El epitafio de Macri: Boca es Pueblo
Riquelme, lejos de quererlo, se convirtió en héroe nacional. Las elecciones en Boca tomaron una dimensión política inusitada para los ritos dionisíacos que las disputas internas adquieren en el ámbito futbolero. Sin mayor estridencia que su propia forma de ser, el 10 puso la pelota bajo la suela de su visión de la vida y manejo los tiempos de la puja electoral. Del otro lado, los caníbales del capital se desesperaron al ver que la torta le quedaba lejos de las fauces e hicieron todo lo posible para desgarrar el mundo Boca. No lo lograron. Sobre todo porque más allá de la iracundia electoral el pueblo no siempre es fácilmente arriado por el desquicio.
Macri se creyó amo y señor. Terminó tendido en el piso gimiendo, un poco por ansiedad y un poco por repulsión a ese pueblo que vuelve a castigarlo de manera contundente. La puesta en marcha de la estructura de poder no pudo con la humanidad. Ese dato, que parece sobreactuado en un mundo hipermaterializado, descompone todo análisis sobreabundante en caracterizaciones impropias. Es que en cada apreciación de coyuntura se establecen lazos comunicaciones que pierden de vista su ubicación y su tiempo. Muchas veces son miradas tilingas pero sobre todo europeas.
La Boca no es un barrio “domesticable”. En su ADN persiste la conciencia de una rebeldía natural que se yergue por encima de los empréstitos políticos que se acuerdan por debajo de la mesa y de espalda al pueblo. Esa es la génesis de un barrio que se constituyó sobre la vera del río y con trabajo. El río, como algunos sabemos, no se suele disciplinar al orden natural de los causes artificiales. Es rebelde por naturaleza y en su ira desborda toda contención posible y cuando lo hace su furia abarca contornos inimaginables.
Esa herencia es la que se transmitió históricamente al campo del juego a través de los pies inigualables de ciento de gladiadores pobres, que bajo el sol tremendo del verano calcinante o del frío abrumador, levaban anclas para navegar sobre las aguas inquietas de los sueños postergados. La Boca y Boca son las manos llenas de llagas de los trabajadores que se aferraban a los cabos de los barcos para campear las tormentas de los estómagos vacíos.
La historia se contrapone a las iniciativas predadoras proclamadas por Macri. Sobre todo porque sus proposiciones descomponen toda línea de conducta ética y más allá de las coyunturas internas y externas, aún persiste en la conciencia popular ese lineamiento que establece que ciertas fronteras no se cruzan.
Mauricio Macri y su ladero Andrés Ibarra, hicieron campaña contra Boca, contra sus socios, contra los hinchas del fútbol en general y contra el barrio. Arropados por los cobertores agujereados de las elecciones generales nacionales, asumieron que la perspectiva de esperanza en el cambio los iba a cobijar para dar rienda suelta a sus ambiciones en el club. El ingeniero no aprende. Su estilo vulgar como soberbio, tan narcisista como simplificado por una verba flaca, le impidió ver el rechazo que gran parte del conjunto social tiene para con su persona.
A esa perspectiva sumaron al presentante de las “Fuerzas del cielo” devenido en presidente de la Nación. Un tipo boca floja que en el pasado no muy lejano manifestó su traición a Boca. El domingo, no tuvo mejor idea que concurrir a la Bombonera para votar. Le llovieron las puteadas como una marea que crece desde el subsuelo de la patria sublevada y no reconoce rangos sociales. A una semana de haber asumido como Mandatario Nacional, Milei sintió el caluroso repudio de la gente de trabajo. Roma no paga traidores.
Ante tanto despropósito Riquelme optó por seguir siendo Román. El pibe sencillo que disfruta lo que hace y se respeta a sí mismo. Este contraste es notorio entre tanto periodista que se pone de rodillas y tanto presidente que se arrastran para alcanzar los huevos de la serpiente. Román humanizó la campaña, se alejó de los círculos cerrados, se rodeó con su gente de confianza y asumió la conducción de la organización y la resistencia. Puso por delante el programa que definió su línea de conducta y pregonó con una práctica simple que mejor que decir es hacer.
Si la mente está tapada será difícil obrar con lucidez. Riquelme dio una lección: El Movimiento Nacional necesita gente de su pueblo haciendo política más que un puñado de profesionales de la política que en la primera de cambio se refugian a su reducto de zona segura. Román no fue relato. Se contó a sí mismo desde la periferia. Ese es su lugar y por eso Boca se convirtió en su sitio. Entendió al trabajador hincha de Boca y se empoderó: Poder es que te amen.
Macri y Milei no pueden pelear contra eso. No son amados. No tienen nada para ofrecer más que destrucción y odio. Olvidan que la política como el fútbol también es pasión. Ojo, ellos saben como caminar entre la mierda. Huelen a ella pero disimulan su hedor con perfumes importados. En algunos momentos eso le es suficiente. Pero otras veces no alcanza, por eso recurren a las artimañas de la descalificación y la mentira. Le pegan a la verdad en el piso hasta lastimarse los puños. Sangran y se lamen las heridas entre ellos, mientras el resto del mundo gira a otro ritmo y detesta tanto el olor a mierda como el aroma de la sangre fétida.
No es el fin. Está claro. A penas si esto comienza. Pero el triunfo electoral de Riquelme en un club como Boca abre una puerta de salida del laberinto. No porque Román vaya a jugar en la liga de la política nacional. Para nada. Si no que marca un rumbo como ejemplo. Saltar las vayas de la rosca. Eludir el mensaje mediático amañado. Respetarse a sí mismo. Cosa que enseña el fútbol, aunque muchos no lo crean.
“Nunca tuvo la capacidad de amar”, declaró Mariano Macri en el libro Hermano, de Santiago O’ Donnell, refiriéndose a Mauricio. Claro está, en política no todo está reducido a la emoción. Pero sin ella tampoco se puede caminar. Macri es un ser desnaturalizado. Un ser sin alma y sin pasión. Un personaje que durante su último suspiro buscará traicionar al Diablo para quedarse con el Infierno. Ahora se ha quedado un poco más solo. Abrazado a sus cuentas bancarias.
Boca fue su trampolín a la política nacional pero también su tumba. Después de esta derrota su espacio quedará aún más reducido. Su capacidad de daño probablemente también. Expuso a Milei, que corrió como cordero al matadero, y destruyó a su sirviente Andrés Ibarra. Todo lo que toca se desarma y sangra. En las últimas horas, refugiado en la coraza de su cobardía, emitió un comunicado plagado de resentimiento y frustración. El dinero no puede comprar amor.
La farsa se derrumbó. La conciencia popular afloró más allá de los diagnósticos apocalípticos. No todo es lo que parece. Por un momento, La Boca salió de ese estúpido aquelarre banalidad y consumo de exportación y recuperó el perfume de su identidad. En sus calles, si uno mira bien puede ver la remembranza de las murgas y el clamor de los pibes que, sobre el asfalto, jugaban sus propios mundiales, entre la pobreza y los sueños del país posible.
Ganó Riquelme pero ganamos todos. Hubo lágrimas en los ojos. Una elección condensó mil batallas. Una vez más, tal vez no haya pasado mejor, pero allí no habita el olvido. Azul y Amarillo. Esos fueron los colores con los cuales se pintaron las biografías de muchos de nosotros. Esos colores, que son más que colores, el domingo volvieron a brillar y en el medio de la tormenta las nubes se abrieron para dar lugar a la fe como lo posible realizable. No hay derrota posible si se sabe escuchar y caminar junto al pueblo.
Desde Arabia Saudita, seguramente, Macri pergeñe su venganza. El frío de la soledad le soba el lomo. Es probable que no se percate de ello. Pero el último domingo en la Bombonera se veló su maldito cadáver. Judas río de pie junto a su féretro y el Diablo lo miró con recelo, sin dejar de esbozar una sonrisa irónica y maliciosa. En su epitafio pudo leerse: Boca es Pueblo.
Fotografía de Tapa: Agencia Télam.
18/12/2023
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