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Rosas

Carta de Estanislao Lopez a Rosas (24-04-1832)

  Mayo 17 contéstese   Santa Fe. abril 24 de 1832. Señor Don Juan Manuel de Rosas. Mi estimado compañero y amigo: Su carta de 28 del pasado está en mi poder; y contrayén-dome a contestar los varios y delicados puntos que ella contiene, principiaré por decirle, que está bien la no remisión de la nota de cantidades que le habla pedido para formalizar mi cuenta, supuesto que usted lo cree enteramente innecesario; mas a pesar de ello no puedo excusar el remitirle la adjunta relación documentada de las cantidades que he entregado, pertenecientes a los fondos que usted me remitió para hacer frente a los gastos del Ejército auxiliar Confederado que estuvo a mis órdenes. He leído con detención todo lo que usted me dice en orden al General Paz en contestación a. mi carta en que le hablaba sobre aquél, y de conformidad con su opinión me he decidido a oficiar a todos los Gobiernos de la República para que pronuncien su voto sobre la pena que debe aplicarse a dicho General. Yo creo que esto es lo más exacto y lo que corresponde hacer. El General Paz, como usted lo dice con toda propiedad, ha ofendido a todas las Provincias: a cada uno de sus respectivos Gobiernos corresponde por tanto, en desagravio de las ofensas que aquél les ha inferido, promulgar la clase de castigo que cada uno de ellos conceptúe se le debe aplicar. En esta virtud, ruego a usted quiera redactar un proyecto de comunicación para los Gobiernos, y enviármelo con brevedad a fin de salir de una vez de este negocio.   Todo lo que usted dice aprobar que es equivocación del señor Don Pascual, cuando en su carta asegura que si el Presidente Rivera quiere hacer algún tratado con el Entre Ríos someterá tal negocio a la Comisión Representativa, es enteramente exacto y de eterna verdad. Tan cierto es que ese asunto y todos los de su género son exclusivamente del resorte del Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores, que es enteramente inútil fatigarse en demostrarlo. El Coronel Echa-güe, cuando de tal modo escribió, o no tuvo a la vista el tratado, u ocupada su cabeza en otros asuntos de importancia, dijo una cosa contraria a lo que tal vez quiso decir; mas usted que conoce los principios de aquel amigo y su carácter deferente, debió penetrarse, que aun en el caso hipotético de que hubiese escrito lo que juzgó debía ser, a la más pequeña insinuación hubiera convenido con la opinión de usted y la mía en este negocio, porque es lo que debe ser; a lo menos, yo le respondo a usted que así será. Después de satisfacer a usted sobre la expresión asentada en la carta del Gobernador Echagüe, porque así es mi deber desde que yo remití dicha carta, réstame ahora contestar a todo lo que usted dice en orden a la Comisión Representativa, a la invitación hecha por ella y a la estrepitosa medida que en su virtud ha adoptado ese Gobierno al ordenar a su Diputado su separación de la Comisión y su pronto regreso a Buenos Aires.   Dice usted que la Comisión Representativa se ha arrogado una autoridad que no tenía al hacer la invitación a los Gobiernos que no pertenecen aún a la Liga, que ha abusado de las atribuciones conferidas por sus comitentes, y para probarlo se apoya en lo que dicen los artículos 15 y 16; y yo me lisonjeo de convencer a usted que por el tenor de esos mismos artículos, la Comisión, o lo que es lo mismo, los Gobiernos de la Liga por conducto de sus respectivos Comisionados, han cumplido fiel y religiosamente con esos dos artículos que usted cita, con todos y cada uno de los 17 de que se compone el Tratado de 4 de enero. Según su opinión, por el artículo 15 la Comisión, sólo debía durar mientras hubiese guerra; pero advierta usted, compañero, que el artículo dice literalmente: Interin dure el presente estado de cosas y mientras no se establezca la paz pública en todas las Provincias de la República, residirá, etc.; esto no quiere decir, ni dice en ninguna parte del tratado que la Comisión debe disolverse concluida la guerra; esto es lo que importa; y es tan claro como la luz del día, es que por ningún pretexto, bajo ninguna consideración sería permitido la disolución de la Comisión Representativa, mientras hubiese guerra, mientras el país se hallase en agitación, mientras la paz y la tranquilidad general no estuviere cimentada en todos, absolutamente en todos los Pueblos de la República; por manera que aun cuando la Comisión hubiese llenado las obligaciones que le impone la atribución quinta del artículo 16, aun después de ello, si el país no estaba en paz y en tranquilidad, la Comisión no debía disolverse; esto es tan claro y terminante en demostrarlo. Y bien, ¿podrá decirse con propiedad que el país está en paz y tranquilidad, cuando son bien notorias las agitaciones de la importante Provincia de Córdoba, las reacciones de San Luis en que ha sido derramada la sangre de nuestros hermanos y amigos, los movimientos de Mendoza; y lo que importa aún más que todo esto, se podrá aseverar que el país está en tranquilidad cuando usted de ver que se ha dado principio a organizar un Ejército bajo las inmediatas órdenes del General Quiroga, aunque sin competente autoridad para ello, y por causas las más ridiculas y especiosas, para ir a combatir a un Gobierno Federal, a un Jeíe que enrolado con nosotros ha corrido todos los azares de la guerra, y solo ha vencido a los enemigos, en medio del abandono en que le dejaron los mismos que ahora con la mayor sinrazón le quieren combatir? Desengañémonos compañero, que si meditamos este negocio con la debida imparcialidad y guiados por la sana y recta razón, no podemos menos que convenir en que la Comisión, lejos de disolverse, debería ser caracterizada por los respectivos Gobiernos, mientras el País se hallase en el estado de agitación en que hoy se ve; de cuyo modo se evitarían males de alta trascendencia; y si no, dígame usted, ¿quién intervendrá en la invasión del General Quiroga a la Provincia de Salta? Nadie, porque ningún Gobierno en particular puede hacerlo, y entre tanto, pregunto: ¿Podrá verse con imparcialidad, podrá observarse a sangre fría la desesperación de una de las Provincias de la República, sin más razón para tal proceder que el derecho del más fuerte, o el que así se quiere? ¿En qué punto de vista tan ridículo vamos a quedar, mi buen amigo, y con cuánta justicia nos maldecirán algunos de nuestros compatriotas, de nuestros mejores amigos quizá, cuando observen que somos fríos espectadores de sus desgracias? Pero no sucedería así cuando siquiera conociesen que por medio de una autoridad competente procurábamos evitarles los males. Pero yo me he desviado algún tanto de mi objeto al probar a usted que por el tenor del artículo 15, ninguno de los Gobiernos de la Liga ha podido ni puede hoy solicitar la disolución de la Comisión Representativa sin infringir el tratado mismo, sin concitarse, cuando menos, una terrible alarma sobre tal proceder de parte de los pueblos y Gobiernos aliados, y también de los que aún no lo son; y después de demostrado esto, voy a hacerle ver que el artículo 16 no puede derogar, como usted lo dice, lo que establece el 15, así como el 15, en ningún caso puede destruir lo que detalla el 16, porque esto sería lo más monstruoso del mundo.   No fué con el solo y preciso objeto de salvar al país de las garras de los feroces unitarios, que los Gobiernos litorales se resolvieron a celebrar el Tratado de 4 de enero, algunos otros puntos de grande importancia tuvieron también al realizarlo, y entre ellos fué sin duda uno de los primeros en encaminar la República hacia su organización Nacional; porque no siempre hemos de presentarnos al mundo civilizado como una horda; y alguna vez habríamos de comprobar que si fuimos capaces de triunfar de nuestros antiguos opresores y despedazar el cetro de fierro con que se nos oprimía, también lo somos de merecer el honroso título de hombres libres y de que sabemos constituirnos dándonos leyes justas y equitativas. A tal objeto tiene tendencia la atribución 5? del artículo 16 del tratado de alianza, de este artículo que como ya he dicho no puede ser derogado por el 15 ni por ninguno otro de los que se ven escritos en el tratado, ni éste puede destruir ni desvirtuar a cualquiera otro de los demás; porque, aquí llamo la atención de usted, todos y cada uno de los 17 artículos de que se compone el Tratado de 4 de enero, forman el todo del Tratado; por manera que el cumplimiento del uno no puede importar la derogación del otro; esto es tan evidente como es cierto que no hay un solo argentino cuya razón no esté preocupada, que no opine así. Ahora bien; la Comisión, llenando su deber, hace la invitación que la atribución 5^ le preceptúa, y la hace en el orden que podía y debía hacerla; es decir, excitando a los Gobiernos que no pertenecen a la Liga a que adhiriendo y firmando el Tratado de 4 de enero, entrasen después a la par de los demás a cumplir con lo detallado en la 5^ atribución; porque a nadie se le podía ocurrir que se invitase a ejecutarlo en dicha atribución expresada, a un Gobierno, supongamos que o no se hubiere adherido al tratado, o rehusare entrar por él porque esto indudablemente habría sido una transgresión del mismo tratado, y lo más risible y ridículo que por parte de la Comisión podría ejecutarse: y bien; la Comisión dice al Gobierno A, yo invito a usted para que se adhiera al tratado de alianza, y si así lo ejecuta, convenir después en los medios de cumplir con lo que dice la atribución 5^ ¿Y a quién podrá ocurrírsele que el medio más conforme para adherir, firmar y canjear el Tratado de 4 de enero no es el de hacerlo por medio de Comisionados?; ¿quién no conoce que este arbitrio es el que está en práctica, el más conforme con los principios, y el que presenta menos dificultades para arribar sin tropiezos a la conclusión de un negocio semejante? Si los Gobiernos signatarios del tratado enviaron sus delegados para la celebración de él, y para todos los demás actos posteriores, ¿por qué han de ser privados de ellos los Gobiernos que se adhieran a él? La sola razón de invitarlos secamente, y sin manifestarles el medio generalmente admitido para tales actos, habría sido el bastante para conjeturas desfavorables, que sin duda habrían producido malas consecuencias en el estado vidrioso en que se hallan los Pueblos, consecuencias tanto más desagradables, cuanto que se considerarían burlados desde que recibían la invitación, y veían a renglón seguido que esa autoridad que los invitaba, se disolvía casi al tiempo misim de invitarlos. Es, pues, visto que si la Comisión hubiera omitido invitar a los Gobiernos a reunirse en Federación firmando el tratado de alianza, habría faltado a su primer deber porque el tratado así la establece, y en el caso de invitar, está probado que el modo de hacerlo es el que queda dicho, y que la Comisión ha adoptado: y si esto es una verdad suficientemente demostrada, ¿quién podrá desconocer que si la Comisión ha llenado sus deberes en cuanto al modo de invitar a las Provincias a reunirse en Federación con las litorales, lo ha llenado también debidamente en todo lo que establece la atribución del artículo 16? Pues que no habría sido la cosa más risible, la más extravagante y vituperable que la Comisión hubiera dicho a los Gobiernos del interior: vengan ustedes, señores, a federarse con nosotros, vengan ustedes también a cumplir con todo lo que importa la atribución del artículo 16 del Tratado del 4 de enero a que ustedes se han de adherir, y firmar como paso previo; pero vengan en la inteligencia que en el momento que firmemos esta nota, nos vamos a disolver. Compañero, seamos ingenuos; tal paso nos habría hecho el blanco del desprecio, y una conducta tal para nuestros amigos y compañeros de una misma causa, nos habría concitado con justicia un odio tan grande cuanto el que se han acarreado los unitarios con sus hechos atroces; porque esa idea de nombrar un Gobierno para recibir los delegados que vengan, o las comunicaciones que se remitan, es tan peregrina como ridicula: yo al menos ni admitiré tal cosa, ni prestaré mi voluntad a semejante extravagancia.   Dice usted que la Comisión se ha arrogado una autoridad que no tenía, y que los Gobiernos no le concedieron la facultad de aumentarse con nuevos delegados hasta el caso de acordar con ellos los puntos preliminares a la reunión del Congreso, sino que ellos se la reservaron para tratarla por sí, y entre sí. Yo no encuentro que en parte alguna del tratado se exprese tal cosa; lo que sí veo, como queda dicho en otro lugar, es que era una atribución de la Comisión hacer la invitación, de acuerdo cada Diputado con las instrucciones de su respectivo Gobierno, acordarse el tiempo, modo y forma de esa reunión; esto es tan cierto, es tan obvio y tan usual, que hasta hubiera sido una redundancia el haberlo escrito en el Tratado, porque es una deducción muy clara, que si la Comisión tenía la facultad de invitar, la tenía igualmente de acordar y convenir todo lo demás que es consiguiente a esa invitación, porque a no ser así, ¿qué importaba la invitación?; nada, absolutamente nada. Pero siempre importaba, y era el poner en ridículo a esos Gobiernos a quienes representaban los delegados que la suscribiesen: porque, o los Gobiernos ifivitados enviaban sus comisionados, o expresaban oficialmente su opinión. Si lo primero, llegarían los delegados y se encontrarían con que la Comisión nada sabía, ni nada podía acordar sobre lo más esencial de la invitación. Si lo segundo, la Comisión diría: señores, nosotros sólo teníamos autoridad para invitar a ustedes, de lo demás nada, nada sabemos, porque nuestros Comitentes no quieren que sepamos; así pues, diríjanse ustedes a cada uno de los gobiernos en particular para que ellos se lo digan. No ve usted, compañero, que esto u otra cosa semejante no puede ser absolutamente, como tampoco puede ser, conforme ya lo he dicho, que ningún Gobierno en particular se encargue de recibir esos delegados, o las contestaciones de cada uno de los Gobiernos, porque a más de ser tal cosa muy extravagante, tiene en sí mil inconvenientes. Me lisonjeo de haberle demostrado que la Comisión Representativa ha llenado en todas sus partes los deberes que le impone el Tratado de 4 de enero, que no se ha arrogado facultad alguna, ni traspasado los límites de su deber. Réstame ahora paternizar a usted, que a más de la obligación en que estaba la Comisión de obrar del modo que lo ha hecho; la política, el bien del País, el sosiego de los Puebles y lo que es aún más, el honor mismo de los Gobiernos litorales, han exigido imperiosamente que los representantes de esos mismos Gobiernos se hubiesen conducido del modo que se ha ejecutado en la invitación dirigida a los Gobiernos que no pertenecen a la Liga Litoral.   Desde que se dió por concluida la guerra según las comunicaciones del General Quiroga y mi dimisión ante la misma Comisión, se exigió por algunos delegados el cumplimiento de la atribución del artículo 16. La discusión de este negocio, que duró algunos días y en que hubieron cosas desagradables, produjo una agitación espantosa. Yo omito hacer a usted detalles a este respecto porque estoy persuadido que su Diputado lo habrá hecho, según me lo ha asegurado, ello es que yo, para evitar escándalos, tuve que mediar en tal negocio por medio de mi Diputado, y poniéndome de acuerdo con el señor Olavarrieta, se acomodó todo honrosa y satisfactoriamente. Convencido, como lo estoy, de la imposibilidad moral de que por ahora se piense en establecer congreso, por el desquicio en que por desgracia se hallan los Pueblos, por el terrible choque de los partidos, por la espantosa agitación en que han quedado aquéllos después de una lucha tan encarnizada, después, en fin, de tantos obstáculos insuperables. Yo jamás negaré mis principios, yo seré uno de los primeros que clamaré por la formación de una autoridad nacional que dé al fin al país la organización que tanto reclaman sus verdaderos intereses, y que inequívocamente es el voto de todos los buenos hijos de la tierra, pero hoy que desgraciadamente se han desencadenado las pasiones de un modo que asombra, que por todas partes no se ve más que división y anarquía, la formación del Congreso sería el paso más violento, el más antipolítico, y que indudablemente nos daría resultados infinitamente peores que los que han producido los anteriores Congresos. Un paso semejante corrohoraria la idea que tanto han vociferado nuestros enemigos de que somos ineptos e incapaces de organizamos; por conclusión, vendríamos a ser el juguete de nuestros enemigos domésticos, y el ludibrio de los que nos observan con atención, o para influir en nuestra separación de la escena política, o para señorearse de nuestra tierra querida.   'l'ales son las consideraciones que me impulsaron a ponerme de acuerdo con su Diputado a la Comisión para adoptar una marcha que no alarmase, y condujese este delicado negocio por el camino de la recta razón. Todo se consiguió después de vencer mil dificultades, y después de un trabajo asiduo; y cuando todo está hecho de la manera más satisfactoria, cuando parecía imposible que nada se arriesgase, cuando la opinión de usted trasmitida al señor Olavarrieta, el Congreso federativo, no podría tener lugar a lo menos antes de dos años, y mi resolución era y es irrevocable en este negocio, he sido sorprendido con la medida adoptada por ese Ministerio de solicitar que la Comisión se disuelva antes de recibir la contestación dg la invitación, y que se retire de todos modos su Diputado. Yo aseguro a usted, compañero, que pocas veces se ha presentado un negocio que tanto me haya afectado: primero, por la sinrazón con que se hace; segundo, por el flanco que se abre a su opinión de usted y las terribles funestas consecuencias que esto traerá en pos de sí a todos los Pueblos, con especialidad a esa Provincia, y sobre todo a la causa que sostenemos a costa de tantos sacri-licios, tercero, por ver malogrado un trabajo que ha costado no poco; cuarto, por la injuria que se infiere a mi persona; porque desde que el señor Olavarrieta escribió a ese Gobierno de acuerdo conmigo, explicando minuciosamente todo cuanto había ocurrido sobre la invitación, y asegurando el modo en que se obraría, yo no podía ni debía esperar que ese Ministerio se condujese del modo que lo ha hecho, antes bien, que la conducta de su Diputado sería aplaudida porque el tino y circunspección con que se ha manejado así lo exigía, y que a mí se me hiciese siquiera la justicia de considerarme consecuente. Pero todo lo contrario ha sucedido, y yo tengo el sentimiento de ver reproducido lo que tantas veces he notado: a saber, que ni mi marcha firme y consecuente en tantos años, ni el sacrificio a que tantas veces he expuesto mi persona y la suerte de la Provincia que presido en obsequio de la de Buenos Aires, ni el convencimiento de la honradez de mi carácter, todas estas consideraciones, digo, y otras que podría detallar, no han sido bastantes a destruir esa preparación, esa injusta desconfianza que se tiene de mi individuo y de esta Provincia. Bien sé que no son éstos sus sentimientos, pero sí lo son los de algunos que le rodean, y quienes sin conocer el País, sin conocer las personas ni las cosas, creen que desde el lugar que ocupan les es muy fácil conducir los negocios por su sola política; y aquí tiene usted la verdadera causa de tantos males inferidos a la República, y en especialidad a esa Provincia.   Concluyo, amigo y compañero, esta carta, asegurando a usted que sólo el interés vehemente de que estoy animado en obsequio de nuestra sincera amistad, y de que su reputación no padezca, es que me he resuelto a exigir de su Diputado el señor Olavarrieta, suspenda la ejecución de lo que se le ordena por el Ministerio, en la esperanza de que puesto usted al corriente de todo lo que esta carta detalla, y especialmente de mi resolución de que marcharemos de acuerdo en que no haya reunión de Congreso antes de dos años, en lo que aseguro a usted que no variaré,2 hará usted que se rectifique la orden expedida al Diputado, y que se marche en consonancia con lo ya hecho, puesto que de esto ningún mal resulta, y en el otro caso serían incalculables los que podrán originarse. Pero si yo me equivocase en mi juicio, si contra mis esperanzas usted no quisiese variar la orden cometida a su Diputado de retirarse, espero a lo menos que por la deferencia que con bastante repugnancia ha tenido a mi solicitud, no se le haga ningún reproche, ni sea un motivo para que nuevamente se le recrimine. Después de haber hablado a usted con la franqueza e ingenuidad que reclama nuestra sana y grande amistad, réstame sólo rogar a Dios le colme de prosperidad, como lo desea su mejor amigo y compañero. Estanislao López [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.] •

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Carta de Rosas a Estanislao Lopez (28-03-1832)

  Buenos Aires, 28 de marzo de 1832. Señor Don Estanislao López. Fecho. Mi querido amigo y compañero: Contesto a su apreciable de 3 del corriente en que me dice haber combatido con firmeza la idea de que el Gobernador de la Provincia Entre Riana fuese el señor Don Pascual, habiéndose usted decidido por último, no a consentir en que lo fuese, sino a dejarlo en libertad, para que obrase del modo que mejor le conviniese. Ciertamente la elección del señor Don Pascual, no menos que su aceptación, ofrecen fundadas esperanzas; de que la tranquilidad sucesiva del Entre Ríos subrogará a las vicisitudes que han traído en agitación a esa Provincia, y en alarma a las demás de la Liga Litoral. Siempre que esto se consiga, como es de prometerse, la estabilidad del orden presentará los medios del bien, que todos anhelamos. Cree usted que he olvidado hacerle la remisión de. la razón de cantidades que mandé para subvenir a los gastos del Ejército de su mandb. Yo, a más de haberla considerado no sólo no urgente, me ha parecido quererse usted tomar un trabajo que no le conceptúo necesario, porque las remesas fueron hedías sin ese cargo y creo excusado se lo forme, para dar un salto que ya está concluido. Sin embargo, si usted insiste en que pase la razón, lo haré acompañando además una relación de todo, y exactamente circunstanciado con la puntualización que corresponde en tal caso. Tiene usted motivos fundados para retraerse de rendir a Espino el servicio que se había propuesto dispensarle. Las cartas que devuelvo, si ha de darse entero crédito a lo que escribe Paz de Sotomayor, son un comprobante de la ninguna delicadeza y conducta impropia con que se comporta, aun cuando ve que en la desgracia se trataba de mirarlo con consideración.   Me dice usted en la de 12 del corriente, que compare la posición mía con la suya, y que me decidiré por el juicio de que usted es quien debe dejar el puesto. Hago la comparación y de ella no deduzco esa precisión que me manifiesta de ser usted quien deba dejar el mando de esa provincia. Yo no veo otro que pueda reemplazar a usted en ella. En ésta es muy diferente caso, no ha de faltar quien me reemplace, y además yo quizás sea más útil bajando, o desde mi retiro. Por lo demás que usted me habla con relación a los juicios o combinaciones exteriores, le diré que los altos puestos y las glorias siempre producen émulos, que no son los que deben retraernos de obrar el bien, y de afianzarlo, para no vernos envueltos en nuevos infortunios o desastres. El destino del General Paz, cual manifestó a usted que por mi opinión debía ser el de la última pena, es como usted reconoce el reclamado imperiosamente por la justicia. Si nuestra opinión hasta este punto se encuentra muy de acuerdo,' creo que también debe estarlo en que no es al Gobierno de Buenos Aires a quien pertenece promulgar la decisión de vida o muerte del General Paz. Usted a este respecto, de un modo privado y amistoso me pidió mi opinión, y yo francamente la he dado, en los términos en que podía hacerlo. Él fué tomado prisionero por las fuerzas del mando de usted: le fué entregado, como General en Jefe: en este carácter dispuso usted de su seguridad: sobre la línea pudo usted haberlo hecho ejecutar, porque estaba en sus atribuciones: dejó de hacerlo y lo mandó a la Provincia de Santa Fe, adonde como Gobernador Propietario de ella dió usted sus órdenes para su conservación en seguridad. Los delitos de Paz son injuriosos, ofensivos y funestísimos a toda la República Argentina, y en particular a cada una de las provincias. Cualquiera de ellas, por el derecho de su propia conservación y en uso de su libertad e independencia, puede, dentro de su territorio, castigar el agravio que haya recibido, aunque no perdonar el inferido a la República. ¿Por qué, pues, ha de buscarse fuera del Gobierno de Santa Fe la resolución que él por sí puede pronunciar, y debe por ese conjunto de causas reconocer dentro de la esfera de su poder y autoridad? El Gobierno de Santa Fe, la Provincia y sus habitantes, están enormemente agraviados con los hechos de Paz, hechos que por sí puede Santa Fe clasificar y castigar, como cometidos en ofensa propia; lo mismo que yo aquí castigaría, si el autor de tales delitos lo tuviese en mi territorio, sea cuál fuese el modo en que viniese.   Si sin embargo creyese usted más conveniente consultar a los demás Gobiernos de un modo oficial, por la razón de no ser solamente Santa Fe el injuriado, del mismo modo que Buenos Aires, sino también todos los pueblos de la República, la circulación de la nota, exigiendo el pronunciamiento sobré la pena que deba aplicarse al General Paz, es peculiar a usted, que lo hizo prisionero, y lo custodia en su territorio, no corresponde que la ponga en ese oficio circular, porque yo debo ser uno de los que como todos los demás Gobernantes, he de pronunciarme en tal caso, en contestación. Si yo expresé a usted que sería bueno comunicar al señor General Quiroga el pensamiento sobre el destino de Paz, esto lo propuse tanto por la parte que ha tenido el señor Quiroga en la lucha contra los unitarios amotinados, cuanto porque lo he considerado acreedor a la participación de esta confianza privada. Pero de ningún modo porque no pudiese el Gobierno de Santa Fe aplicar a Paz el castigo que reclaman sus delitos contra esa provincia. He visto en la c;u ta del señor Don Pascual de 7 del corriente, que haciendo rt lerencia a la insinuación que ha recibido de la República Oriental sobre enviársele un Diputado por parte del Presidente para tratar de estrechar las relaciones de amistad y buena inteligencia, dice hallarse dispuesto a contestar siempre que se verifique tal misión, que debe dirigirse a Buenos Aires, cuyo Gobierno está encargado de las Relaciones Exteriores de la República Argentina; pero que si solicitase celebrar algún tratado particular en tal caso contestará que ocurra a la Comisión Representativa residente en ésa.   La respuesta que se propone dar en el primer caso, es acertada, pero este mismo acierto sirve de regla para advertir una equivocación que padece en la que se ha propuesto dar para el segundo caso.1 Efectivamente, el acierto de la primera contestación consiste en el hecho de ser la República Oriental un Estado extranjero respecto de la Argentina; y que todo Tratado de amistad, comercio y navegación con un Estado extranjero debe únicamente celebrarlo la autoridad Nacional, y en su ausencia aquel Gobierno que las demás provincias han facultado interinamente para conducir las relaciones exteriores con el deber de pasarlo oportunamente al conocimiento de cada una para autorizarlo a su ratificación. Ahora bien, por este mismo principio debe regirse el señor Don Pascual en el segundo caso, que es el de ofrecerse un Tratado particular cualquiera. Siempre será un Tratado con un pais extranjero, que debe celebrarse por la autoridad nacional, o por el Gobierno que en su ausencia conduce por facultad de las demás provincias, las relaciones extranjeras. Del resorte de este Gobierno es ése y cualquier Tratado con todo país extranjero, y no del resorte de la Comisión Representativa de los Gobiernos litorales.   Esta Comisión debió su existencia al Tratado de 4 de enero del año anterior, y no puede tener más facultades que las que le cedieron los gobiernos contratantes, y sólo ha podido ejercerlas por el tiempo que la señalaron. De modo que si usa de facultades que no le fueron cedidas, o sigue usando de las que le cedieron pasado ese tiempo, ya abusa de sus facultades, y obra ilegítimamente con una manifiesta nulidad, y sin que sus medidas o resoluciones cualquiera que sean, puedan obligar a ninguno de los Gobiernos contratantes. Esta es doctrina corriente que todo el mundo ha adoptado en todos los siglos respecto de las obligaciones entre los apoderados y sus poderdantes, tanto públicos como privados. Ahora bien: muéstreseme en qué artículo del citado Tratado se habla de facultades que hayan cedido los Gobiernos contratantes a la Comisión Representativa para entender o dar su consentimiento a un Tratado particular, que una de las Provincias Litorales quiera celebrar con un poder extranjero. Yo no lo veo en ninguno de los artículos, por que el 3"? y el 4?, que son los que hablan de Tratados, son únicamente contraídos a las relaciones interiores de las mismas Provincias de la República con todas y cada una de las otras, sean las litorales o las que de nuevo quieran agregarse a la Liga que éstas han hecho. Mas ni en éstos ni en ningún otro se habla de Tratados con país extranjero. En este supuesto debemos convenir que todo Tratado del Estado Oriental, sea de amistad y comercio, o sea a cualquier otro objeto, sólo es del resorte de las Relaciones Exteriores y debe hacerse por el Gobierno facultado para ellas por las demás provincias; bien entendido que ellas no se despojan de toda intervención y conocimiento, pues, como ya se ha dicho siempre que se celebre alguno, hay que pasarlo a noticia de todas para que den su autorización a efecto de que sea ratificado. Esto es lo que exige el orden correspondiente por su naturaleza a unas materias tan graves y a la circunspección y dignidad de los mismos Gobiernos, toda otra cosa sería hacer por un lado y deshacer por el otro, dar por uno y quitar por otro; lo que sería más reparable, desde que el Gobierno encargado de esas relaciones exteriores jamás ha dejado mal puesta la confianzaque ha merecido, ni la podrá dejar, por que al fin los Tratados han de ser revisados por las mismas provincias antes de su ratificación que es cuando empiezan a ser obligatorios. Los principios que he asentado relativamente a la Comisión „ Representativa son de eterna verdad; y así es que no puedo dejar de volver sobre ellos, para lograr que usted convenga conmigo en el abuso que acaba de cometer ella, cuando en la circular dirigida a los Gobiernos invitándolos a la formación del Congreso, agrega que se envíen a su seno Diputados con instrucciones competentes para acordar sobre el tiempo, lygar de la reunión, y número de representantes. En efecto, viendo los Gobiernos contratantes el inconveniente que había por las distancias para atender por sí mismos y resolver las medidas que hiciesen necesarias los casos imprevistos y accidentes de la guerra que iba a romperse, convinieron en nombrar cada uno por su parte un Diputado, y que de éstos se compusiese una Comisión Representativa de ellos, que estuviese reunida en esa Capital, y obrase a su nombre sólo durante la guerra: asi lo dice terminantemente el artículo 15 del tratado. En el artículo 16 se le dieron cinco atribuciones, y es claro que ninguna de ellas podía derogar el convenio expreso y terminante del artículo que precedía. La invitación pues al Congreso a que quedaba autorizada la Comisión para hacer al tiempo de estar todas en plena libertad, era el último acto que ha podido ella hacer por el Tratado; y después disolverse y retirarse cada uno de los de afuera. De modo que la facultad que se ha arrogado la Comisión en dicha circular para aumentarse con nuevos Diputados, y seguir hasta acordar con todos, los puntos preliminares a la reunión del Congreso, es una facultad que no le cedieron los Gobiernos, sino que se la reservaron para tratarla por sí y entre sí, como que este convenio no tenía la misma urgencia y premuras que los que exigiesen los casos momentáneos de la guerra, único motivo de instalar esa Comisión Representativa.   Así es que ésta ha usado una facultad que no tenía, y fuera del tiempo señalado por los Gobiernos contratantes a su duración pretende seguir existiendo y obrando a nombre de ellos. Mas esto es nulo y de ningún efecto por los principios antes asentados; y por lo mismo doy al Diputado de este Gobierno las reglas para salir con decencia de este mal paso, proponiéndole vea si consigue se nombre uno de los Gobiernos para que reciba las comunicaciones que la Comisión trataba de esperar, y ésta, avisando esa elección a los Gobiernos, se disuelva; mas que en el caso inesperado de que tal avenimiento no consiga, se retire a esta Ciudad, protestando sin embargo la mejor disposición de este Gobierno a promover por su parte todas las medidas que conduzcan a formar en la oportunidad que entre los demás directamente se convenga la organización competente de la Representación Nacional. Esta medida, compañero, es la más conveniente en las circunstancias actuales. Después de tanta agitación, de tanta irritación de los espíritus, de tanta lucha de intereses, de tanto choque de opiniones, la primera necesidad de las sociedades es la calma y el silencio. Después de satisfecha esa necesidad y cuando todo vuelva a su quicio, entonces entra la época de la sana razón, y por consiguiente de una buena organización nacional. Yo lo supongo a usted bien penetrado de los mismos sentimientos, de las mismas verdades y máximas, porque las dicta un patriotismo sincero, y no dudo que cooperará con su influencia a encaminar los negocios por la misma senda. Desea la salud de usted su afectísimo amigo y compañero. Juan Manuel de Rosas [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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Carta de Estanislao Lopez a Rosas (12-03-1832)

  Santa Fe, marzo 12 de 1832. Señor Don Juan Manuel de Rosas. Mi querido amigo y compañero: Tengo en mi poder sus muy apreciables cartas de 12 y 18 del pasado, y contrayéndome a contestar los varibs e importantes puntos que ellas abrazan, daré principio diciendo: que la cureña y armón para el cañón de a 12, se han recibido ya, conducidos por el queche Constitucional. Quedo prevenido de que cuando lleguen las corazas que usted aguarda, me remitirá las ciento pedidas; ellas me son muy necesarias para las tropas de las fronteras. Ni los contrastes que ha padecido Espino, ni la lección misma que éstos le han puesto ante sus ojos, ha sido bastante a hacerles variar esa conducta insidiosa y falaz que siempre guia todos sus pasos; a pesar del firme convencimiento en que siempre he estado del carácter de este mozo, estaba resuelto a servirles, por las razones demostradas a usted en mi anterior carta, pero lea usted ahora las que incluyo y conocerá que en la misma fecha en que me escribía pidiéndome protección, aseguraba al Presidente Rivera que no ha habido otra causa para atacársele por los aliados para él haberse negado a hacer la guerra a aquél. Acabe usted pues de conocer hasta qué grado llega la perversidad de este infame hombre, y después de todas las imputaciones que ha atribuido a mi persona y a esta Provincia he formado la resolución de no acordarme de semejante hombre ni aún para despreciarlo. He manifestado a los señores Benítez y Galisteo lo que usted me indica en orden a sus sueldos; entiendo que ambos envían por este conducto sus poderes para percibirlos. El correo ha entregado la casaca, a la cual le daré destino. Yo no he encargado tal casaca.   Hasta aquí queda contestada su carta del 18, y ahora me contraeré a verificarlo con la reservada del 12. Me he hecho cargo de las causas que influyeron y le aconsejaron a dejar el mando, y las que después le han decidido a continuar hasta cumplir los pocos meses que faltan del bienio. No desconozco que fueron justificados los motivos que usted me indica haber tenido, para formalizar su renuncia, pero sí debió ser a usted mortificante y azaroso el conocimiento de la defección de algunos, y el de todas las demás con causas que le pusieron en el caso de .renunciar el Gobierno; no se puede dudar tampoco que ha debido ser doblemente satisfactorio, el que conocidos los verdaderos motivos que le imposibilitaban volver a gobernar se haya desplegado una decisión general en favor de su persona, explicada de una manera que nada deja que desear, y que le obliga a un justo reconocimiento. Ahora bien, compare usted su actual posición con la mía, penetre de ella y decida imparcialmente si no soy yo el que debo dejar el puesto, como estoy resuelto a hacerlo, pero apoyado en motivos tan justos, que estoy bien cierto nadie podrá contrariarlos. Ya he manifestado antes de ahora a usted el modo en que he resuelto conducirme para con el General Quiroga; es tan cierto que de él no he de variar como me es satisfactorio el que haya merecido su aprobación: sin embargo de ello, y a pesar de todas las razones que usted aduce en su carta para sincerar la conducta de este General, yo no podré jamás aprobarla, al menos para con usted y conmigo. Usted y yo no hemos jamás traicionado la causa de los Pueblos, ni tampoco al señor Quiroga; hemos si asegurádola y ensanchado el camino a su gloria a costa de sacrificios mil y de nuestra propia existencia y hemos partido con el General Quiroga esas mismas glorias que nos han tributado nuestros compatriotas: ¿de dónde, pues, arranca ese fuerte resentimiento el General para con nosotros? Es bien cierto que ella no trae su origen del ridículo pretexto que se ha querido hacer valer, como en mi anterior se lo he demostrado a usted, conozco bien claramente de dónde trae aquélla su origen, pero él y los demás que a mi respecto hayan formado juicios equivocados creyendo tal vez que alimento ideas ambiciosas y deseos de figurar, se convencerán dentro de poco, cuando voluntariamente me vean bajar a la clase de simple ciudadano, que el Gobierno de Santa Fe jamás tuvo otros sentimientos que los de conservar ilesa la soberanía e independencia del Pueblo que preside, y de que las libertades públicas en todas las Provincias que forman la República no fuesen holladas.   No me parece está demás que usted escriba al General Quiroga en el sentido que piensa hacerlo; ojalá que sus razonamientos produzcan en su razón lo que hasta ahora no han podido ni las explicaciones que se le han hecho ni todo lo que se le ha escrito, ni la. última prueba que ha podido dársele de nuestro odio a los enemigos del General Quiroga y nosotros; marchando sobre ellos con la resolución que lo hemos hecho, y dando al General una parte tan principal en esta empresa, que ella lo ha colocado hoy en un grado mucho más elevado del que poseía antes de sus pasados infortunios; si todo esto y lo demás que ha habido y que es inútil detallar, no es lo bastante para que el señor Quiroga haya ratificado su juicio respecto a nosotros, juicio con el cual nos ha ofendido un poco; yo no encuentro que haya otros medios, por eficaces que ellos sean, para hacerle variar de su opinión, trabajo en el cual podrá entrarse únicamente en obsequio de esta infeliz Patria; en fin, ojalá que usted consiga el objeto que se propone: mucho lo celebraré. He leído con mucha atención todo lo que usted me dice en orden al General Paz; he meditado muy detenidamente" sobre todas y cada una de las razones que apoyasen su opinión respecto a lo que debe y es preciso hacer con este General, y a pesar que mi carácter es y ha sido siempre inclinado a la indulgencia, no puedo menos que confesar que el fallo de usted es imperiosamente reclamado por la Justicia en desagravio de los atroces atentados inferidos a los Pueblos y a las Leyes. Si algún pretexto se presenta para salvar la vida de este hombre, es el mérito que contrajo en la guerra contra los Brasileros, en que no se puede negar que hizo un grande bien al País, mas yo no me atrevo a decidir si esto sería lo bastante para salvar una vida que delitos espantosos convencen que debe quitarse; en asunto tan grave, yo subordino mi decisión a la que promulgue ese Gobierno. Pero cualquiera que sea la resolución de usted, considero que habiendo los hechos del General Paz injuriado no sólo a Buenos Aires y Santa Fe, si también a todos los Pueblos de la República y causádoles males de difícil reparación, soy de sentir que la pena que se le aplique a el General Paz, sea conforme al pronunciamiento expreso de todos los Gobiernos confederados, o por medio de una cosa semejante. Obrando de este mo;'o jamás se nos podrá reprochar que le hemos sacrificado sólo por vengar resentimientos personales, o conducidos por pasiones innobles; no se nos calumniará de haber obrado con arbitrariedad, quedarán desagraviados los Pueblos a quienes ha despedazado, y por último, habrán contraído un compromiso que les demarca la conducta que tienen que observar en lo sucesivo, y lo que les aguarda sino y cuán sus deberes. Si usted está de acuerdo con mi opinión convendría que siil demora alguna me enviase redactada la nota que debemos pasar a los Gobiernos, firmada por los dos, porque esto considero que es peculiar. En íin, compañero, mi deseo en este negocio grave, es que procedamos con acierto; por tanto, si usted viere que esta indicación no es exacta, sírvase decirme francamente el modo en que debemos expedirnos respecto al General Paz, para obrar de una vez, no olvidando usted que en el mes entrante concluye mi Gobierno y concluirá también con él mi intervención en los asuntos públicos. Cuando consideré vidriosos los negocios del Entre Ríos hice venir aquí a Don Francisco Álzaga porque él había sido nada menos que secretario de Espino, y aunque pensé ponerlo preso, lo he conservado en libertad; y ya se halla en el Paraná, adonde le he permitido que vaya por hallarse ya aquella Provincia tranquila. No puedo concebir cómo se haya podido escribir de aquí por persona alguna, lo mismo que yo he dicho a usted que pensaba hacer con Álzaga, a nadie lo he dicho, aunque parece que este asunto no merecía reserva. Me ha parecido muy bien el modo en que ha obrado usted para con los periódicos que me indica, y mejor aún el decreto expedido a este respecto, esa libertad con que los periodistas se han considerado autorizados para zaherir a unos y ultrajar a otros, y hablar ante el público de lo más respetable que él tiene, con la misma desfachatez y falta de respeto con que puede conducirse un marinero en una taberna, es cosa a la verdad intolerable, y cuyo abuso ha traído graves males al País: por consiguiente me ha sido muy agradable ver el modo con que se ha manejado en este negocio ciertamente delicado, y aseguro a usted que cuando se escriba aquí, ha de ser bajo los mismos principios adoptados por ese Gobierno. Los mismos temores que usted tiene hoy de que no le parezca bien al General Quiroga la supresión de lo concerniente al señor Ibarra, fué lo que tuve en vista para no publicar aquí dicha nota: porque no quería publicar los defectos de un amigo, ni sufrir tampoco las extravagancias del otro amigo. En efecto, es muy claro el modo en que debió hacerse la disolución del Ejército, y todo hombre que lea esos documentos conocerá no sólo la regularidad con que se ha obrado, sino la poca consideración con que ha sido mirada mi persona; verdad es que yo miro eso con mucha indiferencia, como he mirado otras cosas que se han hecho y que he procurado silenciarlas. Quedo prevenido de hallarse el presente que su bondad me ha proporcionado en poder la persona que me indica, yo le recibiré como una memoria de la sincera amistad que nos une y que siempre me honraré de sustentar, queriendo entre tanto aceptar la expresión más sincera de mi gratitud. Escribiré al compañero Ferré sobre Aguirre, y de su contesto avisaré a usted. Queda como siempre su mejor amigo y compañero seguro servidor. Estanislao López [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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Borrador de Rosas a Estanislao Lopez (22-02-1832)

  Buenos Aires, 22 de febrero de 1832. Me dice usted también que terminada la guerra es ya preciso pensar sobre el destino del General Paz. ¿Cuál la razón fuerte para creer que Lavalle y los demás Jefes de la unidad que han emigrado a la República Oriental y a Eolivia, abandonen sus pretensiones de dominar la nuestra y hacernos la víctima de su furor y venganza? Si hemos de afianzar la paz de la República, si hemos de dar respetabilidad a las leyes y a las autoridades legítimamente constituidas, si hemos de restablecer la moral pública y reparar las quiebras que ha sufrido nuestra opinión entre las Naciones extranjeras y garantir ante ellas la estabilidad de nuestros Gobiernos, en una palabra, si hemos de tener Patria, es necesario que el General Paz muera.1 En el estado incierto y como vacilante en que nos hallamos, ¿qué seguridad tenemos que viviendo el General Paz no llegue alguna vez a mandar en nuestra. República? ¿Y si aquéllo sucediese, no sería un oprobio para los Argentinos? Fuera de que nuestros hijos y descendientes que vean algún día vivir a Paz tranquilamente entre nosotros, y que oigan la historia de los horrorosos desastres que ha causado en todos los Pueblos, o deberán familiarizarse con la idea de los más grandes crímenes, o nos reputarán como unos hombres inmorales, o imbéciles, que no supimos valorar la magnitud de tan espantoso crimen.   También es preciso tener presente que si no se despliega de este modo la justicia contra el General Paz no podemos menos que aparecer injustos con respecto a sus secuaces. El delito de éstos es como un átomo en comparación del que ha cometido aquel General. Si a él se le perdona la vida, casi no hay pena de alguna consideración que pueda imponerse a los demás, y sin embargo, algunos de ellos han sido fusilados. Resultará pues, de cualquiera indulgencia que se guarde a este respecto, que será necesario poner poco menos que en libertad a los que viven y que seamos considerados como injustos hacia los que han sido muertos, tanto en estas provincias como en las del interior. Sin embargo de esto usted meditará lo que crea más conveniente, pero considero que antes de tomar cualquiera resolución, debemos para ella ponernos de acuerdo con el General Quiroga. Sin embargo que antes de ahora he opinado por que se le conserve la vida, pensando después más detenidamente sobre este importante negocio, considerando el aspecto que ha pre-. sentado ante las naciones, y la opinión que tienen formada los hombres pensadores, dentro y fuera del país, del gran peligro que corre esta República si no se toman medidas fuertes y eficaces para aterrar a los anarquistas e inspirar por este medio seguridad y confianza a la parte sana de los Pueblos, he variado de opinión, y como que... [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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Carta de Estanislao Lopez a Rosas (16-01-1832)

Santa Fe, enero 16 de 1832. Señor Don Juan Manuel de Rosas. Amigo y compañero apreciable: Deseando que usted se acabe de poner al corriente de todo cuanto ocurre en el Entre Ríos relativo al estado actual de sus negocios, le adjunto originales las comunicaciones que se me han presentado de varios Jefes y oficiales que ^edaron en comisión a la retirada de Echagüe sobre los dispersos de Espino. Por ellas verá usted que ya nada hay a estj respecto. Aquí lo tengo a Don Justo Urquiza en clase de detenido, y se manifiesta muy conforme con todo. He hablado largamente con él, después de haberle inspirado la mayor confianza para que se explicase con franqueza sobre el origen del movimiento de Don Ricardo de acuerdo con Lavalle. Éste me ha dicho que habiendo sabido de cierto que Lavalle, en combinación con Rivera, trataba de pasar al Entre Ríos con doscientos hombres, con pretexto de la deposición de Solas; para cruzar este plan se convinieron en anticiparse a darle ellos el golpe: efectivamente, activaron todas las medidas y consiguieron su objeto; mas cuando se preparaban a completar su obra dando con Lavalle como lo habían convenido, les ganó de mano Espino haciéndoles la contra revolución, que no les dejó más lugar que para seguir a protegerse de la misma fuerza, que sin esta circunstancia hubiesen destruido. De este modo tuvo ya que aparecer ligado con Lavalle para poderse vengar de la felonía de Espino. En este sentido seguía trabajando cuando Don Mateo García le mostró una carta suya en que le decía que lo viese a Urquiza para que se separase y desde aquel momento lo verificó, retirándose al Estado Oriental, donde ha permanecido, hasta que se trató de destruir las aspiraciones de Espino, quien lo solicitó para que lo ayudase, y vino en efecto; pero con un fin muy contrario; pues luego que se le ocasionó la dislocación y fiiga de las Puntas del Obispo.   Después de esto se vino a Nogoyá, desde donde pasó a ésta y ¿e conserva, como he dicho antes. A mi modo de ver, el mozo es ingenuo y de un carácter franco, y por lo mismo lo mantengo solamente detenido hasta que se haya nombrado Gobierno en Entre Ríos, que entonces le permitiré volver a su casa, si usted no tiene algún reparo en esto. Soy como siempre su decidido amigo y apasionado compañero. Estanislao López P.D. Hoy o mañana deben mandarme del Paraná preso a Don Francisco Álzaga,1 quien le servía de Secretario a Espino; yo sé que éste cometió un asesinato en Buenos Aires, pero por los respetos a su hermano puede tenérsele alguna consideración; en fin, usted me dirá lo que pueda hacer con éste, mientras tanto lo tendré en un calabozo. Vale. [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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Carta de Estanislao Lopez a Rosas (14-01-1832)

  Santa Fe, enero 14 de 1822. Querido amigo y compañero. Su carta de 14 del pasado me ha puesto al corriente del motivo de la renuncia del General Quiroga, del fuerte desagrado que había causado allí y de sus temores, que exasperado yo por tan desagradable ocurrencia fuese ella origen de nuevos disgustos con notable perjuicio de los intereses generales. Voy a decir a usted lo que sobre el tal caballo ha ocurrido, y cuáninjusto y extravagante anda el juicio que ha formado el General Quiroga en este asunto. Al dia siguiente de haber entrado a Córdoba el Coronel Don Nazario Sosa, me mandó dicho caballo para que anduviese, por haber visto que mi caballo estaba bastante llaco; yo lo admití porque tenía necesidad de él para cualesquier uso que se ofreciese, mas corrido un mes o más se lo devolví; entonces no lo admitió y mandó decir que podía servirme para alguno de mis Ayudantes, y me hizo decir también el modo como tuvo dicho caballo, que fué tomado prisionero uno de los varios tenderos que andaba en este caballo, de los que salieron de la ciudad de Córdoba a la acción del Puesto de Peralta. Este es el modo que vino a mi poder este maldito caballo, que puedo asegurarle compañero que doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera, por lo que creo que no puede ser el decantado caballo del General Quiroga porque éste es infame en todas sus partes, así es que luego que llegué a ésta de regreso de Córdoba lo eché a una isla con los demás mancarrones a mi escolta. Tal es la historia del tal caballo obscuro que tan mal rato ha dado al señor Quiroga, a usted, y especialmente a mí, porque con tal ocurrencia se me ha inferido una injuria a que no soy acreedor, ni sería indiferente, a no ser las mismas consideraciones que usted me hace observar, y otras que en este momento se me ocurren, y lo que es más, el crédito mismo del General Quiroga, que es for/oso conservar, por honor a la causa que él y nosotros sostenemos.   Es por esta razón que voy a escribirle al General lo que ha ocurrido con el caballo, mostrándome deferente a todo, le mandaré las señales y marcas que tiene, previniéndole que si según ellas le pertenece, con su aviso se lo remitiré con todo cuidado; para este caso mandé traer el caballo y ya está en mi poder bien cuidado, a pesar que estoy casi seguro que no debe ser éste el caballo que piensa el General Quiroga, porque como ya he dicho, es éste un caballo ordinario, y al General Quiroga le habrán hecho entender por lo que me han visto andar en él en Córdoba, que es su caballo que le llamaban el Piojo, y yo sólo anduve por jiecesidad mientras se alentó mi caballo, después solo lo montaban mis Ayudantes porque lo mantuve gordo y herrado. Dice usted con toda propiedad que los federales estamos destinados a no tener un día de gusto. Por lo que a mi toca, aseguro a usted que diariamente se repiten nuevos motivos de tener qué sentir y que mi actual posición es tan embarazosa como mortificante y odiosa. Así es que no puedo conceder que el fuerte desagrado del señor Quiroga proceda de la causa que detalla su carta: ella no es más, a mi ver, que un pretexto de que se ha valido para manifestar las impresiones de que está poseído, y que tienen un origen enteramente diverso. Los distintos documentos que existen en mi poder de diversas personas, y las noticias que se me han transmitido por sujetos de respeto, me dan a conocer el concepto equivocado que de mi carácter y de q?i posición se tiene formado en lo general. Se cree que está reservado a mí de llenar las pretensiones justas o extravagantes de cada pretendiente. Aquí el motivo que hace embarazosa y abominable mi actual posición, como antes he dicho. No digo por esto que el General Quiroga se haya dirigido a mí con pretensiones de ningún género, pero sí creo que se le hayan demandado ideas a este respecto. Es preciso que yo salga de un estado tan violento y mortificante.   Estoy de acuerdo con usted en guardar una rigurosa reserva en el asunto a que da mérito esta contestación. Dios nos dé paciencia para sufrir a los hombres imprudentes hasta que llegue el término de nuestros males. Le desea toda felicidad su compañero y amigo seguro servidor. Estanislao López [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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Carta de Rosas a Estanislao Lopez (14-12-1831)

  Buenos Aires, diciembre 14 de 1831. Señor Don Estanislao López. Distinguido compañero y amigo querido: Su carta fecha 24 del próximo pasado noviembre a que me acompaña original la renuncia del General Quiroga, y en copia lo que de oficio usted contesta, me ha dado el mal rato, que también dió a usted la misma renuncia. Parece que estuviéramos los Federales destinados a no tener un día de gusto cumplido.1 El mal rato para mí ha sido tanto más sensible cuanto que por consecuencia a nuestra amistad no debo callar el motivo a pesar • que quisiera ocultarlo, porque al saberlo usted estoy seguro que tendrá una nueva impresión desagradable. Con razón sospechaba usted que con alguno de los dos era con quien el señor General Quiroga tiene, o le han hecho concebir motivos de disgusto. En efecto, él en su carta me habla con franqueza, y me dice que no es la enfermedad la que le ha movido a renunciar, sino el ver que sus intereses son declarados buena presa por amigos y enemigos.   Alude esto a un caballo obscuro que le extrajo Madrid de San Juan, pérdida que según se explica sentía más que la de toda su fortuna: dice que en Córdoba dijeron a usted que el caballo pertenecía a él, y que aun habiendo habido quien se ofreciese a llevárselo, contestó a este ofrecimiento poniendo en duda que fuese del General Quiroga el caballo. Que al llegar a Catamarca fué que tuvo el aviso de hallarse en poder de usted, y sintiéndose desairado porque aun en medio de dudarlo no se lo hubiese usted escrito, estuvo ya a punto de dar de mano a todo, y retirarse; pero que por las proclamas que había publicado y otras causas, siguió adelante, resuelto a dar una batalla y retirarse, bien la ganase, bien la perdiese. Éste es en substancia el relato. Yo presumo que los autores de esta noticia al General Quiroga se la hayan dado con tales agregados, que él ha llegado a creer que ha sido desairado, mirando usted en menos avisarle hallarse en su poder una alhaja de su particular estimación y que le pertenecía. En este conflicto, y de acuerdo con usted en la necesidad de poner remedio al grave mal de la renuncia, le he contestado primero empeñando toda clase de convencimientos, a fin de que vuelva sobre sí, y no valore la suerte del País por la estimación de un desaire particular que juzga habérsele inferido, que el honor, delicadeza y crédito se comprometían palpablemente con su procedimiento, y que no solo él perdía, sino que interior y exteriormente la opinión pública recibiría uiiíi brecha, sin reparación, desde que se supiese el origen de su disgusto para abandonar al ejército, a sus compañeros, a sus amigos, y a los que por él se han sacrificado. En segundo lugar, suponiendo que fuese cierto que usted tiene el caballo, y que éste sea un obscuro que Manuel vió a usted en Córdoba, le digo: que ha estado muy lejos de la intención de usted agraviarle, reteniendo el caballo: que sabía por Manuel el particular esmero con que lo veía cuidar, y la distinción que hacía del tal animal: que sólo usted solía montarlo, y se conocía visiblemente que miraba en él la alhaja de un amigo recobrada del enemigo: que yo presumía que tanto cuidado no podría tener otro objeto que el de conservar el caballo, para ponerlo en sus manos en la ocasión en que usted creyese conveniente hacerlo. Que hablándome usted de la renuncia, me decía que no podía atinar con el motivo: que el reservarlo era; porque entre nosotros no debía estar el origen para el disgusto: que usted agregaba que era urgentísimo descubrirla para poner remedio al grave mal, si con tiempo no se le satisfacía. De aquí es que le hago la fuerte observación de que estaba muy distante de la idea de haberle usted ofendido, cuando tomaba el interés que se ve, porque se le dejara satisfecho. En fin, le digo: que he transmitido al conocimiento de usted el motivo. Ahora pues, cuando yo he visto la resolución del General Quiroga, y considero que éste se muestra ofendido porque nada le haya usted escrito relativamente al caballo, no sé qué camino podría tomarse, para que todo se concluyera y la recíproca confianza no padeciese mengua alguna. Yo ya he manifestado a usted lo que le he escrito. Quisiera sí, que para este caso tuviese usted la superioridad necesaria para no resentirse, y que dejando a un lado el exceso de irritación que ha precipitado al uno, solamente se propusiese calmarle, escogiendo para esto aquel medio que estuviese en consonancia <con la prudente circunspección, con la sanidad de su corazón y con las espinosas circunstancias del día. Quisiera también, que mi revelación no viniese a ser un motivo para nuevos disgustos, en vez de cortarle los que tan sensiblemente ya han asomado.   Antes de cerrar ésta, debo poner en su noticia que hasta la fecha he observado que no se ha traslucido este desagradable suceso; que yo lo he considerado digno de la más rigurosa reserva y que así lo he guardado y conservaré entre uno de mis secretos de más importante interés. Adiós amigo: le deseo a usted tanta salud y paciencia como la que para sí quisiera su afectísimo compañero. Juan Manuel de Rosas [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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Carta de Rosas al gobernador delegado de Lopez, Pedro Lerrechea (12-09-1831)

  Posta de San Juan en el Saladillo, septiembre 12/831. Señor Don Pedro de Larrechea.1 Mi querido amigo: Ayer he recibido su estimable carta del siete y dos más datas a 10 del presente, que tengo el gusto de contestar. Felizmente aún llegaron a tiempo, pues la primera me fué entregada en Pavón al tiempo de marchar de regreso el señor Espino, y las segundas en este punto hasta donde vine con él.2 Este señor llegó el viernes a la Posta de Ramírez. No pude ese día verle porque me era imposible. Lo hice el sábado, y ayer domingo regresó.   Su objeto es, según me dijo, el mismo que me tenía antes anunciado el señor Cullen. Visitarme, conocerme, y darme un conocimiento prolijo de los motivos que dieron lugar a su aproximación al Paraná con fuerza armada, pidiendo la separación del Secretario. También de los sucesos últimamente ocurridos hasta su elevación a Gobernador Propietario. Le oí con cuidado. Hasta entonces no tenía las noticias que me dieron después las estimadas de usted y del señor Cullen. Según su exposición y las cartas originales que me mostró no dejé de encontrarle razón; mucho más, cuando tengo presente lo que los señores Cullen y Crespo me indicaron en su favor. Sin embargo, le manifesté que nunca podría considerarse bien hecho un procedimiento semejante. Que por cualquier lado que se mirase no la hacía honor ni nos favorecía, mientras no apareciesen documentos públicos que mostrasen de una manera clara la legalidad de todo lo hecho, y que mientras éstos no se diesen a luz yo no estaría tranquilo. Le hice sobre esto con detención bastantes observaciones, e insistí en la necesidad de dar al público esos documentos. Entonces le indiqué cuáles podrían ser bastantes. Manifes - su conformidad; pero siempre insistiendo en que él no tenía la culpa si había obrado mal. Que él había sido llamado por personas de respeto, y que si hubiera tenido instrucciones por que regirse no se hubiera apartado de ellas. Quedamos en fin, conformes en que era necesario publicar algo que dejase bien puesto el decoro del Gobierno, el de la Liga Litoral, y la buena reputación del señor Espino. En este estado recibí las cartas de usted y del señor Cullen. Lo llamé entonces y le dije. Que el Gobierno de Santa Fe y las personas respetables del pueblo estaban inquietos y cuidadosos por el envío último: el modo cómo había subido al Gobierno, y muy principalmente porque su conducta ulterior les daba motivos fundados para esas inquietudes. Que consistían en la colocación del Coronel Britos al mando de la fuerza veterana: en la permanencia de Carriego en el Paraná, y en la confianza qué le dispensaba: en la colocación de Crispín Ve-lázquez a la cabeza de su compañía o del Departamento. Y mandaba Felipillo y últimamente en su ninguna deferencia para poner de acuerdo con el gobierno de Santa Fe...   A esto me contestó que sobre el movimiento y su elevación a la silla del Gobierno ya me había satisfecho con documentos que muestran haber sido llamado, y no ser obra de una conducta anárquica inconsecuente. Que era cierto había colocado al Coronel Britos a la cabeza de la fuerza; pero que cuando así había procedido era porque estaba seguro de su inocencia, de que no era unitario ni lo había de traicionar. Que no era tal amigo de Don Frutos. Que por esta razón éste lo había tenido siempre sin darle a mandar tropas. Que siempre estuvo en el estado mayor, y que si permanecía así era por no perder el sueldo. Que era su compadre, y cuñado. Que su hacienda la tenía en la propia estancia del Señor Espino. Que a mi lado estaba el Teniente Coronel Hernández, de toda la confianza del señor General López y mía, pues era mi Edecán, y que él podría decir quién era Britos. Que a pesar de esto el señor C... le avisó que había pasado de espía que al mismo era quien lo había preso y remitido. Que después el mismo señor C... le había escrito que retiraba su aserción porque se había persuadido de que todos eran cuentos y sospechas, que tenían su origen de las mismas noticias que divulgaban los unitarios, acaso porque tratasen con esto de que perseguido Britos se declarase en su favor y en contra nuestra. Que a pesar de esto él no ha obrado por su solo juicio en la colocación de Britos, pues que haciéndole estas observaciones al señor Barrenechea éste mismo le dijo que debía colocarlo. Respecto a Carriego me dijo que era una equivocación creer que él le dispensaba confianza. Que cuando vino ya estaba allí: que ni él sabe que sea lo que se haya contestado por el Gobierno a su Comisión: que últimamente se había retirado enfermo a su estancia, y que era cuanto me podía decir sobre este señor. Que era cierto estaba Crispín Velázquez a la cabeza de su Compañía; pero que esto no había sido obra suya sino del señor Barrenechea, que lo había indultada de ese modo. Que Crispín era su enemigo y que siendo esto cierto mal podría ser de su confianza. Que bien conocía que por no haber bajado él a Santa Fe a conferenciar resultaban esas sospechas originadas de los mismos cuentos que se forjaban; pero que si no lo había hecho era porque temía recibir un desaire de Don Bernardino y Gálvez. Aquí se detuvo bastante para manifestarme que Don Bernardino no se había conducido bien y que por ello lo había echado. Que le había sufrido mucho tan sólo por los respetos a la familia a que pertenece, y por ello al Excelentísimo señor Gobernador López. Que los Húsares estaban en el peor estado de desmoralización y disciplina: que Don Bernardino había inducídolos a que se desertasen y que delante del mismo señor Barrenechea había antes tenido lugar un suceso escandaloso ... Que éste consistió en haber pedido la misma tropa la separación del Comandante y que el señor Barrenechea tuvo que condescender con mengua de la dignidad del alto puesto que ocupaba. Que viendo el cuerpo en este estado estimó mejor disolverlo, creándolo de nuevo. Que el estado de desmoralización del cuerpo es a todos notorio y que por lo tanto no ha debido parecer extraña la disolución, y las medidas que adoptó para esto.   Concluyó con indicarme pruebas de sus compromisos por la causa de la federación: de las ningunas aspiraciones que había alimentado por ser Gobernador: que si hubiera abrigado estos sentimientos de ambición antes hubiera admitido serlo, lo que, dice, le consta bien al señor Crespo. Que sólo sentía se llegase a desconfiar de su opinión tan notoriamente pronunciada. Que si en los días de apuros ha podido traicionar los sentimientos de su conciencia, sólo loco podría hacerlo ahora cuando el estandarte Federal flamea en casi todas las provincias de la República. Esto es en sustancia lo que me contestó. Luego que no tenía más que decir y después de haberle oído con el cuidado necesario, le hablé en los términos siguientes: Que el Gobierno y demás señores respetables de Santa Fe tenían razón para estar alarmados y cuidadosos por su conducta ulterior. Que la colocación de Britos era un paso tan mal dado como desacertado. Que yo no dudaba sería el Coronel Britos lo que él me había indicado; pero que bastaba que la opinión pública lo marcase para que hubiese conocido la necesidad de respetarla. Que no solamente en Santa Fe habrían de ser los cuidados; que en Buenos Aires mismo lo que supieron habrían de mirar este paso con la misma prevención y desconfianza. Que además los unitarios, de él habían de sacar provecho, haciendo al instante correr que el señor Espino estaba con ellos, dando por prueba la colocación del Coronel Britos, confianzas dispensadas al señor Carriego: su permanencia, disolución de los Húsares, y colocación de Crispín, Que meditase y vería que esto en ningún sentido le podría ni nos podría' ser favorables. Que esto no importaba desconfiar de su conducta nosotros; si alarmados por una marcha que aunque seguida con la mejor intención nos era de todos perjudicial y que por ello era de nuestro deber hablarle claro para que volviera sobre sus involuntarios errores. Que por otro lado consideraba yo de absoluta e indispensable necesidad volviera sobre sus pasos y procurase poner remedio a lo hecho. Que uno de sus primeros procedimientos debía ser restablecer la confianza en Santa Fe, y que al efecto era conveniente se entrevistase con el señor Gobernador Delegado, o con la persona a quien éste autorizase al efecto. Que debía hablar con la confianza que en tales casos corresponde sin hacer ocultación de nada. Que allí en la entrevista debían acordar lo que convendría publicarse para dejar bien puesto su nombre, el honor del Gobierno, y Liga Litoral respecto a su aparición con fuerza armada y a su elevación últimamente a Gobernador Propietario. Que allí mismo era necesario se acordase lo que debía hacerse con Britos, Carriego y Crispín Velázqüez.   Su contestación fué la siguiente. Que él había de dar prueba de su amor a la o*usa y de sus ardientes deseos por ser útil en ella. Que se le dejase obrar y se vería con hechos acreditada esta aserción. Que en cuanto llegase quitaría a Britos y haría salir a Carriego, y que en todo obraría de conformidad a mis indicaciones. Le dije que 110 se precipitase, que yo iba a escribir al señor Gobernador Delegado de Santa Fe, diciéndole todo cuanto habíamos conferenciado y que hecho esto tendría lugar la entrevista en la que debían acordar sobre lo que mejor conviniese respecto a los cuatro puntos indicados. Le pareció bien; manifestó buenos deseos y hoy de madrugada partió de este punto. Me dijo también que el señor Barrenechea era su amigo y Compadre. Que esta amistad en nada se había alterado, que más bien se había fortificado. Esto parece que se confirma por el contenido de su carta que en copia adjunto, pues si el señor Barrenechea pensase de otro modo bien podía haber escrito en otro sentido por el camino que tiene bien expedito.   He interrogado al Teniente Coronel Hernández. Dice que es efectivo que el Coronel Britos se pronunciaba abierta y públicamente por la Federación: Que por esto fué postergado, y que por ello quebró con el Coronel Vega, que de estas resultas se vino del Ejército disgustado y que entonces Dorrego, por ser de su confianza, lo hizo Coronel Graduado, mandándolo en seguida a que siguiera la campaña con Don Frutos. Que cuando el motín del primero de diciembre le dijo a Hernández que deseaba bajar a Buenos Aires para pelear contra los amotinados. Que él no cree sea unitario. Que sus hermanos sí lo son. Que si se quedó con Don Frutos fué porque le ofreció éste como al mismo Hernández darles una cantidad gruesa de ganado. Que el haber estado con Don Frutos no es una razón para creerlo unitario, no sólo por la razón expuesta sino también porque al lado del mismo Don frutos está Planes de su Edecán siendo un Jefe que todo el mundo sabe es federal neto de notoriedad. Es todo lo que dice Hernández. Le hablé sobre lo mal que había hecho el Gobierno de Entre Ríos en no publicar los oficios del Gobernador de Corrientes y Coronel López, datados en aquella época, en que tanto nos convenía que hubieran visto la luz pública. Me dijo que nada sabía sobre esto y que tenía yo mucha razón. Le hablé igualmente sobre el oficio posterior del Coronel López a su Gobierno, justificando su conducta. Le dije que esa publicación nos favorecía y que de ningún modo convenía se contestase en oposición. Se calló, pero de una manera que no mostró desagrado, ni manifestó oposición a mi modo de opinar. Después de esta exposición entraré a manifestar a usted la opinión que me pide para proceder de acuerdo en este asunto. Voy a hacerlo llenando mi deber, pero créame usted señor Don Pedro, que es tanto lo que hoy carga sobre mí, que no tengo tiempo ni aún para pensar y combinar bien, con el auxilio de la calma y reposo necesarios, ni. . . cuantos más ves y delicados. Entre estos, considero el presente. En este punto tuve que parar la pluma para meditar. Le aseguro que por donde quiera que ha corrido la imaginación he visto claro la delicadeza de este asunto y la necesidad de manejarlo con tino. Temo mucho que si éste nos falta resulten a nuestra causa algunos males cuya reparación sea trabajosa. Medite usted y luego encontrará el poder fuerte de mi razón.   El señor Espino mereció la confianza de ese Gobierno, del señor Cullen y del señor Crespo. Por esta razón quedó a la cabeza de la fuerza armada. Hay documentos públicos que confirman esto. Los señores CuUen y Crespo, cuando estuvieron últimamente en mi campo se pronunciaron a este respecto, firmes siempre en la idea favorable- que tenían formada del señor Espino. Fíjese usted en el estado del Entre Ríos y verá que si el señor Espino no es en el día el indicado para que mande no hay otro en quien fijarse con esperanzas fundadas de que será capaz de hacerlo con provecho y de hacer respetar las disposiciones del Gobierno de la manera que corresponde. El señor Barrenechea. ¿Qué es lo que ha hecho? Es verdad que es Federal neto, amigo nuestro, y honrado; pero no pasará de un hombre bueno cargado de años, lleno de los mejores deseos, pero atado para marchar por estas calidades, y por los elementos de desorganización que hay en su país y el estado desgraciado en que se encuentra. Y si cuando contaba con el apoyo de la fuerza depositada bajo el mando del señor Espino no ha podido subordinar las masas de la Provincia de una manera que regulan, ¿qué hará si éste se aporta disgustado o es despedido por la fuerza del puesto que hoy ocupa? ¿Y a qué males no nos exponemos si el señor Espino, resentido con un paso tal y considerándonos sus autores, se entrega a ideas desesperadas, y marcha por el único camino que ellas le aconsejen? Se dirá, acaso, que esto es menos malo que permitir la Liga Litoral en silencio ver romper los vínculos de la subordinación por un Coronel contra uno de sus Gobiernos, y que ese silencio, apariencia del escándalo, importa no sólo la degradación de la alianza sino una pérdida grande en su poder físico y moral, dentro y fuera de la República. Así es la verdad; pero esto tendría lugar cuando el señor Barrenechea y los Representantes hubieran manifestado sus protestas y declarado de hecho tumultuarnos los procedimientos del Coronel Es pino, mas cuando nada de esto aparece: cuando el señor Ba rrenechea y los representantes nada dicen. ¿Que indica ese silen ció? ¿No están en libertad para pasar a Santa Fe y hacer... partes la suya que no las hayan querido hacer en el Paraná, por temor de la fuerza armada?   En este estado, y siendo esto cierto, creo que la Liga Litoral desde que no aparezca esa protesta no íebe hacer otra cosa que entrar a pesar en la balanza de meditación más seria y detenida, el bien y el mal, para ver cuál sea lo que convengan mejor a sus intereses, entre los q je están envueltos los de esa provincia, cuyas instituciones aparecen ofendidas de esa manera indirecta o equívoca. Usted ya ha meditado y por ello es que al darme conocimiento de lo sucedido y pedir le indique mi opinión me dice que siendo estos acaecimientos alarmantes, considera que al menos nos obligan a pedir explicaciones. Mas, advierta que se le ha olvidado decirme si el señor Espino ha dado aviso de su nombramiento a ese Gobierno y en este caso, cuál ha sido su contestación. Yo también he meditado aunque como ya le he dicho falto del tiempo y reposo necesarios, con vista de los conocimientos que usted me da de su opinión, de lo que me dice el señor Cullen, de lo que he oído al señor Espino, y de las cartas que éste me ha mostrado.    . - Crea que el señor Espino debía sei invitado a que bajase a Santa Fe con el señor Crespo. Si se quiere puede decírsele que después de lo que yo he escrito esto es necesario para acordar los puntos sobre que habló conmigo, por cuya razón de conformidad yo he manifestado que él estaba dispuesto a bajar luego que se le indicase por el Gobierno delegado ser este paso necesario. Personado en Santa Fe el señor Espino podrían acordarse con él los cuatro puntos principales. Primero: Que deba publicarse para que aparezca legal su nombramiento de Gobernador. Segundo: Qué se hace respecto del Coronel Britos. Tercero: Qué se dispone sobre Carriego. Cuarto: Qué sobre Crispín Velázquez,   Sobre lo primero soy de parecer que debe publicarse la renuncia del señor Barrenechea, fundada en su enfermedad o en alguna otra causa racional. La aceptación de la Junta y su reconocimiento al señor Barrenechea por sus buenos servicios. El nombramiento del señor Espino por la Ley, y decreto del señor Barrenechea ordenando su cumplimiento, etc., y que en seguida debe darse a luz una proclama de éste en que aparezcan manifestados esos mismos motivos justos que haya tenido para renunciar y en que recomiende el señor Espino, por su capacidad, virtudes,^/ compromisos por la causa Federal. Que los señores Barrenechea y Espino deben aparecer cada día más amigos, mostrando esto al público con hechos, que no dejen duda. A esto se manifestó muy gustoso el señor Espino y me parece que no será difícil allanar lo mismo por parte del señor Barrenechea desde que he visto su carta. Respecto a lo segundo. Soy de opinión que debe separar del mando de la fuerza al Coronel Britos y mantenerlo al sueldo siempre de amigo y de una manera que no se disguste y se vaya resentido. Pero si este paso no lo creen ustedes acertado por considerar que aun así su permanencia es peligrosa, puede hacérsele pasar a Santa Fe o Buenos Aires, donde podemos considerarlo y descubrir su verdadera opinión y capacidad. Digo esto porque si el Britos es como me lo ha pintado Hernández será un mal que este hombre se vaya a perseguir a nuestros enemigos, cuando del modo últimamente indicado no puede perjudicarnos. Es decir pasando a Santa Fe o Buenos Aires. En cuanto a lo tercero soy de opinión que al señor Carriego se le haga salir inmediatamente del territorio. Si aún está con la investidura pública de su comisión, que se le despache contestando que estando el Gobierno de Buenos Aires encargado de las relaciones exteriores a él debe ocurrir el Presidente del Estado Oriental. Si ya no tiene tal investidura puede mandarse preso a Santa Fe. Esto es lo que más conviene en atención a que este bicho en el Estado Oriental se ha de estar muriendo y nos ha de estar haciendo todo el mal que pueda. En último caso, no teniendo investidura pública, lo más que puede considerársele es que salga de la provincia dejando sus intereses y una fianza además de consideración, que debe ser de unitarios, con la que asegure no trabajar ni pronunciarse en ninguna parte contra el Gobierno de la provincia ni la Liga Litoral.   En orden a lo cuarto, considero de absoluta necesidad que inmediatamente se prenda' a Crispín Velázquez, procurando darle el golpe con el sigilo y habilidad necesarios; y bien seguro, mandarlo preso a Santa Fe. Si el señor Espino se presta a todo esto, me parece que en ello dará pruebas de su deferencia, de buenos deseos, y de su decisión en favor de nuestra santa causa Federal. He manifestado a usted la opinión que me ha pedido. Sin embargo, ustedes, con mejores conocimientos que yo en este asunto, verán lo que más convenga y obrarán según estimen por más conforme y conveniente. Al señor Cullen me ahorro contestarle esto mismo, desde que considero que usted debe mostrarle esta carta. Va la contestación para mi compañero el señor Don Estanislao López para que despache usted con ella los chasques. No extrañe que le deba aún algunas contestaciones. Luego que tenga un momento de tiempo para hacer un paréntesis a los asuntos de urgente despacho, mi primer cuidado será contestar sus cartas pendientes. Adiós, mi buen amigo: disfrute usted de salud, y mande en la sincera amistad de su compatriota. Juan Manuel de Rosas   [En Archivo General de la Nación. División Nacional. 10-24-1-5.]

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Carta de Rosas a Estanislao Lopez (29-08-1831)

  Pavón, agosto 29 de 1831. Mi Querido Amigo y Compañero Señor Don Estanislao López. Tengo el gusto de con traerme a la contestación de sus estimables cartas datadas en Córdoba a 28 del pasado y 16 del presente. Si antes no lo he verificado ha sido por lo trabajoso que se han puesto los caminos, a virtud de la falta de caballos, y por no haber habido asunto urgente que comunicarle. Ya podrá usted hacerse cargo el gusto que tendría con el recibo de las comunicaciones de Mendoza y del General Quiroga. Los unitarios en Buenos Aires hacían correr mil especies que nos perjudicaban; y hasta los mismos Federales creían que podía ser cierta la División en que se nos suponía.   Toda la demás correspondencia que vi 10 acompañada de sus citadas cartas, es también interesante. Creo que la disposición de usted ordenando el regreso del Ejército, es lo que corresponde atendiendo a la absoluta falta de víveres para mantenerlo, y de caballos p-*ra que marchase adelante alguna fuerza de éste; y atendiendo además a las razones claras que usted expone. Es verdad que su permanencia debía servir para alentar a los Federales que hoy ocupan la vanguardia por la parte de Salta, Santiago y Ca-tamarca, también a los mismos Federales que se encuentran oprimidos en los puntos que ocupan los unitarios que se hallan aún con las armas en la mano, y a desalentar a éstos. Sin embargo, considero que este vacío se suple con las acertadas disposiciones que usted ha tomado en las órdenes que ha dado a Ibarra, Latorre, etc., y al General Quiroga, para que se ponga en campaña a concluir la guerra.1 La carta de Don Miguel Díaz de la Peña datada a 28 de junio y dirigida a Oviedo manifiesta el mal que nos hicieron las comunicaciones del Gobernador Provisorio de Córdoba, Así debió suceder porque aün cuando eran animadas de la mejor intención, el espíritu verdadero de ellas no se hermanaba con nüestra marcha política, ni era conforme a lo que en las circunstancias correspondía. Hablo respecto de las comunicaciones dirigidas a los Gobiernos unitarios, pues aunque las dirigidas a los Gobiernos Federales adolecen también a mi ver de errores involuntarios, éstos pueden repararse. Me parece que el Gobierno de Córdoba no debió haber contestado a las comunicaciones de los unitarios, sí solamente guardar silencio y dejar obrar al General del Ejército Confederado, como lo hemos hecho los Gobiernos de la liga litoral aún sin ponernos de acuerdo, porque esto era natural en un asunto que por su naturaleza no lo ha necesitado. La marcha del señor Funes me ha hecho recordar la del señor Viamonte cuyos barros con la mejor intención fueron tantos, y de tal naturaleza, que si más dura en el mando nos hubiese causado males de difícil reparación. He visto el oficio de usted al Gobierno de Córdoba y su contestación. Estoy contento porque me parece que llenan el objeto poniéndonos en el camino de nuestra marcha política.   La renovación total de la Junta es satisfactoria; porque des: de el día de su erección empieza la marcha del Gobierno verdaderamente legal. La elección del señor Reinafé me parece acertada, pues aun cuando no lo conozco, considero que por la calidad de sus compromisos por la Federación sabrá conducirse con la energía necesaria, y no extraviarse del verdadero camino de nuestra marcha política, como el único que nos puede conducir, a librar la tierra de tiranos, constituirla pacíficamente, y a nuestra felicidad futura. Pero mucho me temo, que lo que usted se separe de Córdoba lo envuelvan al señor Reinafé la porción de tinterillos rudos con presunciones de sabiduría, que me parece no faltan en Córdoba y lo hagan cometer errores de difícil reparación. Aconséjele, compañero, la energía en sus resoluciones en todo lo relativo a los unitarios y a la salvación del país, que al tomar providencias sobre éstos no se pare para resolver; puesto que siempre ha de ser menos malo que cometa injusticias con ellosj que el que por falta de resolución y por los temores a errar se exponga el Gobierno de su administración a, perder su buena opinión con los Federales, y que esto resulten sucesos desagradables. Con los Federales debe ser pues el contrario muy mirado en sus resoluciones, principalmente con los que han quedado sin nada, o han padecido por la causa. Debe procurar hacer esfuerzos para darles hábil colocación a todos aquellos en quienes considere aspiraciones; y debe procurar mucho antes de dar una orden para corregir los delitos de un Federal empleado estar muy cierto de la justicia con que la dé y muy seguro de que se ha de cumplir; y una vez dada no debe retrogradar. La Junta de representantes a mi ver es de absoluta necesidad que invista al Gobierno de facultades extraordinarias durante la guerra, y la Provincia necesite organizarse, declarándose ella entre tanto en receso, dejando obrar al poder ejecutivo libremente. Este paso, compañero, es enteramente reclamado por las circunstancias. Si así no se hace usted verá pronto las cuestiones que se han de suscitar: que el señor Reinafé no ha de poder marchar, y que su opinión muy pronto ha de decaer.   No extrañe usted que me ingiera a manifestar estas opiniones. Hablo con usted y sé que si yerro he de ser dispensado. Peor sería que considerando que algo puede encontrar usted en ellas útil, dejase de manifestarlas, temiendo aparecer importuno. Digo lo mismo sobre lo demás a este respecto que puede seguir en esta carta. El oficio y carta del Comandante Blanco dirigida al General Ibarra muestran que dicho Blanco no es hombre común. En ella se encuentra, subordinación, calor, y razones fundadas. Estas notas, la del General Ibarra, el anónimo de Tucumán y el oficio del señor Brizuela, manifiestan el acierto con que usted les ha ordenado a los señores Ibarra y Latorre que no se entretengan en conferencias y que obren tratando de llamar la atención al enemigo con operaciones activas. Esta orden sin duda producirá grandes bienes, mucho más desde que usted al mismo tiempo ha ordenado al señor General Quiroga que marche sobre el enemigo. Éste, viéndose hostilizado por todas partes, agotará sus recursos, y los Federales comprometidos de Salta adelantarán terreno, tomarán más aliento y harán comprometer a muchos que aún no estén decididos. Observo que el señor Ibarra sigue en la manía de esa decencia mal entendida y peor aplicada; y creo que sería conveniente que usted le aconsejase la necesidad de olvidar esas bondades que tanto nos perjudican. He llegado a creer que al remitirle el Comandante Blanco a los individuos enviados para asesinarlo, ha proveído de conformidad a sus instrucciones. La experiencia debía ya haber desengañado a nuestro compañero Ibarra que ese sistema bondadoso sólo sirve para perjudicar nuestra marcha. Es muy distinta la posición de usted y la mía, para que lo que nosotros hagamos no pueda servirle de regla y de guía en esta parte. No tenga usted cuidado por la demora de Manuel. Es verdad que me hace mucha falta, porque estoy solo, pero yo debo hacerme cargo de que cuando usted lo demora es porque lo considera importante y necesario.   to las cuestiones que se han de suscitar: que el señor Reinafé no ha de poder marchar, y que su opinión muy pronto ha de decaer. No extrañe usted que me ingiera a manifestar estas opiniones. Hablo con usted y sé que si yerro he de ser dispensado. Peor sería que considerando que algo puede encontrar usted en ellas útil, dejase de manifestarlas, temiendo aparecer importuno. Digo lo mismo sobre lo demás a este respecto que puede seguir en esta carta. El oficio y carta del Comandante Blanco dirigida al General Ibarra muestran que dicho Blanco no es hombre común. En ella se encuentra, subordinación, calor, y razones fundadas. Estas notas, la del General Ibarra, el anónimo de Tucumán y el oficio del señor Brizuela, manifiestan el acierto con que usted les ha ordenado a los señores Ibarra y Latorre que no se entretengan en conferencias y que obren tratando de llamar la atención al enemigo con operaciones activas. Esta orden sin duda producirá grandes bienes, mucho más desde que usted al mismo tiempo ha ordenado al señor General Quiroga que marche sobre el enemigo. Éste, viéndose hostilizado por todas partes, agotará sus recursos, y los Federales comprometidos de Salta adelantarán terreno, tomarán más aliento y harán comprometer a muchos que aún no estén decididos. Observo que el señor Ibarra sigue en la manía de esa decencia mal entendida y peor aplicada; y creo que sería conveniente que usted le aconsejase la necesidad de olvidar esas bondades que tanto nos perjudican. He llegado a creer que al remitirle el Comandante Blanco a los individuos enviados para asesinarlo, ha proveído de conformidad a sus instrucciones. La experiencia debía ya haber desengañado a nuestro compañero Ibarra que ese sistema bondadoso sólo sirve para perjudicar nuestra marcha. Es muy distinta la posición de usted y la mía, para que lo que nosotros hagamos no pueda servirle de regla y de guía en esta parte. No tenga usted cuidado por la demora de Manuel. Es verdad que me hace mucha falta, porque estoy solo, pero yo debo hacerme cargo de que cuando usted lo demora es porque lo considera importante y necesario.   El ejecutado contestó últimamente en su mensaje que no había llenado esta orden, por falta de fondos y que llamaba la atención de los señores Representantes de la Provincia sobre la necesidad de crearlos para llenar el cumplimiento de esta ley. En esto han corrido dos años y yo he conseguido el objeto. Los créditos no se han cubierto, es verdad; pero todos están contentos porque están reconocidos como deuda del tesoro público, y pbrque a virtud de la habilidad con que me he conducido y debo menejarme en adelante en este importante asunto, todos esperan confiados la religiosidad del pago cuando pueda ser. Se dirá que este crédito no podrá conservarse así más tiempo sin que al fin se pierda la confianza y perjudique la opinión del Gobierno. Esta es una equivocación que yo le explicaré cuando nos veamos. Esta disposición produce además en otro sentido otro bien, aunque de subalterna atención. Consiste en que todos esos acreedores saben que ningún Gobierno unitario les ha de abonar esos créditos, y que nadie ha de ser más interesado en cubrirlos que el mismo autor de su reconocimiento. Así como creo que esta obra puesta en ejecución y llevada adelante de una manera hábil y reservada debe producir un bien en favor de la opinión y marcha del Gobierno, debo decir que si no se maneja de ese modo y con el tino necesario, es expuesta y en tal caso puede ser perjudicial]). Convendría promover que en Córdoba y en todas las provincias ya libres, se hiciesen funerales al finado Dorrego. Medite usted y verá lo que esto nos conviene, tanto adentro como fuera de fct República. Entiendo que muchos de los unitarios clásicos de Córdoba que están presos tratan de pasar a Buenos Aires y me parece que no debe permitírselos sino tan solamente de tránsito, por pocos días, para pasar inmediatamente a puntos de ultramar, porque la podre en todas partes inficiona el aire y produce enfermedades. • Los unitarios en Montevideo andan muy cabizbajos. Aquel Estado se halla muy agitado, y el cometa está lleno de temores porque teme mucho su caída. Trata de establecer su Gobierno en el Durazno, llevándose allí sus ministros, y creo que lo hará; pero esto acelerará su caída. Por supuesto que ya han desistido él y sus fautores de proyectos de invasión sobre el Entre Ríos, y por esta razón he hecho retirar la Escuadrilla.   En el día sus planos son dirigidos a jugar la intriga de manera que puedan conseguir dividirnos, asesinarnos e introducir la contusión. No dude usted que en esto están trabajando con habilidad entre las tinieblas de la logia y que les favorece las bondades de los Federales. El Proyecto grande del día en aquel Estado es el que usted verá por la adjunta copia de cartas muy reservada fecha 26 del pasado, sobre los campos de Misiones, y de que voy a dar conocimiento al señor Ferré. Ya verá usted impresos en el Lucero unos oficios viejos del Gobierno de Corrientes al de Entre Ríos que he mandado publicar. Estoy seguro que usted no los ha de haber visto y que por esta razón no han visto la luz pública. Creo que el Gobierno Entrerriano se tragó esas comunicaciones creyendo que su publicación sería un motivo para que Santa Fe y Buenos Aires no le mandasen auxilio de tropas. Si así ha sido, en esto se hizo y nos hizo un mal. Primero, porque es necesario que para marchar siempre en consonancia de nuestros principios y arribar al fin de la obra grande, nuestra pacífica consolidación, la buena fe presida a todas nuestras deliberaciones. Segundo, porque el Gobierno de Corrientes debe haber mirado con prevención la falta de esta publicación, culpando no al Gobierno entrerriano, sí precisamente al de Santa Fe y Buenos Aires. Tercero, porque estos oficios publicados en otra época en que son datados nos hubiéramos producido un bien positivo. Le confieso a usted, compañero, que desde que he notado esta falta, y desde que me he convencido de los manejos y conducta impura de cierto individuo a quien creo que debemos ya considerar como órgano secreto y espía de los unitarios, disculpo en algo y hasta cierto punto esa conducta mezquina e impropia con que se ha conducido con nosotros el Gobernador Ferré. El sujeto de quien le hablo hace poco que regresó de lás provincias de Cuyo. Temo que algo le haya escrito a usted desde su tránsito con la habilidad que sabe manejarse para perjudicar nuestra causa de que a mi ver es un enemigo encubierto: tanto más temible, cuanto que está vestido con el ropaje de la honradez que no le corresponde. Si así ha sido, debo tranquilizarme con la consoladora idea de que usted, como yo, ya debe estar convencido de que a este hombre debemos considerarlo como a uno de nuestros peores enemigos. Cuando nos veamos hablaré a usted con la extensión que jio corresponde a esta carta.   Se me había olvidado decirle en mis anteriores, cuando le hablé sobre la necesidad de que las Provincias ratificasen la autorización que tenían hecha al Gobierno de Buenos Aires para sostener y cultivar las relaciones exteriores, que al ratificar la expresada autorización convendría lo hicieran, anulando o declarando nula toda alteración que se hubiere hecho a este respecto después del motín del de diciembre. Es adjunta esa carta en copia, de nuestro comisionado en Montevideo, Don Ju^an Correa Morales. Mi opinión es que nosotros no debemos prestarnos a dar la garantía de que habla, porque jamás debemos aprobar que Corrientes, ni ninguna otra provincia de la República celebre por sí semejantes tratados con un Gobierno extranjero; pues esto sería un principio de disolución, o mejor, diré un efecto de ella; cuya aprobación sería la de la misma disolución. Es verdad que hoy día está de hecho cada provincia independiente de las demás, pero están solamente en lo que concierne a su régimen interior; pero no en lo que interesa a toda la República.2 A esto se agrega que aun cuando Corrientes pudiese entrar en tales tratados, a nosotros no nos conviene contraer por ellos un compromiso que pueda más tarde o más temprano obligarnos a empeñar una contienda, o contra el Estado Oriental, o contra Corrientes, en que al fin saldríamos mal con los dos, o bien porque no prestábamos toda la cooperación que el otro de ellos creería que debíamos prestarle. Tanto más me afianzo en esta reflexión cuanto que estoy cierto de la mala fe del Gobierno Oriental, y que todo su empeño está reducido a ver cómo puede ingerirse en los negocios de esta República e introducir la discordia entre nosotros, etc.   El Don Santiago Vázquez de que habla la carta en copia, es uno de los famosos unitarios enemigos encubiertos que tenemos, Ya se concluyó el asunto ruidoso del señor Obispo: su recibimiento solemne tuvo lugar el 12 del corriente. Hubo en él un concurso tan extraordinario de gentes y de personas de viso, que no se ha visto jamás otro igual. Los canónigos se han manifestado muy resignados con lo resuelto por el Gobierno, y se han conducido con toda atención hacia su Ilustrísima. En una carta que va para el señor Lescano, se advierte una nota en el sobre de letra de mi esposa, que dice estar ya nombrado obispo de Córdoba este señor y las bulas en Buenos Aires. Me parece que el señor Reinafé debía limpiar a los unitarios de Córdoba, sin reparar en los temores de errar, porque menos malo es exponerse a esto que aventurar la quietud pública. Digo esto, porque temo que los unitarios, como nuevo el señor Reinafé en los secretos de la Revolución y en los manejos de estos, le hagan mucho mal, fomentando entre tinieblas con habilidad, las diferencias de los federales y la oposición que se forma al Gobierno.   Me ha complacido mucho saber que la Junta se ocupaba de declarar nulos todos los actos o providencias del Gobierno intruso de Paz que estén en oposición con la nueva marcha, y reponiendo las cosas a su antiguo estado. Es igualmente de alta importancia que se ocupase de los tratados de alianza bajo el sistema federativo para que autorizado el Gobierno, recabe de los tres litorales adherirse a la liga y entrar en ella. Un amigo respetable —se refiere a Tomás Anchorena— en carta de 21 de agosto próximo pasado, me dice lo siguiente: ''Un Don Bailón Galán, que en clase He tinterillo o secretario estuvo al servicio, según él dice, del señor General Quiroga cuando vino contra Paz en 1830 o antes, solicitó que este Gobierno le prestase una cantidad para regresar a Córdoba, y mientras se substanciaba esta gestión en el Gobierno, logró que Don Mariano Lozano le prestase 500 5 con qué habilitarse para dicho regreso. Con ellos lo ha verificado ahora quince días, más o menos, y por el canónigo Vidal he sabido que ha dicho lleva la intención de evitar prevenciones y disgustos entre el señor Quiroga y el señor López, Gobernador de Santa Fe, valiéndose al efecto He las relaciones que tiene con el primero y otras personas de importancia en Córdoba y demás provincias interiores. Bueno será que usted haga las prevenciones convenientes para que se pongan en guardia por si es cierto este proyecto". Salud le desea su afectísimo amigo y compañero. Juan Manuel de Rosas [Lo que está entre ([ ]) testado en el original].   [En Archivo General dé la Nación. División Nacional. Sección Gobierno, año 1831. 10-24-1-5.]  

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Carta de Domingo Cullen a Rosas (11-06-1831)

  Santa Fe, 11 de junio de 1831. Señor Don Juan Manuel de Rosas. Mi apreciable General y amigo muy distinguido. Hoy son 15 días que me hallo enfenpo y por cuya razón no he escrito a usted antes de ahora con el objeto de saludarlo e in.stiuirle del resultado de algunas conferencias que he tenido con el General Paz: algún tanto restablecido tengo la satisfacción de hacerlo refiriendo a usted lo más substancial y a mi ver importante.   Según el señor Paz,1 el Coronel Desa no sólo no se sujetará al Jefe Lamadrid, sino que quizá promoverá que no le obedezca el Ejército como General de él, y promoverá también que se le nombre a el mismo Desa: asegura el General que Madrid se dirigirá al Tucumán con el objeto de colocarse allí de Gobernador, atacando a López, cuya rivalidad no ha terminado aún: añade Paz que Madrid le ha hablado repetidas veces sobre la necesidad de su colocación en Tucumán, y que éste era su pensamiento que nunca le abandonaba, y cree el General que Madrid tiene muchos elementos para colocarse sobre López. Dice también que Desa y Acha se dirigirán indudablemente a Catamarca para incorporarse a Al varado con el objeto de hacerse fuertes en Salta, o incorporarse a Bolivia. Sobre esto me ha hablado muy extensivamente, y me ha asegurado que hace mucho tiempo trabajan empeñosamente los Bolivianos para hacer que la Provincia de Salta se les incorpore, separándose de la República Argentina; que para esta importante obra habían nombrado sus comisionados, Don Juan Lemoyne, el cual se hallaba en Jujuy poco antes de haber sido hecho prisionero Paz; que tiene documentos que comprueban este negocio grave y delicado, y que él puede asegurar que aunque en Salta hay mucho espíritu argentino, se ve que los comprometidos agitarán la idea de la incorporación. Dice también que según el estado de las relaciones entre Bolivia y el Bajo Perú, la guerra se hacía inevitable entre ambos poderes y que sólo esta circunstancia paralizaría la idea de la segregación.   Paz, al hablar de Madrid, Desa y Plaza, califica al primero de un loto nulo, y a los otros de los hombres más desacreditados que tiene el país. Nada de nuevo en Entre Ríos. Barrenechea en el Paraná; y según mi opinión no hay invasión de Lavalle, de que si hay es una desorganización tan espantosa y un desquicio tan universal en toda la Provincia que no sé en qué vendrá a parar ese País infortunado. Le desea toda prosperidad su amigo y compatriota. Domingo Cullen [En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 19.]

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Carta de Rosas a Lopez (11-04-1831)

  Areco, abril 11 de 1831 Señor Don Estanislao López Mi querido amigo. En contestación a su estimable reservada del 25 próximo pasado, debo decirle, que en cuanto llegue al Ejército de reserva veré su estado, y marchará la infantería y artillería, como usted me encarga; entretanto acabarán de llegar a dicho ejército algunos elementos de guerra que aún le faltan para estar provisto de lo necesario, pues como ha sido preciso hacerlo todo de pronto para equipar dicho ejército, pues las remesas hechas antes para Santa Fe, Ibarra, Entre Ríos, divisiones de ésta al lado de usted y equipo de la del General Quiroga, los artículos de guerra que quedaron eran muy pocos respecto de lo que necesitaba el equipo del expresado ejército de reserva. Todo se ha trabajado con el empeño y esfuerzos posibles y en pocos días más, repito que estarán en el ejército los restos de lo que aún le falta para poder marchar. No me dice usted si debe moverse toda la fuerza de que se compone dicho ejército, que según he dicho a usted antes consta corno de 1.500 de caballería, otros tantos infantes, y como 150 artilleros, dos obuses de a [.. >] y 11 cañones de tren volante de igual calibre.   Todo está listo y creo que sin dificultad, luego que lleguen los artículos indicados, pocos que faltan, solamente la caballada, no podrá marchar a más de dos caballos, y esos en mal estado. Deduzco por el espíritu de su carta citada, que pide usted esta fuerza con el objeto de dar una batalla decisiva atacando al General Paz donde se encuentre o lo estime usted conveniente. Es por esto que considero conveniente preguntarle si quiere que yo vaya a ponerme a sus órdenes con dicho ejército o si quiere que vaya el General Don Juan Ramón Balcarce. Éste es bueno. Sabrá obedecer con puntualidad las órdenes de usted, y sin duda creo que no le dará disgustos: tiene también crédito, es muy honrado y no lo considero falto de valor. Sin embargo, creo que mi persona a la cabeza del indicado ejército o fuerzas de esta Provincia, sería más útil que ninguna otra. Hago falta aquí, es verdad, mas pesada una y otra, parece que mi marcha sería más conveniente. Creo que la calidad de ser Gobernador de Buenos Aires no se opone, puesto que siendo usted Gobernador de Santa Fe, y General en Jefe del Ejército auxiliar confederado, desde que yo saliese fuera de la Provincia con destino al Ejército del mando de usted, debía naturalmente estar a sus órdenes. Por lo demás, creo que sabría obedecer sus órdenes sin darle motivos de disgustos a no ser que errare deseando acertar, lo que estoy seguro sería siempre efecto de ignorancia sin consentimiento de mi voluntad. Esta ocasión me ofrece la oportunidad de decir a usted que cuando usted se retiró de esta Provincia estimando conveniente dejarme a la cabeza del ejército Federal después que Lavalle mostró" su impotencia a virtud del escarmiento que sufrió en el Puente de Márquez, a veces llegara a creer que algunas faltas habría cometido, y que usted estimaría conveniente castigarme, yéndose sin despedirse personalmente. Es verdad que esta idea nunca pudo atormentarme porque recorriendo mi conciencia, y mi proceder, al fin pude yo mismo persuadirme que ese mismo proceder en usted era una de las mayores pruebas que podía darme de su aprecio, mostrándome que Don Estanislao López, que tiene valor para tanto, no lo tenía en aquellas circunstancias para un personal adiós: que además quería evitarme el dolor de una despedida triste aunque necesaria. Mas si estoy equivocado, y en algo falté al respeto, y a la más estricta subordinación, sabe el cielo que jamás fué de intención. Y si en efecto falté, usted es el culpado, porque ni me reprendió, ni menos indicó una sola falta. Ojalá que lo hubiera usted hecho siquiera una sola vez aunque hubiera sido sin razón. Me hubiera usted visto obedecerle de cualquier modo, y de la manera más conforme al deber de la subordinación. Después de lo expuesto, usted resolverá lo que considere más conforme y conveniente.   Salud desea a usted su compañero. Juan Manuel de Rosas. [En Archivo General de la Nadón. Sección Farini, Leg. 18.]

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