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Cartas a Rosas

Carta de Estanislao Lopez a Rosas (14-01-1832)

 

Santa Fe, enero 14 de 1822.

Querido amigo y compañero.

Su carta de 14 del pasado me ha puesto al corriente del motivo de la renuncia del General Quiroga, del fuerte desagrado que había causado allí y de sus temores, que exasperado yo por tan desagradable ocurrencia fuese ella origen de nuevos disgustos con notable perjuicio de los intereses generales. Voy a decir a usted lo que sobre el tal caballo ha ocurrido, y cuáninjusto y extravagante anda el juicio que ha formado el General Quiroga en este asunto.

Al dia siguiente de haber entrado a Córdoba el Coronel Don Nazario Sosa, me mandó dicho caballo para que anduviese, por haber visto que mi caballo estaba bastante llaco; yo lo admití porque tenía necesidad de él para cualesquier uso que se ofreciese, mas corrido un mes o más se lo devolví; entonces no lo admitió y mandó decir que podía servirme para alguno de mis Ayudantes, y me hizo decir también el modo como tuvo dicho caballo, que fué tomado prisionero uno de los varios tenderos que andaba en este caballo, de los que salieron de la ciudad de Córdoba a la acción del Puesto de Peralta. Este es el modo que vino a mi poder este maldito caballo, que puedo asegurarle compañero que doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera, por lo que creo que no puede ser el decantado caballo del General Quiroga porque éste es infame en todas sus partes, así es que luego que llegué a ésta de regreso de Córdoba lo eché a una isla con los demás mancarrones a mi escolta. Tal es la historia del tal caballo obscuro que tan mal rato ha dado al señor Quiroga, a usted, y especialmente a mí, porque con tal ocurrencia se me ha inferido una injuria a que no soy acreedor, ni sería indiferente, a no ser las mismas consideraciones que usted me hace observar, y otras que en este momento se me ocurren, y lo que es más, el crédito mismo del General Quiroga, que es for/oso conservar, por honor a la causa que él y nosotros sostenemos.

 

Es por esta razón que voy a escribirle al General lo que ha ocurrido con el caballo, mostrándome deferente a todo, le mandaré las señales y marcas que tiene, previniéndole que si según ellas le pertenece, con su aviso se lo remitiré con todo cuidado; para este caso mandé traer el caballo y ya está en mi poder bien cuidado, a pesar que estoy casi seguro que no debe ser éste el caballo que piensa el General Quiroga, porque como ya he dicho, es éste un caballo ordinario, y al General Quiroga le habrán hecho entender por lo que me han visto andar en él en Córdoba, que es su caballo que le llamaban el Piojo, y yo sólo anduve por jiecesidad mientras se alentó mi caballo, después solo lo montaban mis Ayudantes porque lo mantuve gordo y herrado.

Dice usted con toda propiedad que los federales estamos destinados a no tener un día de gusto. Por lo que a mi toca, aseguro a usted que diariamente se repiten nuevos motivos de tener qué sentir y que mi actual posición es tan embarazosa como mortificante y odiosa. Así es que no puedo conceder que el fuerte desagrado del señor Quiroga proceda de la causa que detalla su carta: ella no es más, a mi ver, que un pretexto de que se ha valido para manifestar las impresiones de que está poseído, y que tienen un origen enteramente diverso.

Los distintos documentos que existen en mi poder de diversas personas, y las noticias que se me han transmitido por sujetos de respeto, me dan a conocer el concepto equivocado que de mi carácter y de q?i posición se tiene formado en lo general. Se cree que está reservado a mí de llenar las pretensiones justas o extravagantes de cada pretendiente. Aquí el motivo que hace embarazosa y abominable mi actual posición, como antes he dicho. No digo por esto que el General Quiroga se haya dirigido a mí con pretensiones de ningún género, pero sí creo que se le hayan demandado ideas a este respecto. Es preciso que yo salga de un estado tan violento y mortificante.

 

Estoy de acuerdo con usted en guardar una rigurosa reserva en el asunto a que da mérito esta contestación.

Dios nos dé paciencia para sufrir a los hombres imprudentes hasta que llegue el término de nuestros males. Le desea toda felicidad su compañero y amigo seguro servidor.

Estanislao López

[En Archivo General de la Nación. Sección Farini, Leg. 18.]

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