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Carta a Tomás Guido

Señor don Tomás Guido

París, febrero de 1834

Mi querido amigo:

Creyéndole ya en el Brasil, escribí a V. a este punto en fines de octubre pasado por conducto de mi recomendable amigo don Benjamín Mary, encargado de negocios de la Bélgica, cerca de aquel gobierno, cuando me encuentro con la suya de 20 de octubre datada en Buenos Aires, en la que me da extensos detalles de las ocurrencias acaecidas en nuestra desgraciada patria. V. me hará la justicia de creerme si le aseguro que lejos de sorprenderme a su recibo, las esperaba como cosa inevitable.

En prueba de ello, diga V. a Goyo Gómez le manifieste la que le escribí hace poco menos de 3 meses y por ella verá si había anunciado con antelación esta catástrofe, sin que para ello fuere necesario una gran previsión, sino la de conocer los hombres de la pasada administración. El general Balcarce me ha merecido y merece la opinión de hombre de bien, y con buenas intenciones, pero sus talentos administrativos y sobre todo su carácter poco conciliante y al mismo tiempo muy fácil de dejarse dirigir no los creía en armonía con su posición; sin embargo, cuando supe su elección a la presidencia [sic: gobernación] no dudé que su administración tuviere un feliz resultado, si como me lo persuade se rodeaba de hombres de probidad y talentos; pero ¿ cuál sería mi sorpresa cuando supe que la flor y nata de la chocarrería pillería, de la más sublime inmoralidad y de la venalidad la más degradante, es decir, que el ínclito y nunca bien ponderado Enrique Martínez había sido nombrado a uno de los ministerios? Desde este momento empecé a temer por el país, pero aún me acompañaba la esperanza de que los otros dos ministros (aunque para mí desconocidos) si se respetaban un poco, pondrían un dique a las intrigas y excesos de su colega y manifestarían a Balcarce la incompatibilidad de la presencia de un hombre como Martínez con la opinión y honor de todo gobierno: pero estas esperanzas desaparecieron completamente al ver que estos ministros fueron reemplazados por los doctores Tagle y Ugarteche: con esta trinidad no me quedó otra cosa que hacer que entonar el oficio de Agonizantes por nuestra desdichada Patria, pero como en este miserable mundo todo se halla compensado y según el adagio no hay mal que por bien no venga, yo creo que los últimos acontecimientos van a poner fin a los males que nos han afligido desde el año diez y que a nuestra patria se le abre una nueva era de felicidad, si como creo la nueva administración marcha con un paso firme y no olvidando los 24 años de ensayos en busca de una libertad que jamás ha existido. Me explicaré.

Es preciso convenir que hay una cosa que trabaja sin cesar los nuevos Estados de América y que les impide gozar los bienes anexos a la tranquilidad y orden: unos lo atribuyen a la transición repentina de la esclavitud a la libertad; otros a que las instituciones no se hallan en armonía ni con la educación que hemos recibido, ni con el atraso en que nos hallamos -pues la idea de mandar y obedecer, y al mismo tiempo ser vasallo y soberano, supone conocimientos que no pueden esperarse de una nación en su infancia-; algunos a la desmoralización, consecuencia de una revolución que todo lo ha trastornado; no falta [quien] dé por causa el espíritu belicoso que imprime a toda nación una guerra dilatada &&. Todas estas causas pueden contribuir muy eficazmente; pero en mi pobre opinión lo que prolonga es tal serie de revoluciones es la falta de garantías que tienen los muchos gobiernos; es decir, que éstos dependen del capricho de tres o cuatro jefes, a los que con degradación tienen que contemplar y adular; o a la masa del bajo pueblo de la capital, veleidosa por carácter y fácil de extraviar por un corto número de demagogos. Esto lo comprueba las frecuentes revoluciones de la fuerza armada, como la tentativa del doctor Tagle en el año 23, en que sólo 180 pillos estuvieron en el vuelco de un dado de derribar un gobierno que es menester confesar fue el más popular en Buenos Aires en aquella época.

Ahora bien, ¿ cuál es el medio para proteger y afirmar estos gobiernos y darles el grado de estabilidad tan necesaria al bien de esos habitantes? Los últimos acontecimientos han decidido el problema y en mi opinión de una manera decisiva. Demostración: el foco de las revoluciones, no sólo en Buenos Aires, sino de las provincias, han salido de esa capital: en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no viven más que de trastornos, porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar en el desorden; porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades se procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es donde un gran número de individuos quiere vivir a costa del Estado y no trabaja &&. Estos medios de discordia que encierra la capital deben desaparecer en lo sucesivo, sin que sea necesario derramar una sola gota de sangre y sin tener un solo soldado de guarnición. Que sepan los díscolos y aun los cívicos y demás fuerza armada de la ciudad que un par de regimientos de milicias de la campaña impide la entrada de ganado por sólo 15 días y yo estoy bien seguro que el pueblo mismo será el más interesado en evitar todo trastorno, so pena de no comer, y esto; es muy formal. Se me dirá que el que tenga más ascendiente en la campaña será el verdadero jefe del Estado y en este caso no existirá el orden legal. Sin duda señor don Tomás ésta es mi opinión, por el principio bien simple que el título de un gobierno no esté asignado a la más o menos liberalidad de sus principios, pero sí a la influencia que tiene en el bienestar de los que obedecen: ya es tiempo de dejamos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades: los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos. ¿ Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de Libertad, si por el contrario se me oprime? ¡Libertad! Désela V. a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar y V. me contará los resultados. ¡Libertad! para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias. ¡ Libertad! para que si me dedico a cualquier género de industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan a mis hijos. ¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de especulación hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad! para que sacrifique a mis hijos en disensiones y guerras civiles. ¡Libertad! para verme expatriado sin forma de juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión. ¡Libertad! para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésa. Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez dirá V. que esta carta está escrita de un humor bien soldadesco. V. tendrá razón pero convenga V. que a 53 años no puede uno admitir de buena fe el que se le quiera dar gato por liebre.

No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país que no sufra una irritación. Dejemos este asunto y concluyo diciendo que el hombre que establezca el orden en nuestra patria, sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el solo que merecerá el noble título de su libertador.

Mi salud sigue bastante bien: aunque de tiempo en tiempo sufro algunos ataques de nervios, que espero desaparecerán este año a beneficio de los baños de mar que tomaré el próximo verano.

Como siempre su invariable amigo

José de San Martín
Mis recuerdos a los amigos Pintos, Viamonte, López y los Luzuriaga.-

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