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Carta al Dr. Edgar Sá (27-03-1967)

Madrid, 27 de marzo de 1967.

Al Dr. Edgar Sá

Buenos Aires

Mi querido amigo:

He recibido su carta del 22 de febrero pasado y le agradezco sus amables palabras como su saludo que retribuyo con el ma­yor afecto.

He leído con detenimiento las "Reflexiones para Servir al Reencuentro de los Argentinos" que me adjunta a su carta co­mo una continuación del memorándum que contestara en mi anterior y lo encuentro, de una manera general, encaminado hacia una mayor grandeza en la concepción de un posible reen­cuentro de las tendencias afines que actúan en el panorama na­cional. Con hipótesis más lógicas y mejor encaminado hacia cuestiones objetivas que pueden cristalizar positivamente, si se las realiza racionalmente y encaminadas hacia objetivos y no a los hombres.

Estas iniciativas proliferan hoy en la Argentina, desde dis­tintos orígenes políticos y con los más variados designios. Los procedimientos desaprensivos de la dictadura militar, es posi­ble que los multiplique en el futuro cercano. Las distintas fuer­zas políticas que, no pueden morir por decreto, buscan articu­larse en agrupaciones mayores y más populares, lo que las im­pulsa a establecer contacto con el Justicialismo, intentando acuerdos para una acción común.

Nosotros, interpretando como indispensable el menciona­do reencuentro entre los argentinos, como proclives a un enten­dimiento, siempre que se trate de algo diferente a lo que se ha venido realizando hasta ahora: maniobras por el poder, que lue­go en los hechos han probado que llegar al poder para fracasar no puede ser solución para el país que es, en último análisis, lo que se debe buscar cuando se ha llegado a una situación límite como la actual. Creo que todo es posible, pero no todo conduce a los fines constructivos que necesariamente impone el estado calamitoso en que se desenvuelve la Comunidad Argentina.

Es indudable que en el estado evolutivo del mundo actual, no quedan sino dos filosofías políticas: la cristiana y la marxis- ta, que conducen también a dos ideologías diferentes: un socia­lismo nacional cristiano y un socialismo internacional dogmáti­co (comunismo). Nuestro país se encuentra abocado a tomar uno de esos caminos. Por eso hace veinte años el Peronismo in­tentó realizar lo primero y por un método incruento, utilizando la evolución acelerada. La Revolución gorila, apoyada por la coalición de la sinarquía internacional y los cipayos vernáculos, nos pararon los pies. Desde entonces el país se ha ido acercando peligrosamente a la guerra civil y al comunismo.

Frente a esta disyuntiva no queda mucho que elegir; pero son las formas de ejecución las que deben interesarnos porque de ellas dependerá mucho el éxito o el fracaso de cuanto se in­tente. La actual dictadura militar con sus tremendas incongruen­cias no hace sino impulsarnos hacia el abismo. Yo personalmen­te no dudo de sus buenas intenciones, pero no olvido al contem­plar su acción que "el camino que conduce al infierno, está empedrado de buenas intenciones". Cuando intentemos tomar un camino en procura de soluciones, deberemos tener cuidado de no caer en lo mismo.

Personalmente, con la colaboración de miles de personas ca­lificadas, me tocó preparar la Revolución Justicialista, durante los años 1944, 1945 y 1946. En consecuencia sé lo que eso implica y el esfuerzo que este trabajo impone. De manera que, cuando imagino lo que habría que hacer hoy con la misma fina­lidad, se me presenta en la imaginación una procesión de obs­táculos casi insuperables que, si se desea llegar al éxito, habrá que luchar decididamente. Por eso, yo que pienso más que nada en los resultados, no veo inconvenientes en los acuerdos de cual­quier tipo que conduzcan a la posibilidad de "realizar el mila­gro", pero pienso que eso es sólo un medio y que, en consecuen­cia, conseguido ese medio, nos quedaría aún "el rabo por de­sollar".

Afortunadamente, en mi situación personal, estoy ya por so­bre del bien y del mal, de manera que únicamente me atrae la posibilidad de ser útil al país y al Pueblo Argentino. Dentro de esos objetivos, estoy pronto a auspiciar cualquier idea construc­tiva siempre que ella se inspire en la mayor grandeza y en el mayor de los renunciamientos, sin los cuales nada se podrá intentar en forma que los argentinos tengan algo que agrade­cernos. La actual dictadura militar está demostrando que será funesta para el porvenir porque ni sus orientaciones, ni sus hombres, ni sus improvisaciones, pueden conformar a nadie que tenga un mínimo de sensibilidad e imaginación. Pero, des­de hace once años, nos hemos tropezado invariablemente con lo mismo a través de cuatro engendros gubernativos dife­rentes en los hombres, pero iguales en su incapacidad y en su sordidez.

Si tuviera veinte años menos, yo no cedería el lugar a na­die, pero a la altura de mi vida, no deseo otra cosa que aparez­ca el hombre que sea capaz de realizar lo que mi gran experien­cia me ha enseñado, lo que mi sensibilidad me aconseja y lo que mi imaginación me inspira, frente al cuadro lamentable que la Patria presenta, ya que en el último acto del drama que le ha tocado vivir a su Pueblo en estos once años de verdadera ver­güenza nacional. Nuestros compatriotas que^viajan por Europa evitan decir que son argentinos y después de la última reunión de la O.E.A. en Buenos Aires, son muchos más los que intentan ocultar su vergüenza.

He conversado largamente con el Compañero Alberte que, en mi nombre, podrá informarle detalladamente sobre este asunto. El como yo es un soldado que, aunque como yo haya perdido los atributos formales del oficio, no por eso ha dejado de serlo en el verdadero sentido de la palabra. Por eso compren­derá y penetrará profundamente en el pensamiento de los ofi­ciales que promueven esta iniciativa y estará en condiciones, aún mejor que yo, de apreciar y resolver lo que mejor convenga.

Muy agradecido de su amabilidad por cuánto está haciendo por nuestro Movimiento y la causa que servimos, le pido que si­ga de cerca este diligenciamiento que bien pudiera ser construc­tivo y eficaz en un futuro que se acerca velozmente. Saludos a todos los compañeros.

Un gran abrazo.

Firmado: Juan D. Perón.

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