Revista SIETE DÍAS, diciembre de 1968.
YUGOSLAVIA: TITO, O COMO SOBREVIVIR A LOS RUSOS
Josip Broz, Tito, y su mujer Jovanka en la residencia que habitan en las afueras de Belgrado, capital de Yugoslavia. El mariscal soportó la primer amenaza rusa en 1948, cuando Stalin censuró su original socialismo. ¿Romperá con la URSS? Dentro del bloque comunista, el presidente de Yugoslavia es un rebelde ideológico. Luego de criticar la invasión rusa a Checoslovaquia, el ex guerrillero debería enfrentar una posible intervención a su país. “El camarada Tito se puso su uniforme de guerrillero”, es el comentario que hoy recorre las calles de Belgrado, capital de Yugoslavia; una frase simbólica, pues Josip Broz, alias Tito, mariscal y presidente, sigue usando ropa civil y sólo para grandes ocasiones se engalana con rimbombantes prendas guerreras. Lo que esa frase señala es que, como ocurrió en 1943 frente a la invasión nazi, la nación entera está dispuesta a luchar junto a Tito por su independencia. El posible invasor ya no es fascista, ni siquiera capitalista: es el “hermano grande” socialista, nada menos que la Unión Soviética. Con la invasión de la URSS y de sus aliados del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia, la etapa de distensión con Yugoslavia, inaugurada por Nikita Kruschev en 1955, ha concluido bruscamente: Tito, el gran herético, es otra vez amenazado por Moscú.
La primera amenaza partió de José Stalin, en 1948. Tito, quien con sus campesinos armados había tenido en jaque durante cuatro años a sesenta divisiones alemanas, no sólo era el presidente y el héroe nacional de Yugoslavia, sino el inventor de un socialismo original que pretendía salvaguardar su independencia frente a Moscú.
En 1939, el embajador ruso Alejandro Maiski decía en Londres a lord Halifax, con respecto a Europa oriental y central: “La URSS también tiene su doctrina Monroe”. Ahora Moscú parece dispuesta a defender esa doctrina y a hacer respetar, si es preciso con sangre, la bipartición del mundo que surgió de Yalta. La invasión de Checoslovaquia es la primera etapa de esta reactualización de la doctrina Monroe, versión soviética. Los jerarcas soviéticos parecen recordar al amigo de Stalin, el viejo Molotov, quien en 1955 decía a Nikita Kruschev: “Si toleramos el cisma de Yugoslavia, su ejemplo será un reguero de pólvora que pondrá en peligro nuestro bloque europeo”. Kruschev no le hizo caso; se sentía fuerte como para ser tolerante con el hereje yugoslavo.
La troika que actualmente dirige la URSS ya no se siente fuerte, ni fuera de sus fronteras, donde pululan los desafíos, ni dentro de su propio territorio, que ya no es más ese gigantesco monolito sobre el que se asentaba Stalin. Por eso su prensa se desencadena en un ataque sin precedentes contra el camarada Tito y todo el sistema socialista yugoslavo. La pequeña nación responde: las milicias obreras se entrenan todos los días, organizaciones de guerrillas están preparadas en cada rincón del territorio, y periodistas extranjeros, como Serge Mallet, de Le Nouvel Observateur, pueden ver grupos de campesinos limpiando sus ametralladoras y sus fusiles de 1944.
Así se dan los vuelcos más extraordinarios: Albania, que hasta hace poquísimas semanas imitaba a China en sus constantes denuestos contra el gran revisionista Tito, ahora publica los discursos con que éste hace saber a la URSS su voluntad de no aceptar ninguna intromisión, y suspende toda crítica contra el ex réprobo. Ocurre que Yugoslavia es el paragolpes geográfico que se interpones entre la URSS y la pequeña Albania. Igualmente. China depara enormes sorpresas: no sólo defiende a Checoslovaquia, cuya liberalización choca con la esencia misma del maoísmo, sino que acumula tropas en la frontera con la URSS, “en previsión de que la camarilla revisionista de Moscú ataque a Rumania”. La mayor sorpresa la depara la NATO (según irreverentes observadores del periódico italiano L’Expresso, los Estados Unidos…), que anuncia amenazadoramente a la URSS que “su esfera de interés en Europa se extiende a Austria, Yugoslavia y Albania”. Que los Estados Unidos “defiendan al pequeño satélite de China es el mundo al revés”, dice L’Expresso.
Mientras se tejen y destejen premiosas conjeturas, Yugoslavia confía en su mariscal de 77 años, quien reta de igual a igual a la URSS, mientras mantiene cordialidad, pero también distancia, con los EE.UU., al que no deja de acusar cuando lo juzga necesario. La advertencia de la NATO y una previa intervención de los EE.UU. a favor de Rumania pueden moderar los ardores de Moscú, empeñada, según la revista británica The Economist, en “crear un Commonwealth soviético en base a la teoría de la soberanía limitada de las otras naciones-socias”. Entre tanto, Tito (quien recibió hace una semana a Raymond Tournoux, del semanario francés Paris Match, en una entrevista que Siete Días reproduce con carácter de exclusividad) da pruebas de su perdurable habilidad política. Si Moscú no invade a Yugoslavia, la cohesión nacional habrá ganado un valioso impulso que permitirá sobrellevar dificultades económicas; si la invasión se produce, Tito vestirá nuevamente su viejo uniforme de guerrillero y trepará otra vez a la montaña para defender la soberanía de Yugoslavia.
El drama de Checoslovaquia fue un impacto en el corazón de Yugoslavia. Ustedes permanecen alertas y con las armas al alcance de las manos. Sin embargo, ya no parecen temer más que la URSS los invada.
No, no tememos una invasión de la URSS y no la temimos jamás, aún durante la crisis de Checoslovaquia. Pero, forzosamente, tomamos todas las medidas de precaución. Nuestra confianza fue mellada por los sucesos.
La crisis de Checoslovaquia es la que ustedes vivieron hace 20 años. Sin embargo, la URSS no invadió entonces a Yugoslavia.
No, a pesar de que en 1948 Yugoslavia estaba completamente aislada. Todo el movimiento comunista internacional nos agredía. En 1968, la posición de Checoslovaquia era muy diferente: gozaba de simpatía en casi todo el mundo, y los partidos comunistas occidentales la apoyaban. Nosotros estábamos “excomulgados” y en nuestras fronteras oíamos resonar la amenaza de las armas. Pero estábamos decididos a luchar y preparamos todo para defender nuestra independencia y nuestra vía propia hacia el socialismo. Stalin se dio cuenta a tiempo de las consecuencias de un acto irreflexivo de agresión: cuando un pueblo está decidido a pelear, es muy difícil vencerlo. Stalin era un hombre inteligente y yo siempre lo consideré como un realista. Ahora bien: en calidad de hombre de Estado se mostraba muy brutal frente a las aspiraciones del pueblo. El stalinismo hizo mucho daño.
En Occidente hay importantes personalidades que lamentan que Checoslovaquia no hay luchado contra los invasores. ¿Qué piensa usted?
No hubiera sido más que un inútil derramamiento de sangre. La reacción de los países occidentales, y en especial de los Estados Unidos, fue blanda. ¡Notablemente blanda! La situación de Checoslovaquia era muy particular y se obró sensatamente. Claro que en Yugoslavia, aunque lo quisiéramos, no podríamos obligar al pueblo a quedarse con los brazos cruzados.
¿Fueron razones ideológicas o móviles estratégicos los que llevaron a la URSS a la intervención militar?
Los dos.
Se suele sostener esta tesis: la URSS aplicó los frenos en Praga porque prevé un enfrentamiento con China dentro de unos diez años y quiere fortificar su bloque en el Oeste.
Mi opinión es completamente distinta. La intervención de la URSS fue negativa para todos y creó problemas en vez de resolverlos. Los métodos soviéticos hicieron que el pueblo checoslovaco se llenara de desconfianza y amargura. Así no se consolidó nada. Fue un error imponer la voluntad de los dirigentes de un estado a otro estado independiente.
En síntesis, usted no cree que la perspectiva de un conflicto con China explique la actitud soviética. Sin embargo, China se muestra dispuesta a socorrer a Albania y hasta a Rumania contra la URSS. Pekín interviene cada vez más en los asuntos europeos.
Es cierto. Pero China está lejos y es muy difícil que los chinos lleguen hasta aquí. En cuanto a la acción de la URSS en Checoslovaquia, contribuye a perjudicar las relaciones -ya muy deterioradas- entre soviéticos y chinos. Y en lo referente a Albania (si bien China la ayuda, sobre todo con armamentos), se encuentra adosada a nuestro país; contar con una Yugoslavia independiente y decidida a defender su independencia le resultaría un sostén mucho más importante.
¿Existe para usted un “peligro alemán”? ¿La voluntad de revancha germana es una realidad o un mito?
Habría un verdadero peligro si el revanchismo de Alemania Federal, que está apenas en su etapa inicial, continuara desarrollándose, lo que no es el caso por el momento. Muchas declaraciones soviéticas se toman como prueba de una confrontación entre la URSS (o mejor dicho, el Pacto de Varsovia) y el Pacto del Atlántico, es decir la NATO. Si el Pacto del Atlántico y el revanchismo alemán llegaran a coincidir en criterios y objetivos, sería algo muy distinto y sumamente grave, que justificaría la actitud actual de la URSS.
Dejando de lado el peligro militar, la penetración económica de la Republica Federal Alemana en Europa central y oriental, ¿no puede constituir una amenaza en zonas estratégicas de la URSS?
No lo creo. Sin duda, la aspiración de Checoslovaquia de tener más contactos comerciales con Alemania oeste y los demás países de Occidente disgustó a la URSS. Fue un error. El ejemplo yugoslavo lo prueba: desde hace veinte años tenemos relaciones económicas muy intensas con Occidente y seguimos siendo un país socialista. Al mismo tiempo, hemos insistido en la necesidad de desarrollar cada vez más ampliadamente nuestras relaciones con la URSS y los demás países socialistas.
Precisamente, puede haber movilizado a la URSS el ejemplo de ustedes. Se habrán dicho: “Después de Yugoslavia, Checoslovaquia rompe el sistema y debilita la defensa”.
El régimen socialista de Yugoslavia, basado en la autogestión, suscita críticas. Pero nosotros no pedimos recetas a nadie y tampoco se las damos a los demás. Lo cierto es que hay una tendencia general a la democratización del desarrollo socialista. Según mi análisis, el móvil principal de la invasión de la URSS a Checoslovaquia fue impedir que se desarrollara allí un socialismo democrático.
¿Entonces usted no cree en la “contrarrevolución” denunciada por los soviéticos?
Oh, por cierto, existían en Checoslovaquia elementos reaccionarios y contrarrevolucionarios. Yo mismo dije a Dubcek y a los camaradas de la dirección Checoslovaca que debían tomar una actitud más enérgica y decidida contra esos elementos, por otra parte irresponsables. De todos modos, la razón de intervenir en Checoslovaquia fue, esencialmente, impedir el proceso de democratización socialista; por lo demás, los checoslovacos podían defenderse muy bien, pues contaban con un partido comunista y una clase obrera fuertes y ejército bien preparado.
Entonces, ¿la Unión Soviética no estaba obligada a la intervención y podía haber encontrado otras vías para solucionar diferencias con Checoslovaquia?
Los dirigentes soviéticos proclaman su voluntad de lograr un arreglo pacífico de todos los problemas en las relaciones internacionales. ¡Razón de más para aplicar esos principios pacíficos a la solución de los problemas que se plantean dentro del propio campo socialista!
Yugoslavia aspira, como Checoslovaquia en su breve primavera, a dar rostro humano al socialismo; por otra parte, personifica un comunismo nacional.
¡No estoy de acuerdo con esa fórmula de comunismo nacional! Somos y seremos ante todo internacionalistas. Es cierto que aspiramos a que el socialismo coloque en primer plano al hombre y que el desarrollo social adquiera al máximo un carácter humano. Pero no es un fenómeno típicamente nacional el que, como nosotros, los checos y los eslovacos hayan querido suprimir los métodos dogmáticos, rechazar la arbitrariedad, dar al socialismo un contenido humano. Al contrario, ésas son las aspiraciones generales de las fuerzas progresistas en el mundo entero. Por supuesto, las nacionalidades deben poder expresarse plenamente en este cuadro de un socialismo humano. El que no respeta a su propio pueblo no puede respetar a los otros pueblos. Pero defender los derechos de las nacionalidades implica asumir obligaciones internacionales.
¿El marxismo-leninismo es compatible con un socialismo humano?
Toda la ideología marxista-leninista está penetrada de humanismo, esencial en ella.
Entonces, ¿la situación actual no permitiría hablar de un fracaso de esa ideología?
Lo más importante no es dictaminar si todos los regímenes que se titulan socialistas lo son ya, y auténticamente. El hecho básico es que la idea del socialismo predomina hoy en el mundo; y la evolución general marcha hacia una sociedad conducida por esa ideología, donde se garanticen la liberación y la dignidad del trabajo, el pleno desarrollo de la personalidad humana.
Parece usted subestimar los logros de la democracia en países donde se afincó hace tiempo, como Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos.
Si los pueblos que habitan esos países están conformes, yo no tengo ningún reparo contra la democracia de tipo occidental. Sin embargo, aun en el sentido clásico de la democracia, ¿son democráticos los Estados Unidos? A mi juicio, no. La democracia no puede existir cuando perdura la discriminación racial.
Pareciera que, en nuestra época, la lucha de las razas reemplaza la lucha de las clases.
Al contrario. Son las diferencias raciales las que se transforman en luchas de clases.
¿Teme usted, como el general De Gaulle, que estalle un conflicto mundial, o, más bien, que se vuelva a la guerra fría?
¿Cómo no temer un conflicto mundial? La guerra fría lleva a la guerra caliente.
La flota soviética crece no lejos de las costas yugoslavas, en el Mediterráneo, mientras se refuerza la VI Flota de los Estados Unidos. ¿Qué opina usted?
Como ya hacía tiempo que los barcos estadounidenses estaban en el Mediterráneo, en un primer momento la llegada de los navíos rusos parecía equilibrar la situación de los países árabes frente a Israel. Pero ahora estoy convencido de que sería mejor si en el Mediterráneo no estuvieran ni la flota soviética ni la estadounidense.
En Yugoslavia se habla mucho de libertad, pero no hay pluripartidismo.
Desde el comienzo no se planteó la cuestión de crear un sistema pluripartidista. ¿Por qué? Simplemente porque casi todos los dirigentes de los partidos burgueses se habían comprometido colaborando con el ocupante, o habían huido al extranjero. Las masas se plegaron a nuestro movimiento de liberación y adoptaron integralmente nuestro programa.
El sistema económico yugoslavo, ¿en qué consiste? Se afirma que les acarreó serias dificultades…
Tenemos un sistema de autogestión: las colectividades de trabajo asumen ellas mismas la gestión de la empresa. Este sistema ya está tan enraizado en la mentalidad y en la práctica de nuestros compatriotas que nada puede reemplazarlo. En estos últimos tres años logramos vencer las peores dificultades. Ya sabíamos que nada iba a ser fácil, pero igual logramos buenos resultados. Aseguramos la estabilidad del dinar (moneda yugoslava); logramos mantener los precios en el mercado interno; restablecimos en una medida bastante satisfactoria el equilibrio de nuestra balanza de pagos; las exportaciones aumentaron, y la modernización y automación fueron introducidas ya en un 55 por ciento de nuestras empresas.
¿Qué puede poseer un yugoslavo?
Podría comprarse una casa, un departamento en la ciudad o una residencia de verano, por ejemplo. Los campesinos tienen casa propia, y también cierto número de habitantes urbanos. No toda la propiedad privada está prohibida en Yugoslavia.
¿Puede ser dueño de la tierra?
Si él mismo la hace producir, puede llegar a tener diez hectáreas de tierra arable. Puede también convertirse en propietario de un taller artesanal, o bien de un restaurante, siempre que no tenga más de cinco empleados.
¿Es cierto que el stalinismo perdura en la URSS? ¿Podría surgir allí un nuevo Stalin?
El pasado nunca vuelve. Es cierto que quedan restos de stalinismo en la URSS, pero la sombría época staliniana ya fue superada.
¿Es verdad, señor presidente, que en 1953, poco antes de morir, Stalin había dado orden de hacerlo matar?
Carezco de datos concretos al respecto.
Una última pregunta: ¿prefiere que lo llamen señor presidente, mariscal, camarada Tito, o bien por su verdadero nombre, Josip Broz?
Camarada Tito. Pero dejo que mi interlocutor elija el nombre que más le guste.
*Fuente: www.elhistoriador.com.ar