Skip to main content

Carta-prologo a Jorge Antonio (15-12-1969)

Madrid, 15 de diciembre de 1969

CARTA-PROLOGO DE PERON A JORGE ANTONIO

Entre las virtudes del Justicialismo, que fueron muchas, quizá una de las más notables, ha sido la de ofrecer a todos los argentinos la más absoluta igualdad de oportunidades. Si en¬tonces alguno hizo algo fue porque tuvo oportunidad y, si triunfó en el empeño, fue porque tenía cualidades y calidades para ello.

Aún no se había inventado el "desarrollismo", neologismo popular y literario con que se designó, más que nada, el deseo de progreso industrial y tecnológico en las naciones "subdesarrolladas". Este calificativo, casi peyorativo, aplicado especial¬mente a los países que, merced al colonialismo imperialista, sub- yacían en la descapitalización, era también la razón de un im¬pulso tanto liberador como progresista. Mientras las metrópo¬lis, apoyadas por la oligarquía vacuna y los intereses agroexpor tadores sostenían la necesidad de que nuestros países detuvieran el progreso para seguir siendo pueblos de pastores y de agricul¬tores, muchos pensaban ya en la necesidad de una industriali¬zación indispensable, impuesta no sólo por las más elementales necesidades económicas, sino también por elementales razones de la propia demografía nacional. La República Argentina, pasa¬dos los veinte millones de habitantes, saturaba nuestro agro en tren de la mecanización, con cinco millones escasos de po¬bladores; los otros quince millones poblaban nuestras ciudades y pueblos. Sin una industria desarrollada, especialmente en las poblaciones, resultaba que estos quince millones, sometidos a la inacción, gravitarían perenne y negativamente sobre las es¬paldas de los productores agropecuarios.

Nuestro Primer Plan Quinquenal (1946-1951) debía, en con¬secuencia, dedicar una gran parte de su actividad al desarrollo industrial que, merced a los siete años de guerra (1938-1945) en que el país se vio privado de abastecimientos de importación, había comenzado ya a producir parte de sus manufacturas más elementales. Como tal producción obedecía puramente a acuciantes necesidades, tal desarrollo resultaría desde todo pun¬to de vista irracional tan pronto como se restablecieran las im¬portaciones, fue preciso lanzar un plan de desarrollo racional, que no era otro que el mencionado Plan Quinquenal.

Este Plan, convenientemente difundido, dio motivo a que muchos argentinos emprendedores, descubrieran la oportuni¬dad de participar en él y, de acuerdo con sus aptitudes y capa¬cidades, se empeñaran decididamente en la empresa de la indus¬trialización del país para lo cual, todos por igual, recibieron el apoyo del Estado, sin discriminación alguna, tanto para los que se iniciaban, como para los que ya habían comenzado en tan fundamental tarea. El verdadero pionero de esta realización fue Miguel Miranda, impulsor de la industria nacional que, de la nada, había montado treinta fábricas en pocos años. El, como Presidente del Consejo Económico Nacional, participó en la dirección y ejecución de este sector del Primer Plan Quinquenal.

Ya entonces comenzó la crítica vernácula a la industriali¬zación, acompañada por el boicot descarado del imperialismo, empeñado en que sus colonias no alcanzaran la mayoría de edad y la independencia que ella presuponía. Muchos tontos se desa¬nimaron: eran los que sólo miraban sus intereses personales. Pa¬ra otros, la guerra foránea era un nuevo acicate que los impul¬saba a la lucha por la liberación: eran los que también pensa¬ban en la Patria. El autor de este libro era uno de éstos: tuvo fe en el Gobierno Justicialista y en las posibilidades de nuestro Pueblo y se puso al servicio de esa idea, no con palabras sino con una acción ininterrumpida e inteligentemente orientada. Como tantos otros, se lanzó decididamente a la acción amparado por las previsiones del Plan de Gobierno e impulsado por una voluntad inquebrantable de cumplir. Así como Jorge Antonio, sin otro apoyo que el que él mismo se supo dar, montó en po¬cos años una extraordinaria empresa industrial que no sólo pro¬gresó sino que impulsó e hizo progresar a muchas industrias subsidiarias de la importante empresa por él creada.

Su historia es la de muchos otros pioneros que en todas partes del mundo pusieron los cimientos de las grandezas na¬cionales y que, como tal, cuenta con el justo elogio de los bienintencionados y la malidicencia de los que, incapaces de hacer nada útil, están prontos a la crítica y difamación ca¬lumniosa de los que saben hacer. Lo lamentable, no es que ésto suceda, sino que los hombres impuestos por el imperia¬lismo hayan llegado en su malignidad, en el afán de destruir un hombre, a ocasionar una de las más criminales depredacio¬nes de que haya memoria en el país y cometer la injusticia más monstruosa, para lo cual no han tenido reparos en atro¬pellar la Constitución y todas las leyes de la República, con el agravante de que esa infamia no sólo enloda a los gorilas sino también a todos los gobiernos que le sucedieron hasta la actual dictadura militar inclusive.

Recuerdo que en 1940, estando yo en España de paso, recorría con el General Orgaz los templos destruidos durante la guerra civil y frente a semejante destrucción, se me ocurrió preguntarle si existían tantos enemigos de la Iglesia, a lo que él me contestó: "Cá, lo que había eran muchos ladrones". Desde entonces, he pensado mucho en esas palabras de este viejo soldado. Jorge Antonio no tenía tampoco tantos enemi¬gos, pero la realidad, es la verdad que han podido comprobar los que han presenciado el verdadero saqueo de la Mercedes Benz y sus bienes patrimoniales y privados ocurridos desde 1955.

La consecuencia de esta calamidad tan vilmente provoca¬da, es que tanto la Mercedes Benz, como todas las industrias subsidiarias pertenecen hoy a capitales extranjeros. Aunque esa haya sido la misión que el imperialismo haya asignado a los "libertadores", es necesario confesar que, en la tarea de la entrega del país, ellos han ido mucho más allá que la pro¬pia intención de sus mandantes. La Historia dirá un día quié¬nes han sido los infames.

El resultado de diez años de esfuerzo fue el pago total de la deuda externa y la capitalización de miles de empresas industriales que, mediante ello, pudieron impulsar un desa¬rrollo promisor, no sólo de nuestra riqueza sino también de nuestra liberación y que, impidiendo que nos siguieran desca¬pitalizando mediante trucos muy cercanos a la estafa, abrió un porvenir seguro a nuestra incipiente industria. El Justicialismo recibió en 1946 un país que ni siquiera fabricaba alfileres que consumían nuestros modistos y lo dejó en 1955, fabricando automóviles, camiones, máquinas eléctricas de ferrocarril, vapores, etc. Ese fue el resultado de la acción de miles de ar¬gentinos que, como el autor de este libro, no escamotearon ni esfuerzos ni sacrificios por alcanzar una Argentina justa, Ubre y soberana.

"¿Y Ahora Qué?" presenta estas situaciones sin pasión insana, aunque con amargura y desilusión. El autor, víctima propiciatoria de una vil venganza contra el Pueblo y contra los hombres, que un día soñaron con una Argentina soberana y próspera, ha podido comprobar fehacientemente, como todos nosotros, cómo se ha ido encadenando nuestras fuentes de riqueza a la férula de un repugnante colonialismo hasta lle¬gar a la total entrega de nuestro patrimonio, de nuestro país y de las sucias conciencias que, solapadamente, han sido el ins¬trumento de la traición.

Nadie puede tener más derecho a juzgar que los que, habien¬do sido víctimas del despojo más inicuo, han podido contem¬plar después cómo, los que primero se llamaron a sí mismos "libertadores" y luego "gobernantes", fueron destruyendo el capital y la industria argentina, para reemplazarla luego por la acción expoliadora de los grandes monopolios foráneos, a cuyo servicio vienen actuando desde 1955.

El ejemplo de la "Mercedes Benz" es la más elocuente de¬mostración de cuanto mencionamos. Era una empresa neta¬mente argentina, su capital y bienes lo eran en absoluto. Había iniciado ya la fabricación de camiones cien por ciento naciona¬les y montaba la fábrica mejor atresada del país no sólo en el aspecto técnico e industrial, sino también en el orden social, que podía servir de modelo a toda la industria argentina. Cuan¬do llegaron los "libertadores" se produjo un verdadero malón: no se robaban las máquinas porque estaban pegadas al suelo. Y, para que el dueño de todo esto no pudiera hacer frente a los ladrones, lo metieron a la cárcel y lo confinaron en el Presi¬dio de Tierra del Fuego, que el Justicialismo había cerrado por inhumano. Había cometido el más grave delito de esos tiempos: ser patriota y honesto, porque después de quince años de investigaciones capciosas y malintencionadas, la "jus¬ticia" no ha tenido más remedio que confesar su inocencia, a las "Comisiones Investigadoras" llenas de trampas y apremios ilegales.

¿Es posible que a esta altura de la vida del mundo, en un país que se tiene por civilizado y evolucionado, pueden suceder estas enormidades sin que se sienta tronar el escarmiento? Cuando en Rosario, Córdoba, Tucumán, Corrientes, etc., la juventud se lanza a la calle en unión con los trabajadores, deci¬didos a limpiar de alimañas los sectores invadidos, es que una conciencia nacional se pone en marcha. Los viejos luchadores pueden descansar tranquilos porque cuando la juventud y el Pueblo han aprendido a morir por sus ideales, es que saben todo lo que la juventud y los pueblos deben saber. Esa garantía de nuestro porvenir que la juventud representa, es la venganza que el futuro prepara a los que no supieron ser argentinos porque prefirieron lucrar al servicio de los verdaderos enemigos de la Patria.

Firmado: Juan D. Perón.

  • Visto: 3298