinión que se ha fortificado sobremanera en las personas de criterio al observar la astucia con que esos mismos Unitarios se empeñaron los primeros días de recibida la noticia, en hacer creer a la gente vulgar que también usted estaba complicado con los Reynafé, valiéndose al efecto de esa preocupación que ellos han cuidado siempre de alimentar en el público de que usted y el señor Quiroga se miraban con ojeriza; y que luego que notaron que esta idea contra usted tenía acogida entre algunos incautos y preocupados con el error de la tal ojeriza, támbién hicieron su tentativa de arrojar sospechas contra mí, que no sólo fueron miradas con desprecio, sino también sirvieron para hacer abrir los ojos a los que se habían dejado sorprender con respecto a usted, pues empezaron a conocer todo el fondo de malicia que ocultaban tales especies, no objetante que procuraban vertirlas de mil circunstancias como eran, que después de haber salido de ésta el señor Quiroga y pasado por Córdoba había tenido una o dos entrevistas con usted el Coronel Don Francisco Reynafé: que por encargo del Canónigo Vidal desde MontevMeo se había comprado un armamento en ésta y remitido a usted: que de Entre Ríos y Corrientes se habían pedido varios artículos de guerra a esta ciudad, que también habían sido enviados: que en Entre Ríos corrían rumores sordos de guerra contra esta Provincia y sobre todo que con relación a este suceso y sus ulteriores consecuencias había sido dada a usted la investidura de Facultades Extraordinarias sin haberlas pedido, y sin que se indicase el motivo para ello, etc.

 

Estas maquinaciones por una parte y la opinión por otra tan decidida, universal y constante contra los Reynafé, me hicieron ver claramente la necesidad en que yo estaba de manifestar cuanto antes al público mi profundo sentimiento por la desgraciada suerte de nuestro amigo, el estado feliz de nuestras relaciones amigables después de aquel fatal acaecimiento, y que si yo no abría mi juicio en el sentido de la generalidad no era porque estuviese en oposición a ella, sino porque para esto debía esperar a que el tiempo y los sucesos nos diesen más luz, y también la oportunidad de pronunciarme. Por esto fué que me apresuré a publicar la carta de pésame que dirigí a la señora viuda de nuestro finado amigo, y después de hecho lo mismo, con la que he escrito por el último correo al señor Ybarra. A no haber obrado de esta suerte, crea usted que nuestro crédito habría sufrido y sufriría en adelante entre los mismos federales, porque nadie, nadie es capaz de persuadir al menor de los hombres de este Pueblo que los Reynafé no han tenido parte en el asesinato del señor Quiroga.

 

Y a la verdad son tales los hechos y circunstancias que lo comprueban que yo lo tengo por evidente, sin que de ello me quede la menor duda. En primer lugar, habiendo recibido el Gobierno de Córdoba la noticia del atentado el 17 de febrero, no la comunicó a) de Buenos Aires hasta el 20, y concluyó el Gobernador Delegado esta comunicación diciendo que tiene el honor de saludar por la primera vez al de esta Provincia, dando a entender expresamente que ésta es la primera comunicación que le dirige. Pero detenido el correo hasta después del 22, con cuya fecha recibí carta del señor Reynafé por la misma valija, acompaña el Delegado a este Gobierno otro oficio con fecha de 17 del mismo mes en que le comunica la Delegación del propietario en la necesidad de atender nuevamente su salud por medio del descanso, mutación del temperamento y aires más puros, al mismo tiempo con la de recorrer la Provincia para el mejor servicio, y en dicho oficio olvida que según su fecha y objeto en su contenido es el primero que dirige a este Gobierno, y que en él, y no en el del 20 del mismo mes, es que debía tener el honor de saludarlo por la primera vez. De cuyo olvido se trasluce que recién el 20 de febrero se fraguó la delegación del Gobierno y que después de extendido el aviso del asesinato del señor Quiroga, se forjó la nota con fecha 17 de aquel mes participando dicha delegación. Esta, contradicción o implicancia aunque no conduce a probar la complicidad del Gobernador Propietario en el delito de que se trata, hace ver que ha tenido un empeño por aparecer en distinta posición de la que ocupaba, y siendo esto una ficción o engañ9 impropio absolutamente de un Gobierno, y que carece de objeto que pueda cohonestarlo o disculparlo, lo hace sospechoso de una mala conciencia, cuya agitación le inducía a entrar en estas ficciones, y le hacía cometer errores consiguientes a su turbación.

En segundo lugar el documento a que se refiere en su nota oficial el Gobierno delegado para probar la providencia de precaución que había tomado a fin de que no corriese riesgo la persona del señor Quiroga, es una carta del Gobernador a su hermano Don Guillermo Reynafé de que acompaño a usted copia. En ella dice el primero al segundo, con fecha 13 de febrero, que tiene noticia que por el bajo de Reyna andan unos siete salteadores; y que si puede custodiar la persona del General Quiroga a su pasada debe hacerlo a toda costa, no fuese que viniendo con poca escolta esos picaros intentasen algo, y los comprometiesen. Aquí es de notar que la orden es condicional para que si podía custodiar la persona de dicho señor General la custodiase a toda costa, y no es fácil comprender que importaba esta condición desde que no se puede convenir qué imposibilidad tan absoluta se preveía que podría tener Don Guillermo de custodiar la persona recomendada, supuesto que debía hacerlo a toda costa. También es de notar que la orden condicional es para que lo custodiase a su pasada, sin decir por dónde, si por la Provincia, o por donde estaba Don Guillermo: porque si lo primero, debían ser muy pú: blicas las providencias que hubiese tomado este señor para llenar el encargo de su Gobierno, o constar el aviso de no haberlas podido tomar, y de una y otra cosa se desentiende el Gobierno Delegado. Si lo segundo, era bien ridicula la medida de precaución, y lo es mucho más el decir que no surtió efecto por haber pasado el señor Quiroga sin ser sentido; pues según estoy informado el lugar del asesinato dista como tres leguas de la Estancia llamada Totoral Grande que hoy la tienen y administran los Reynafés, y como diez a doce leguas del curato de Tulumba, en donde suele residir Don Guillermo,, como que es Comandante de ese mismo partido, y en donde tiene una fuerza de milicias organizada que anda por quinientas o seiscientas plazas.

 

Fuera de que quién podrá persuadirse que desde que estos hombres se apercibieron del riesgo que corría el señor Quiroga, y se resolvieron a precaverlo no les ocurrió el hacer marchar una escolta a la misma línea divisoria con la Provincia de Santiago, o ponerle allí un oficio de aviso a dicho General para que esperase la escolta, si no podía ir tan pronto, y prevenir al Maestro o Maestros de posta que avisasen sin demora la entrada de dicho General en el territorio. ¿Quién podrá persuadirse que sabiendo el Gobernador positivamente de la partida de siete ladrones, no diese órdenes para perseguirlos, y que cuando menos hiciese mención de esta orden en la expresada carta? ¿No se ve por estas observaciones que ella es un documento fingido, y forjado sin la menor destreza? Agréguese que en ella suponía que el señor Quiroga entrase en el territorio de Córdoba con fuerza armada que le sirviese de escolta, y sólo recelaba que fuese poca, y después en la que ha escrito a usted con fecha 14 del próximo pasado ínarzo ridiculiza que el señor Ybarra crea fácil y llano que el mismo General entrase en dicho territorio con la escolta que el expresado señor Ybarra indica que le ofreció para que- custodiase su persona en todo el tránsito hasta esa provincia.

 

En tercer lugar el Gobierno delegado dice en su nota de 20 de febrero que desde que el parte del Juez Don Pedro Luis Figueroa no daba el indicio sobre los perpetradores de este nefando crimen, en el mismo día se mandó salir una comisión compuesta de dos sujetos de actividad que no los nombra, un escribano público y un cirujano, a fin de que hiciese la indagación más escrupulosa de todos los datos que pudiesen" ofrecer alguna luz ál esclarecimiento del hecho. Que había creído de su deber dictar medidas con toda la eficacia que demandaba tan desagradable acontecimiento, y que discurriendo que los asesinos pudiesen pertenecer a la Provincia de Córdoba u otra, a quienes hubiese arrastrado el aliciente de robar al señor Brigadier Quiroga y su comitiva había apurado sus providencias para uno y otro caso. Que la comisión pesquisado-ra aún seguía los trabajos en la campaña con el mayor empeño. Que sin duda por no interrumpir las indagaciones," o no haber tenido el tiempo bastante para conseguir cosa de entidad, no había dado cuenta de lo averiguado hasta aquí, pero que de los resultados se avisaría oportunamente a este Gobierno, haciéndolo entonces de lo poco que se sabía con exactitud; y era que entre los muertos se contaba al Coronel Don José Santos Ortiz, y el correo Luexes; que los demás no eran conocidos, mas que todos habían sido completamente robados, sin que hubiese quédado otra cosa que la galera en que venía el señor General.

A consecuencia de estas comunicaciones el Gobierno de esta Provincia debía esperar que a más tardar a los ocho-o diez días le viniese aviso del resultado de las indagaciones, o el estado de ellas y su mérito. Esperó, y no se le dió. Debió entonces esperar que se hiciese a los veinte días más o menos. Esperó, y tampoco se le dijo cosa alguna. Debió por fin esperar que por el siguiente Correo al cabo de un mes se llenase este deber. Esperó, y le sucedió lo mismo que antes. Pudo entonces haber manifestado al de Córdoba la extrañeza que debía causarle este silencio, pero no lo hizo por evitar cualquiera disgusto que esto pudiera causar, y van a cumplirse dos meses del asesinato sin que hasta ahora se le haya dado la menor idea de lo que se ha practicado para descubrir y castigar a sus autores: algo más, sin que la haya escrito el Gobierno de Córdoba una sola letra después del precitado oficio del 20 de febrero. ¿Qué quiere decir esto? El rango personal del señor Quiroga y su investidura de Representante de este Gobierno, el honor de la Provincia de Córdoba y del Gobierno que la preside, el respeto que él y todos los demás le deben recíprocamente y deben a toda la... ¿no le imponían seria y estricta obligación de dar tal aviso aunque no lo prometiese? ¿Cómo y por qué es que no lo ha dado, habiéndolo prometido? ¿Quién, al observar este profundo silencio tan irregular, tan extraño y tan vergonzoso, no dirá: éste es cómplice en el delito o principal ejecutor?

 

En cuarto lugar, ¿a quién se le hará creer jamás que no ha podido descubrirse de dónde ha salido, por dónde ha transitado, ni hacia dónde ha tirado una partida tan gruesa de salteadores, como la que ha hecho una mortandad tan numerosa y completa hasta el punto de no dejar uno solo con vida de los que fueron acometidos por ella? ¿A quién se le hará creer que marchando el señor Quiroga con una extraordinaria celeridad por la posta, pudiese una partida de ladrones salida tras de el Santiago, atravesar a ocultas sin ser sentida de nadie sobre 30 leguas de campo de la jurisdicción de Córdoba, alcanzar a dicho General a 16 leguas de distancia de la Capital, matarlo juntamente con su numerosa comitiva, robar a todos completamente llevándose los equipajes y avíos de camino, las encomiendas que traerían, y dinero, los aperos de montar, y hasta el más mínimo papel, sin dejar otra cosa que la galera barrida, y con todo este cargamento desaparecer en el acto sin que nadie pueda dar la menor noticia de tales agresores? ¿A quién se le hará creer que cuando la salida del finado General de Santiago fué tan repentina y silenciosa como se ha dicho, y sus marchas o jornadas fueron tan rápidas, que ignoró su tránsito por la jurisdicción de Córdoba el mismo Comandante encargado de darle una escolta a toda costa para la defensa de su persona, pudiese levantarse y armarse una partida de ladrones en la misma Provincia y practicar tamaño atentado con todas las circunstancias que lo singularizan sin que se sepa coca alguna de dicha partida, ni aun después de haber cargado el abultado y- valioso botín que ha robado? ¿A quién se le hará creer que salteadores rústicos e ignorantes, como son los de nuestros campos en toda la República, que jamás roban sino lo que puede serles útil para remediar sus necesidades personales, o para facilitarse nuevos salteamientos, y que todo lo que son prendas y dinero lo lucen, juegan o cambian, y jamás lo ocultan, hayan procedido con tanta cautela y sagacidad para no ser reputados como meros salteadores, llevándose los papeles y todo lo que era posible robar sin dejar ni aun los andrajos de los peones, y ocultando el robo y sus maniobras para ejecutarlo y asegurarlo, de modo que nada, nada se descubra a este respecto? ¿Y que hayan venido a cometer el atentado en un punto en donde más que en ninguna otra parte podían ser descubiertos y aprehendidos? Esto, compañero, no pueden hacer los salteadores rústicos, pero ni aun los más astutos y sagaces, si no cuentan con el apoyo de la autoridad que debe perseguirlos.

 

Ültimamente, lo que sin duda alguna corrobora estas reflexiones y demás que podrían hacerse y deciden sobre su exactitud, es el juicio que manifiestan todos los que han venido de Córdoba a esta ciudad después del suceso, el que refieren que se ha formado en aquel pueblo, el que inducen a formar las cartas recibidas de allí, el que no pueden disimular los que están en correspondencia con aquella ciudad, y el silencio profundo de todos los que han debido mirar por el honor de aquella Provincia y su Gobierno que son infinitos y que pollo mismo la habrían procurado vindicar de una nota tan denigrante, cuando ni el mismo Gobernador según se ve por sus últimas cartas, desconoce ya el juicio desfavorable a su honor que con respecto a este acto se ha formado en varias de las demás Provincias hermanas.

 

Al concluir el párrafo anterior recibí el 10 del corriente la sumaria impresa que ha remitido el señor Reynafé al Gobierno de esta Provincia, con oficio de 29 del próximo pasado de que acompaño a usted copia, no haciéndolo de aquélla por hacerme cargo que también le habrán remitido igual impreso y después de leída detenidamente me ha confirmado en cuanto llevo dicho en ésta. Muchísimas son las razones que me inducen a ello, y sería muy molesto exponer todas en esta carta, pero indicaré algunas muy principales.

Primera:

Uno de los primeros pasos para instruir un sumario de delitos de esta clase, es pasar al lugar donde aparece cometido para reconocer la posición de las cosas y circunstancia, y asentar constancia de todo por reconocimientos de hechos, o por declaraciones de testigos, pero principalmente de lo que pueda dar luz sobre el delito, el modo cómo se ha cometido y sus autores. Pero ni el Juez Figueroa, ni la comisión que salió de Córdoba han ido al lugar donde se cometió el atentado. ¿Por qué? Yo lo explico de este modo: no han ido por ignorancia de su deber porque este requisito lo sabe el hombre más vulgar, y le salta al pensamiento desde que como Juez se interesa en indagar el crimen y sus perpetradores; sino porque poseídos de la frialdad con que miraban este negocio, por los antecedentes que tenían de él, al hacer el aparato que han hecho, no les ocurrió que este defecto se había de presentar muy notable.

Segunda:

Todo hombre cuando es avisado de un suceso horroroso y sorprendente, que ha sucedido en un lugar a donde puede ir, al instante es incitado del deseo de acercarse a él y satisfacer la curiosidad viendo cómo aparece haberse cometido, en qué personas, y qué circunstancias son las que se notan en el teatro de la catástrofe. Mas, aquí sucede todo lo contrario al Juez Figueroa y a la comisión. ¿Y por qué? A mi juicio, porque no los ha tomado de nuevo.

Tercera:

El Juez Figueroa cuando mandó hacer el reconocimiento del hecho comunicado por el correísta Marín, sabía por la relación de este mismo que la galera asaltada era en la que venía el señor Quiroga, y todo lo demás que le avisaron dicho Marín y el paisano Videla, como se ve por las declaraciones de las páginas 8, 10 y 14. Pero en el parte que encabeza el sumario dirigido al Gobierno de Córdoba a las 9 de la noche del mismo día' del suceso, aparenta el tal Juez que cuando mandó hacer dicho reconocimiento no sabía qué coche era, ni quiénes venían en él. ¿Y por qué esta ficción y disimulo? Porque la mala conciencia que él tenía del suceso y su verdadero origen, le hacía proceder con este disimulo y ficción. Ésta es la única razón sólida y fundada que se podjá dar: cualquiera otra será ridicula como la misma simulación.

 

Cuarta:

El Maestro de posta del Ojo de Agua, Don Marco Aurelio Bustos declara en la página 13 que la comitiva del señor General Quiroga, incluso el mismo General, se componía de once personas, entre las cuales venía un oficial, de modo que con los dos postillones sacados de la posta eran por todo trece. Mas, por la declaración de Don Santiago Bravo en la página 24 se ve que de Pitambala (jurisdicción de Santiago del Estero) para abajo toda la comitiva de viaje, incluso el señor Quiroga, era de sólo diez personas; y que no venía con él oficial alguno: esto mismo aparece de la declaración del correísta Marín con referencia al día, hora y lugar del asesinato. ¿De dónde pues ha salido, y qué se ha hecho ese oficial, esa persona demás de la comitiva, que se apareció en el Ojo de Agua y salió de allí creyendo el Maestro de postas Bustos que pertenecía a dicha comitiva? ¿Por qué la comisión se ha desentendido de este hecho tan importante y notable, y no ha procurado seguir la senda que presenta para la averiguación de los delincuentes? ¿No sería este oficial un espía? ¿No habrá sido uno de los cómplices? ¿No se sabría por su acento, o tonada al hablar, por su traza y su uniforme si era de Córdoba o de alguna otra parte? ¿Por qué pues la comisión salta por encima de este antecedente, y hace que no lo ve? ¿Por qué? Porque les importaba ocultar los delincuentes haciendo el papel de pesquisarlos.

 

Quinta:

El Sargento Saturnino Figueroa declara en la página 21 que en el sitio del asesinato se encontró un baúl despachado y unas pistoleras, ambas cosas vacías, como también una carabina nueva de las que vulgarmente llaman Santafecinas, todo lo que fué entregado al Juez Don Pedro Luis Figueroa. Mas éste al fin de su declaración en la página 9, dice que a excepción de la galera y unas pistoleras vacías no ha recaudado cosa alguna, por lo que en estas dos declaraciones se advierte una gran contrariedad, y sobre un hecho muy importante, pues estas dos alhajas han podido conducir a mil esclarecimientos. El baúl, porque sin duda debía ser uno de los dos forrados en cuero colorado que dice Marín en su declaración (página 11, al fin) que traía el señor Quiroga en la galera, y pot lo mismo debía servir para conocer el otro que faltaba, y en caso de conocerse éste en poder de alguna persona, venir por ella en conocimiento del ladrón. La carabina, porque siendo nueva y de una construcción o clase conocida, podría por ella tal vez descubrirse o conjeturarse si pertenecía al ladrón de dentro, o fuera de la Provincia, y siendo de dentro de ella podía también rastrearse a qué cuerpo, o compañía pertenecía. ¿Y por qué la comisión hace que no ve, ni advierte estas contradicciones y estas circunstancias? Ya lo he dicho al fin de la anterior reflexión.

Sexta:

Esta observación se reduce en pocas palabras a notar la contradicción que se advierte entre la declaración del Juez Figueroa en la página 9 y la del Celador Pedro Nolasco Cepeda en la página 17; pues se confirma por ella el fingido aparato y disimulo con que dicho Juez ha querido ocultar la mala conciencia que tenía sobre el asesinato, y sus verdaderos autores.

Séptima:

Por las declaraciones del correísta Marín en la página 11 y del Sargento Figueroa en la página 21 consta que el Juez Figueroa mandó al sirviente del finado Doctor Ortiz en la partida destinada a traer los cadáveres, y Marín agrega que ha oído decir que dicho sirviente acompañó la galera hasta estas inmediaciones, de donde ha desaparecido, sin embargo que el mismo le dijo a Marín que no tenía conocimiento alguno de este país, pues que era nativo de San Luis; a lo que le repuso Marín que viniendo en su compañía le facilitaría lo que necesitase para su transporte. Sin embargo pues de que el envío de tal sirviente, con la partida, y su fuga son hechos de mucha importancia, el Juez Figueroa no hace de ellos mención alguna en su declaración, ni con lo expuesto por Marín la comisión se apercibe de la necesidad de comprobarlos con todas sus circunstancias, y de averiguar la causa que los haya motivado. Ella supone, o aparenta suponer, que ha hecho todo lo que correspondía en el caso, con haber pasado al Gobierno Delegado de Córdoba, antes de tomar ninguna declaración, el oficio de 18 de febrero (página 7) a fin de que se sirviera librar las órdenes conducentes para la captura del enunciado sirviente, cuyo nombre podría indagarlo en la casa de Doña María del Rosario Vélez, parienta del finado Doctor Ortiz; y sin embargo de que después de haberle contestado el Gobierno Delegado, con lá misma fecha que dictaría en el día las órdenes convenientes para la captura del expresado sirviente y de su resultado daría oportuno aviso a los señores Comisionados, no aparece dictada ninguna orden ni dado aviso alguno, se deja todo en la incertidumbre, sin que se sepa por qué el Juez Figueroa se desentiende en su declaración del envío que hizo de dicho sirviente con la partida de gente y de su fuga: por qué mandó a éste y no al correísta Marín que era de los dos testigos el más conocido, y el principal que había dado parte de la catástrofe, porque pudo ser que ese sirviente, después de haber venido espontáneamente a last casas de posta junto con Marín, de haber ido con la partida y de haber recibido el mismo en el coche, según declara el Sargento Figueroa en la página 21 el cadáver del señor Quiroga, se huyó, y se huyó no inmediatamente y cuando estaba oscura la noche a la entrada de ésta, después de puesto el sol, sino cuando de regreso con el cadáver venían ya cerca de la posta que sería ya cosa de las ocho de la noche, a cuya hora debía la luna alumbrar todo el campo, pues dos días antes, es decir el 14 de febrero había hecho luna llena, y en cuya corta distancia de las casas podía ser perseguido y aprehendido con más facilidad. ¿Mas quién no conjetura por toda esta jerga de cuentos y aparatos de pesquisas, que no teniendo tal sirviente por qué huir, desde que no se sabe a dónde ha ido a parar, es lo más probable que lo han hecho desaparecer con estudio, y quién sabe si también lo habrán muerto? ¿Quién no presume que el haberlo condenado a esa suerte, dejando libre a Marín ha sido por ser él un hombre infeliz y desconocido, cuya circunstancia no concurría en dicho Marín?

 

Octava:

Es muy notable y singular ese empeño de los Comisionados en encarecer a cada paso el atentado y mostrarse, venga o no venga al caso, llenos de terror y espanto, principalmente en su nota final de 14 de marzo, página 37.

Es muy notable el empeño de preguntar a todos los declarantes de Chinsacate, y nomás que en Chinsacate, sobre si han visto o sabido que haya habido reunión o citación de gente armada y quiénes eran los autores del asesinato, siendo así...

[En Archivo General de la Nación. División Nacional. Quiroga, su asesinato, etc. 1834-1837. 10-16-6-6.]

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