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Carta a José León Suarez (2-02-1957)

Caracas, 2 de febrero de 1957.

Al Sr. José León Suárez

Madrid

Mi querido amigo:

Contesto sus cartas del 31 de diciembre y del 22 de enero pasados y comienzo por pedirle disculpas por mi demora que se ha debido más que nada al intenso trabajo que tengo en es­tos días de acumulación de correspondencia. Le agradezco sus amables palabras y saludos que retribuyo con mi mayor afecto.

Por su carta de diciembre me entero de la verdadera odisea pasada por Usted y por su Señora Madre a quien le ruego que transmita mis afectuosos saludos y mi agradecimiento. Ya estoy acostumbrado a las infamias de todo orden que la canalla dicta­torial comete a diario y no me extraña las arbitrariedades que me refiere.

Es indudable que nuestra lucha representa lo permanente y lo que realmente tiene proyecciones históricas, en tanto que la canalla dictatorial es la reacción transitoria y política. Ellos pasarán y nosotros podremos seguir nuestro camino. Su recuer­do es conveniente que sea como se está formando: una calami­dad nacional que no sólo justifica nuestra revolución sino que la consolida. Si nosotros no hemos sido suficientemente buenos como para consagrarnos, ellos han sido suficientemente malos como para justificarnos ampliamente. Ya decían los antiguos castellanos: "detrás mío vendrá el que bueno me hará".

Entre el fárrago de errores e infamias cometidos por esta alimaña, ninguno le es más perjudicial que el haber pretendido hacer una realidad con falsedades sin darse cuenta que la reali­dad es únicamente la verdad. Ellos han vivido en un mundo de mentiras y ahora comienzan a despertar. Es natural que ese des­pertar no pueda serles satisfactorio. Han entrado en un callejón sin salida y ya están remolineando en su interior. El caos econó­mico por ellos provocado, la "quilombificación" política exis­tente de cuya existencia ellos no son ajenos y su consecuencia, la alteración social, les está haciendo ver su catástrofe cercana. La descomposición de la fuerza que es su único sostén, como las disenciones internas, producto de sus ambiciones de lucro y latrocinio, acelera el proceso lógico de su putrefacción irremi­sible. Todo parece mandado a hacer para que el pueblo con su resistencia y su insurrección popular mantenga en alto nuestras banderas que han de imponerse a la larga o a la corta.

Entre nuestra gente hay apresurados que, no confiando en el tiempo y en la razón, tratan por todos los medios de abreviar los días duros que estamos viviendo. Para ello, unos creen que es necesario entrar en combinaciones polémicas con nuestros enemigos de ayer, como si se pudiera ser amigo y ene­migo a la vez de una tercera persona. Otros pretenden lanzarse a la calle sin la organización ni la preparación más elemental. Un grupo tercero, sólo persigue solucionar sus problemas per­sonales, para lo cual estaría dispuesto hasta entregar su alma al diablo. Esto no es de extrañar porque siempre, en estas lu­chas, hay hombres de distinta naturaleza y procederes. Lo im­portante es saber que la masa que, en la lucha, ha demostra­do que superó a sus dirigentes, está firme en la más absoluta intransigencia y en plena insurrección popular. Cuando el caos llegue, la última palabra la dirá quien tenga una masa organizada y disciplinada, capaz de actuar con unidad de con­cepción y de acción.

Es indudable que actúan también los "pescadores en río revuelto" que han aparecido con los rótulos del neoperonismo o peronismo sin Perón. Nada desearía más yo, en estos mo­mentos, que apareciera un hombre capaz de hacerse cargo del Movimiento y de la lucha. Si ello ocurriera sería el primero en apoyarlo y ayudarlo, pero, desgraciadamente, no aparece. No porque no existan muchos capaces de hacerlo sino porque la masa no los. aceptará y, sin ese requisito, el de la confian­za, no creo que nadie pueda hacer camino. Mi deseo es que triunfe el Peronismo, no sólo porque es mi hijo espiritual, sino principalmente porque ello representa "la liberación del pueblo y el triunfo de sus objetivos y sus aspiraciones.

Usted comprenderá que, mirado desde un punto de vista estrictamente personal, el hacerme cargo de la lucha es el peor negocio que puedo realizar. Primero, porque los años pasan y yo llevo más de quince años de lucha terrible y enconada con las fuerzas de la reacción. Segundo, porque yo podría hoy estar tranquilo en cualquier parte, donde numerosos amigos ricos me lo ofrecen todos los días, sin estar lleno de necesidades e inquietudes como me encuentro en estos momentos. Pero, yo me he impuesto una misión y he de cumplirla, para entregar luego a ustedes los jóvenes, el Movimiento en marcha y consoli­dado, porque esta es la etapa de la consoüdación definitiva de nuestro Movimiento. Es precisamente de esta lucha de donde ha de surgir el peronismo purificado, engrandecido y fortaleci­do: con una masa inquebrantablemente unida y un cuerpo de dirigentes capacitados por el sacrificio y templados por la lucha. Entonces habrá llegado el momento en que yo pueda irme a descansar y ustedes, los muchachos, a trabajar.

Pocos se dan cuenta que en los momentos actuales, toda la chance de un dirigente estriba precisamente en que no tenga intereses personales ni ambiciones de dominio, porque no se trata de una lucha política sino de una insurrección popular. No se trata de escalar posiciones, ni de entronizar ambiciones, sino de luchar por todos los medios para liberar al pueblo de la tiranía y del oprobio, devolverle sus derechos esenciales y afir­mar las banderas que los vendepatrias han arriado. La lucha por la soberanía popular impone un desprendimiento que los po­líticos no son capaces de realizar y de ahí su verdadera debili­dad en estos momentos. Por eso la mayor parte de los dirigen­tes, cualquiera sea el bando en que militen o han sido repudia­dos o son impotentes para encuadrar una masa en estado doc­trinario bastante avanzado. La doctrina cierra siempre muchos caminos de desviación, por los que acostumbran a transitar los políticos desaprensivos, a menudo de mala fe.

Allí en España, como en otros países, funcionan nuestros "comandos" con las dificultades que Usted señala y que me han sido imposible de subsanar, pero que se deben más a los hom­bres que a otra cosa. Yo me desentiendo un poco de esas riva­lidades y dejo que la comprensión y buena voluntad de los pe­ronistas las superen solos. Lo importante para mí es, precisa­mente, que todos luchen, algunos mejor, otros peor, pero to­dos firmes en hacer algo. Con eso me conformo porque es impo­sible que yo pueda solucionar los problemas humanos que sur­gen todos los días en más de quince países en que se actúa.

Yo no tengo la menor duda que el tiempo trabaja para no­sotros y que el epílogo de este triste episodio de la vida nacio­nal ha de terminar con el triunfo del Pueblo que sigue la táctica del agua y al que se lo puede detener circunstancialmente, pero que siempre pasa. Por eso hay que dejar que el tiempo trabaje. Los pueblos reaccionan por ideal y cuando no lo hacen median­te esta fuerza a su tiempo, sólo lo hacen después por desespera­ción. El ideal de continuidad es el esfuerzo. Sólo la desespera­ción y el odio puede darle intensidad. A nosotros nos faltó el odio y la desesperación que ahora tenemos por toneladas. Lue­go recién nos llega nuestro momento, pero no hay que economi­zar ni odio ni desesperación si queremos llegar a buen puerto. Es triste tener que aceptar esta conclusión pero es el único cami­no que nos queda.

Yo he sido siempre pacifista y lo fui hasta el 9 de Junio, pero, luego de lo que en esa época se cometió, no tengo la me­nor esperanza que nada se puede hacer para detener el escar­miento que el Pueblo está decidido a imponer. El error nuestro ha consistido en creer que se puede hacer una revolución in­cruenta. Hoy parece que coinciden las necesidades de la Na­ción, los objetivos del pueblo y el estado anímico de las masas, para imponer tal solución y, cuando estas tres circunstancias coinciden, no hay fuerza humana capaz de detener a los acon­tecimientos.

Debemos prepararnos para eso y vivir la realidad. Los que, a pesar de los hechos y las circunstancias, piensan aún que es po­sible unir a la familia argentina por métodos tranquilos y pací­ficos, es porque desconocen las lecciones de la Historia, escalo­nadas a lo largo de todos los tiempos. No se si esta lucha será corta o será larga, lo que si se es que tendrá las características que enuncio. Por eso la posición nuestra ha de ser de absoluta intransigencia, porque eso es lo que el pueblo quiere y io que el pueblo impondrá a pesar de todo lo que se haga en contrario.

Le adjunto la autorización para la publicación del libro "La Fuerza es el Derecho de las Bestias", que extiendo con la mayor amplitud para ustedes. Les envío esta carta y por impre­so certificado aparte les remito un ejemplar del libro en su última y mejor edición impresa en Caracas, porque las anterio­res de Chile, Perú, Colombia, Brasil, Méjico, Cuba, etc. no son buenas. Allí se han limitado a imprimir mal y cobrar caro, con lo que no se ha llenado el propósito popular de la edición. Tam­bién esta última edición venezolana, lleva un nuevo Capítulo ("La realidad de un Año de Tiranía") que lo completa en cier­to aspecto. Es, sin duda, la mejor edición que se haya hecho has­ta el presente.

Le ruego que salude de mi parte al compañero Buzeta y de­más compañeros y haga llegar la carta que le adjunto para el Dr. Don José María Rosa cuya dirección desconozco allí. Otra, que también le ruego entregue al amigo Pavón Pereyra, a quien encargo supervisar lo que allí aparezca con mi firma.

Le ruego asimismo, para abreviarme trabajo, que esta carta se la haga leer al Dr. José María Rosa, así me es posible escri­birle a él más corto, sin necesidad de repetir lo que aquí le anoto a Usted.

Lo mismo le digo para Cavagna Martínez y Ernesto Díaz a quienes les he contestado una carta hace pocos días y tengo otra que contestarle ahora. Como el único escribiente que tengo es Juan Perón y las cartas son muchas hago milagros cualitativos y cuantitativos para poder satisfacer a todos. A veces me paso diez o doce horas en la máquina porque me gus­ta contestar personalmente.

Saludos a su Señora Madre. Un gran abrazo.

Firmado: Juan D. Perón

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