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SAN MARTÍN DESPUÉS DEL DESASTRE DE CANCHA RAYADA*

Reorganización política, social y militar de las fuerzas patriotas

La sorpresa del jueves 19 de marzo de 1818

La derrota del ejército patriota en Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818, demostró la singular fortaleza de San Martín para sobreponerse a las más adversas calamidades. Cuando todo parecía perdido, el 5 de abril, solo diecisiete días después de Cancha Rayada, estaría nuevamente firme y erguido frente al enemigo en Maipú. "La Patria es libre" pronunciaría victorioso ese día.

En Cancha Rayada, terreno ubicado entre el río Lircay y Talca, se produjo el único traspié del ejército bajo las órdenes del gran Capitán, con la particularidad que esta derrota pudo haber comprometido toda la suerte de la guerra de Independencia de Sud América.

La confusión que se produjo en nuestras tropas es imposible de describir. Allí no había voces de mando, porque era imposible hacerse oír por el ruido de las descargas, la disparada de caballos, de mulas cargadas con la artillería, y hasta los bueyes con la artillería de línea y carros de municiones se precipitaban al rio, cayendo con estrépito, acompañado todo esto de los gritos de los conductores, junto con los relinchos de los caballos que huían atropellando a cuantos encontraban”.

O`Higgins, que en un principio resistía con tres batallones de infantería, se vio de golpe con uno solo, y en medio de la confusión recibió un balazo que le fracturó el brazo derecho a la altura del codo. San Martin, que seguía muy de cerca la acción desde el cuartel general ubicado al pie de los cerrillos de Baeza, vio caer a su lado al ayudante Juan José Larraín. Persuadido de la cuasi completa dispersión de su ejército mandó a retirar la reserva y a iniciar la retirada hacia la Villa de San Fernando.

En ese terrible contexto, una división del ejército patriota pudo salir airosa de la confusión. Comandada por el coronel Hilarión de la Quintana, logró realizar a tiempo el cambio de posición ordenado por San Martin, antes del ataque sorpresa. Quintana ya estaba reunido con el Estado Mayor aguardando órdenes cuando se produjo el desastre, por eso quien comandó la división fue el coronel Juan Gregorio de Las Heras, el héroe de la infausta jornada.

Observó Las Heras la escena por momentos dantesca de lo que ocurría en el teatro de operaciones, consultó al joven Blanco Encalada jefe de la artillería patriota, quien le informó no tener un solo cartucho, perdidos por completo en aquella acción. Tampoco contaba con ningún elemento de caballería, razón por la cual era imposible pensar en alguna acción ofensiva con buen desenlace. He aquí la gran lucidez del bravo coronel de preservar los tres mil quinientos hombres de su división y no empeñarlos en la confusión reinante, dando inicio a la que puede ser considerada como la retirada más importante y trascendente de nuestra historia militar.

Dispersión y Repliegue

San Martín y O`Higgins partieron del cerrillo de Baeza rumbo al norte, a marcha lenta habida cuenta la herida que padecía el segundo. Ya en Quechereguas, el General chileno se manifestó proclive a establecer en esa localidad el cuartel general y preparar las fuerzas para una defensa. San Martín “concluyó por convencer a O`Higgins que un ejército en dispersión, sin municiones y dominado por el pánico no era prudente pensar en una batalla”.

Asimismo, ordenó partidas a efectos de reunir a los elementos dispersos, para luego continuar su marcha hacia Chimbarongo. Allí, notificado de la cercanía de la división de Las Heras, decidió salir a su encuentro el 21 de marzo, como un gesto de reconocimiento por la valerosa actuación del coronel y de su división, que con una disciplina espartana llevó adelante una marcha forzada, con alarmante escasez de víveres producto de la dispersión y para disipar los rumores e incertidumbres de los heroicos soldados que, según el propio Las Heras creían que San Martín y los demás cuerpos del ejército habían sido destrozados en la batalla. Las Heras continuó su marcha hacia la capital con la orden de evitar comprometerse en acciones contra el enemigo.

A estas alturas, San Martin comprendió que había esperanzas. Pese a la tremenda dispersión de la noche del día 19, solo había tenido 120 bajas, algunos prisioneros, aunque se había perdido toda la artillería del ejército de los andes y todo el parque, pero que aún se conservaba la de Chile. San Martín escribió: “Campado el ejército de mi mando en las inmediaciones de Talca, fue batido por el enemigo, y sufrió una dispersión casi general, que me obligó a retirarme. Me hallo reuniendo la tropa con feliz resultado, pues cuento ya 4000 hombres desde Curicó a Pelequen…”.

Anarquía política y caos social

Si las aguas parecían calmarse en las huestes de San Martín, absolutamente lo contrario se vivía en Santiago. La noticia de la derrota llegó a la capital en la noche del día 20 (Viernes Santo), de la peor manera, de boca de aquellos que lograron escapar de la trágica jornada.

Rumores de toda índole inundaron la capital. Se decía que San Martin y O`Higgins habían muerto, que el ejército fue totalmente destrozado, que las fuerzas realistas al mando de Osorio marchaban a tomar la capital, que todo estaba perdido. Los vecinos se agolparon frente al palacio de gobierno para tener más noticias, presos del pánico y de la incertidumbre. Otros cargaban sus pertenencias y partían a Mendoza. Los adictos a la monarquía española se frotaban las manos, en la convicción que el amo viejo recuperaba el control de la ciudadela de América.

Samuel Haig, testigo de los acontecimientos, en la mañana del sábado: “Las más extrañas versiones comenzaron a circular acerca de San Martin y O`Higgins, algunos decían que se habían embarcado en las inmediaciones de Valparaíso y que navegaban mar afuera. Otros, que habían cruzado la cordillera, y por último un testigo ocular afirmaba que había visto a San Martin fusilado sobre el campo de batalla”.

Mientras tanto, el coronel Luis de la Cruz, momentáneamente a cargo del gobierno chileno como director delegado no pudo más que retirar los caudales públicos para ponerlos a salvo y reunir algunas tropas en la capital. El contexto pareció superarlo, razón por la cual decidió convocar un cabildo abierto para el día 22 de marzo.

Si la situación era de por si harto compleja, el general Brayer, a la sazón jefe del Estado Mayor y testigo del traspié de la noche del 19 de marzo, terminó por liquidar cualquier dejo de esperanza. En pleno cabildo abierto y consultado por De la Cruz si era posible remediar lo sucedido, respondió que no había posibilidad de rehacer la derrota sufrida y que, por el contrario, la completa desmoralización del ejército y el estrago causado en sus filas disipaban, según él, toda esperanza de reparar el golpe.

Refiere Guido que todos quedaron mudos y consternados ante la declaración, tan calificada, como se suponía que era la de quien supo ser oficial de Napoleón. Pero estaba Guido que, anoticiado del parte de San Martín, habló para retemplar los ánimos: “Yo puedo asegurar a esta asamblea con irrefragables testimonios que poseo, que el general San Martín, aunque obligado a replegarse a San Fernando desde Cancha Rayada, dicta las más premiosas órdenes para la reconcentración de las tropas y reunión de las milicias”.

Tanto Guido como el chileno Manuel Rodríguez, otrora gran colaborador en la guerra de zapa sostenida por San Martín antes del cruce de los Andes, volvieron a ser tan eficaces como entonces para elevar los ánimos. Manuel reunió a trescientos jinetes jóvenes con los que formó una unidad llamada “Húsares de la muerte”. No obstante, su carácter díscolo, y su simpatía para con la política de los hermanos Carrera, lo llevó a afirmar que O`Higgins estaba muerto y que San Martin iba camino a Mendoza, mentiras lanzadas con la clara intención de detentar el gobierno.

Reasunción del gobierno

Enterado O`Higgins del clima cuasi anárquico que se vivía en la Capital, apresuró su marcha, pese al delicado estado de su salud y llegó a Rancagua en la madrugada del 23 de marzo. De acuerdo con San Martin, decidió adelantarse y entrar a Santiago en las primeras horas del día 24, para terminar con las intrigas de Manuel Rodríguez y reasumir el mando.

Reasunción del poder. La importancia decisiva de la conducción superior

Un día después, 25 de marzo, llegaba San Martin a Santiago recibido con muestras de júbilo. Con su uniforme cubierto de polvo y el rostro que evidenciaba las horas dramáticas soportadas, improvisó una arenga ante una multitud exaltada “Chilenos: Uno de aquellos sucesos que no es dado al hombre evitar, hizo sufrir a nuestro ejército un contraste. Era natural que este golpe inesperado y la incertidumbre os hiciera vacilar; pero ya es tiempo de volver sobre vosotros mismos, y observar que el ejército de la Patria se sostiene con gloria al frente del enemigo; que vuestros compañeros de armas se reúnen apresuradamente y que son inagotables los recursos del patriotismo. Los tiranos no han avanzado un punto de sus atrincheramientos. Yo dejo en marcha una fuerza de más de 4.000 hombres sin contar las milicias. La patria existe y triunfará, y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día de gloria a la América del Sur”.

Entre vivas y aclamaciones se acercó a San Martín un hombre de pueblo, un roto como se le decía entonces, para pedirle un abrazo. Su edecán, el irlandés John O`Brien hizo el gesto de alejarlo, pero San Martin optó por apearse del caballo y estrecharse en un abrazo en medio de grandes muestras de júbilo de la multitud.

Con este simple gesto, buscaba dar un golpe de opinión, cambiar la moral de la ciudad y con ella la de sus ciudadanos, pensando en reclutar la mayor cantidad de soldados. Quizás haya recordado en ese instante el prudente consejo dado años atrás nada menos que por Manuel Belgrano cuando le dijo que la guerra no solo ha de hacerse por las armas, sino con la opinión.

La estrategia de conjunto: gobierno, estado y pueblo unidos para reconstruir el ejército

Inmediatamente se resolvió hacer una junta de guerra. La situación era delicada en extremo, había que poner nuevamente de pie a un ejército golpeado y pertrecharlo, ya que como dijimos, toda la artillería de las fuerzas argentinas había quedado en poder del enemigo.

Es allí donde aparece la figura de Fray Luis Beltrán encargado de la maestranza y el parque, quién ya se había lucido en la logística y el ingenio aplicado para que la artillería logre cruzar la mole andina.

“En el conflicto originado por la sorpresa de Cancha Rayada y retirada a la Capital, el Gral. San Martín reunió una junta de guerra de los generales y jefes para decidir dos proyectos que asomaban, el uno, de sostener la capital a todo trance, y el otro, de retirar el ejército al Valle de Aconcagua para reforzarlo. Uno de los vocales de la junta opinó, que para mejor resolver sería oportuno oír al comandante del Parque, Beltrán. El Gral. lo mandó llamar, y al presentarse le dirigió la enigmática pregunta: “¿cómo estamos de municiones Sr. Comandante?” Y Beltrán respondió levantando el brazo: “hasta los techos Señor”. Esta respuesta fue la base de la Batalla de Maipo”.

La realidad indicaba lo contrario, la escasez de municiones era alarmante. No obstante, Beltrán y su febril actividad con el concurso de una notable leva de trabajadores, convocados sin reparar en sexo ni edad, harían posible fabricar hasta cincuenta mil cartuchos por día.

La célebre respuesta de Beltrán “estamos hasta los techos” es harto conocida y ha sido replicada en la basta bibliografía sanmartiniana. Es decir que, sin la reacción de San Martin, que efectivamente buscaba torcer la opinión hacia una acción ofensiva, y sin la oportuna respuesta de Beltrán otra pudo ser la historia.

La reunión de lo disperso

Acordada la acción ofensiva, San Martín continuó su irrefrenable actividad. Estableció un campo de instrucción en los llanos de Maipo, dispuso partidas de caballería en misión de exploración como vanguardia en Rancagua, remontó las unidades, planificó que en caso de un traspié sería la provincia de Coquimbo el punto de reunión, entre otras medidas. No en vano se atribuye a Las Heras la frase que “San Martin había descansado en diez días cuarenta horas y trabajado doscientas”.

Como bien señaló el historiador Augusto Barcia Trelles, con esas medidas el Libertador “…logró este verdadero milagro: reunir en su campamento nueve batallones- 4000 hombres- cuatro argentinos y cinco chilenos; tres regimientos de caballería, argentinos dos y uno chileno; 22 piezas de artillería, con más de 100 disparos por pieza, los parques completos, asistencias médicas, material sanitario y una caballada que cubría con exceso todas las necesidades del nuevo ejército reconstituido”.

Enterado Pueyrredón de la reconstrucción del ejército, envió un mensaje de aliento a San Martín: “Nada de lo sucedido, en la poco afortunada noche del 19 vale un bledo, si apretamos los puños para reparar los quebrantos padecidos. Nunca es el hombre público más digno de admiración y respeto, que cuando sabe hacerse superior a la desgracia, conservar en ella su serenidad y sacar todo el partido que queda al arbitrio de la diligencia”.

La heroica división de Las Heras entró a la capital el 28 de marzo. El Libertador envió un edecán para que aquella se detuviese en las afueras de Santiago, a efectos que sea recibida con todos los honores, como así ocurrió en medio de una aclamación popular y salvas de artillería.

Rearmar, reordenar, retemplar la moral y pertrechar al ejército para vencer.

San Martín redactó una serie de instrucciones para la batalla de Maipú que, como bien señaló Pacífico Otero, se trató nada menos que de un decálogo de valor en el que no quedó nada librado al azar. Parte de ella es por demás elocuente “Los señores jefes del Estado deben estar persuadidos de que esta batalla va a decidir la suerte de toda la América y que es preferible una muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla en manos de nuestros verdugos”.

San Martín no escatimó esfuerzos ante el tamaño desafío de rearmar, reordenar, retemplar la moral y pertrechar un ejército. Por fortuna, las fuerzas realistas no supieron aprovechar el desconcierto generado en Cancha Rayada.

Cuando las cosas no marchan bien, es allí cuando los ojos de los subordinados vuelven hacia el conductor en busca de confianza, fortaleza y dirección. Al entrar en Santiago luego del desastre, empeñó su palabra en dar un día de gloria a la América, y vaya si lo logró. En el espacio de diecisiete días después de Cancha Rayada, estaba firme y erguido frente al enemigo en Maipú. Allí, victorioso sentenció “Acabamos de ganar completamente la acción. Nuestra caballería los persigue hasta concluirlos. La patria es libre”.

Para resumir la actitud de San Martin en esos fatídicos, pero heroicos días, que mejor que las palabras del General O`Higgins cuando aún herido y con la batalla casi decidida, con su brazo sano se confundió en un abrazo con el gran Capitán y pronunció aquellas palabras que aún resuenan en los llanos de Maipú “Gloria al salvador de Chile”.

Desde la noche del 19 de marzo de 1818, San Martín tardó la increíble
cantidad de 17 días para volver a presentar batalla y vencer en Maipú.

Desde la noche del 19 de noviembre de 2023 ¿Cuánto tardaremos
los argentinos en darnos una conducción -personal o colegiada-, que
elabore una estrategia de conjunto para la enorme constelación de
hombres y fuerzas dispersas que componen el Movimiento Nacional,
capaz de reordenarnos para reconquistar la Patria?

*"Adaptación sobre escrito del Instituto Sanmartiniano"

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