Querido Ceferino ¡No te dejes hacer rubio!
También nos ha sorprendido a muchos que en las populares celebraciones de tan magno acontecimiento cristiano se mostraba en pancartas tu plácido rostro mapuche con cabello rubio. Buscarán algunos "huincas" (blancos) crearte una imagen de ¿"gringo"? aunque no existe una raza distinta para los indígenas. La antropología reconoce una sola: la humana. Ello no obstante, y sin que merezca categoría científica, vulgarmente se habla de tres razas: blanca, negra y amarilla.
Inventar otras categorías es incursionar en la mala fe de dividir con intenciones discriminatorias racistas a personas y pueblos. Esos son inventos fundados en especial en otros intereses tales como el patrioterismo o caracterizaciones clasistas.
La importante distinción de beato recibida es por tus condiciones humanas demostradas ante toda la sociedad y en especial a tu sufrida colectividad. No dejes que te encasillen ni etiqueten ahora que aumentará la devoción de tus seguidores y la exaltación de tu comunidad como conjunto de familias socializadas.
Los indígenas originarios de nuestra América, con raíces milenarias, es decir, más que centenarias, no poseían el egoísta sentido de la propiedad por la que los poderosos han hecho derramar demasiada sangre a través de la historia. Ustedes pensaron siempre que "no somos dueños de la tierra, sino la tierra es nuestra dueña". Y eso no tiene precio. La veneración de la Pacha Mama (Madre Tierra) no es un ideario del paganismo sino del humanismo.
La tierra es para los indígenas el lugar donde se vuelve. "Del polvo venimos y al polvo vamos" es un precepto evangélico. Por ello creo que tus restos deben volver a Chimpay (Río Negro), donde nacistes, o a San Ignacio (Neuquén) donde luego se radicó tu familia hasta ahora. Allí entre los tuyos los ayudarás a que se instruyan y desarrollen de acuerdo a tus profundos deseos católicos. Católico en el sentido de universal, como fue caracterizada la Iglesia Romana.
En esas tierras padecieron los tuyos mucho dolor, despojos, esclavismo, dispersión y discriminación. Si tu mueres de tuberculosis fue por carencias en tu nutrición infantil y al contagio importado, mal antes desconocido en estas tierras como fueron los estragos de la terrible viruela, en especial entre negros e indígenas.
1965: la primer escuela
En 1965 tuve el honor de estar en San Ignacio en la inauguración de la primera escuela construida y puesta en marcha para los mapuches, tus antepasados.
El entonces gobernador de Neuquén, Don Felipe Sapag, un hijo de esa provincia, aun en vida y ya convertido en leyenda, me invitó como rector de la Universidad del Neuquén a la ceremonia donde todos nos emocionamos al ver como se valoraba ese primer paso en la instrucción de tu pueblo, tu vieja aspiración para la cual estudiabas. Tu deseo se empezaba a cumplía 60 años después de tu muerte.
En el viaje en automóvil de Neuquén a San Ignacio el gobernador me contó que el última encuentro con el cacique, a quien visitó unos pocos meses antes, éste fue muy duro con él. Apenas lo saludó secamente le preguntó: "¿Usted viene como tantos políticos lo han hecho desde hace más de medio siglo a prometernos una escuela y nunca nadie cumplió?".
Cosa de un kilómetro antes de llegar a la casa del jefe de esa comunidad, nos enfrentamos con una veintena de jinetes indígenas, bien ataviados con sus ropas tradicionales. Venían a dar la bienvenida al señor Don Gobernador Felipe (así lo llamaban) y brindarle una escolta de honor hasta la vivienda del cacique, quien lo esperaba rodeado de familiares y capitanejos.
La última hermana de Ceferino
Lo más inolvidable para mí de esa jornada fue el conocer y abrazar a tu familiar más cercano viviente, tu última hermana, Doña Fermina Namuncurá de Coitín, a quien traté hasta su muerte en el Hospital de la capital de la provincia. Sus restos fueron sepultarlos en el cementerio mapuche de San Ignacio.
Doña Fermina en 1965 estaría cerca de los 80 años y vivió 2 más. Menuda, delgada, de piel curtida por los vientos fríos del lugar. Humilde al extremo pero siempre sonriente. Decía vivir dichosa en su casita rústica, de piso de tierra, con un terreno donde ella misma se cultivaba maíz y legumbres para alimentarse y poseía unas pocas gallinas y un par de chivas.
Hija y nieta de guerreros y hermana de un "santito"
Del gran cacique Juan Calfucurá, su nieta Doña Fermina no tenía recuerdos personales porque, murió antes de nacer ella, pero si por tradición oral sabía cuánto lo admiraban y querían todos los mapuches y su numerosa familia. Del padre, Manuel Namuncurá, quien falleció cuando era muy chica, si conservaba dichos de su fama de hombre valiente y generoso y que sufrió muchas persecuciones. Hablaba con orgullo de los suyos pero evitaba contar las penurias vividas. Ella siempre estaba contenta. Reía más de lo que hablaba y su rostro mostraba facciones de haber sido una mujer hermosa.
Su apellido tuvo vigencia en la historia argentina por más de 8 décadas. Calfucurá era llamado en la prensa porteña "El Napoleón de las Pampas" por las victorias obtenidas ante ejércitos comandados por generales a quienes derrotó una y otra vez, siempre en combates de "lanzas contra fusiles". Y así triunfaba con su audacia y capacidad de estratega, con la ventaja de un conocimiento minucioso del terreno, atrayendo al adversario a dar batalla donde las condiciones le eran más favorables. Murió en 1873, ya centenario.
Tu padre, Manuel Namuncurá siguió sus combates por defender a los suyos y la tierra ancestral. Trató la paz con el gobierno y se instaló en Chimpay (Río Negro), para luego radicarse con los suyos en San Ignacio (Neuquén), en tierras algo mejores. Las autoridades de Buenos Aires le otorgaron el grado de coronel, cuyo uniforme usó hasta su muerte. Éste, como su padre, había nacido en Chile instalándose luego definitivamente en las pampas donde fue jefe de la Confederación de Salinas Grandes.
Más o menos a fines de la década de 1960, autoridades militares despidieron en el Aeropuerto de Neuquén a un adolescente, integrante de la familia del desaparecido Coronel Namuncurá, quien viajaba a Buenos Aires por habérsele concedido el ingreso a la Escuela de Suboficiales del Ejército.
Es de recordar que el propio General Perón reconoció en su exilio de Madrid, que debió ocultar su origen materno tehuelche porque de saberse, no hubiera podido entrar al Colegio Militar. Eran otros tiempos.
Ceferino "Venerable"
La inteligencia y devoción de Ceferino fue advertida y estimulada por los padres Salesianos, quienes lo trasladaron a Buenos Aires a estudiar y luego estuvo en un seminario. Llevado a Roma adquirió notoriedad. El Papa Pío XII lo recibió en audiencia especial. En 1972, otro pontífice, Pablo VI lo declaró "venerable", es decir, objeto de veneración por la cristiandad.
Ahora es "beato" y está en camino de ser santificado por haberse probado el haber realizado milagros.
Pero ¡por favor, no lo hagan "rubio"! Déjenlo conservar su identidad. Esa identidad en que se reconocen sus paisanos. Aquellos que en los solitarios caminos de la Patagonia le han erigido pequeños santuarios donde los humildes se detienen a ponerle florcitas silvestres y acompañan al "santito" Ceferino en sus esperanzas expresas de una vida mejor para todos los indígenas.
Nota: Creo que por el hecho de haber vivido 10 años en la Patagonia y conocerla bastante bien, puedo hablar con conocimiento de causa y lo he expresado en mi libro "El Rey de Araucanía y Patagonia" – Corregidor – dos ediciones (1995-1996). Como no me siento "intelectual", calificativo que también odiaba Arturo Jauretche, estimo interpretar lo que sienten y significa para los múltiples devotos de Ceferino en el ambiente climáticamente hostil de la Patagonia y la fe que sienten por su "santito". Esto es muy pero muy difícil que los intelectuales a la violeta pueblerinos puedan entenderlo cuando se han lanzado a ironizar y hasta burlarse del acontecimiento y la beatificación del hijo y nieto de dos guerreros sacrificados por los gringos de afuera y de adentro.
Fermina Namuncurá de Oitín, en 1965, en la comunidad de San Ignacio, hermana del beato Ceferino. En la foto en primer término. Detrás de ella, figuran el Obispo de Neuquén Monseñor de Nevares, y el entonces gobernador de esa provincia, Don Felipe Sapag y el autor de ésta nota (con anteojos ahumados).