Escrito por Juan Facundo Quiroga.
Tucumán, diciembre 26 de 1831.
Señor Don Juan Manuel de Rosas.
Amigo de mi distinguido aprecio: Tengo el gusto de acusar recibo a su favorecida de 22 del presente y decir a usted que los unitarios no necesitan mortificarse mucho para lograr el fin que se han propuesto; nosotros mismos debemos darles el triunfo como consecuencia indispensable de nuestra falta de virtudes.
Si yo tuviese la sangre tan helada como la nieve de la cor-, dillera de los Andes, tal vez permaneciera unido al hombre de Santa Fe, pero como por desgracia Dios me dió un genio incapaz de tolerar acciones viles y bajas, no podré jamás hacer liga con el Gigante de los Santafecinos. Aquí tiene usted mi amigo un resultado en que los miserables unitarios no han tenido ni podido tener la más leve parte; y .por este mismo estilo anda todo lo. demás.
Le incluyo esta copia escrita1 en sentido diametralmente opuesto al de la comunicación que usted me dirigió relativa a la entrevista consabida. ¿Y qué haremos pues en este caso? El hombre parece que se obstina en su resolución según se expresa, y yo comprendo que este acontecimiento es motivado de que ustedes no han marchado desde su principio bajo de un plan combinado y concertado; pues es visto y muy probado que nada, y absolutamente nada, han hablado acerca de los pasos que se debían dar después de pacificada la República, para lograr su constitución, y si así no fuera, nunca podría el señor López, salir con tal ocurrencia a menos que no sea como algunos dicen qlie como le traiga cuenta no hay muralla que no salte por elevada que sea.
En el término que ha corrido desde que el Sargento Mayor Don Luis Argañaraz fué despachado desde San Juan, yo pude ir a Buenos Aires y hallarme hoy en este Pueblo del Tu-cumán y habiendo llevado conmigo a toda la División Auxiliar de los Andes, y es por esto que calculo una de dos cosas sin riesgo de equivocarme; primera: que el citado Sargento Mayor ha sido asesinado y no siendo así, estoy por la segunda, cual es creer que a ustedes les ha entrado la polilla, más claro, que no han tenido ningún interés que la División de los Andes remediase con oportunidad las necesidades que a esta fecha debió padecer, si la acción del 4 de noviembre no le hubiese proporcionado recursos para su subsistencia, y puesto en actitud de no carecer de nada hasta fines del mes que viene: pero no por esto se deja de notar la indolencia con que se mira a unos salvajes como nosotros que nos metimos a expedicionar sin que se pusiesen en nuestras manos los elementos necesarios; y lo peor de todo es ^ue conociendo que el señor García, el Ministro de Hacienda, no se había de descuidar en hacerme todo el mal que estuviese en la esfera de su poder o pendiera de su influjo, no me precaucioné como debía, bien que yo poco he tenido que extrañar, pues no es la primera vez que se me ha dejado en las astas del toro; por cuya razón calculé antes de moverme de San Juan que el Mayor Don Luis Argarañaz no había de ser despachado con la prontitud que yo exigía, y que el amigo de mi ruina, el señor García, había de dar sus vueltecitas, y efujiarse de frivolos pretextos y* entretener el tiempo para lograr sitiarme por medio de la indigencia y conseguir que me cargasen los Demonios, objeto constante de sus desvelos que mucho antes de declarada la guerra tengo datos positivos. Bien que si yo hubiese sido su hermano político, como el señor Aguirre, no habría obrado en el sentido que él hizo- en aquel tiempo. Esto es pues, amigo mío, el sendero en que marchamos y luego nos quejamos de la constancia con que trabajan los enemigos.
Gran trabajo es que los hombres no tengamos un espejo a propósito en que mirar con imparcialidad nuestras acciones pues que en tal caso conoceríamos su deformidad, pues no de balde dicen algunos que los objetos no se perciben a la vista, unas veces por estar muy distantes y otras por demasiado cerca; razón porque ninguno puede ver la pestaña de su ojo, las necesidades del que obedece no las puede ver el que manda por la distancia inmensa que media del jefe al subdito. Tampoco puede ver el jefe la obligación de su deber, pues que todo lo que a él pertenece lo tiene demasiado cerca de su vista. Esto es cabalmente lo que sucede en nuestro caso, pues que desde Buenos Aires no se han podido graduar bien las necesidades y peligros a que estaba expuesta la División Auxiliar de los Andes, desde que se le dió orden y no recursos para marchar contra el Ejército de los malvados, ni menos ha podido conocer cuál ha sido el deber que la Patria y la justicia les impone de proveer con rapidez con todo lo necesario al entretenimiento del soldado, porque éstos no pueden ni deben salir a la guerra a sus expensas, según lo dice San Pablo. He dicho, y lo repito, que la División de los Andes de nada ha carecido, mas esto no lo sabían ustedes ni lo podían soñar.
El estado en que se halla la Provincia de Salta, lo verá usted en las notas que acompaño referentes a este asunto, por ella y otros datos que tengo entiendo que la guerra sigue y en contra de esta opinión hay el hecho de haber pasado a la República de Bolivia, Madrid, López, Pedernera, Videla Castillo, Plaza, Balmaceda, Albarracín, Acha, y otros más, de modo que son muy pocos los que han quedado y de poca importancia, de que resulta que se disponen únicamente a hacer la guerra de recursos, táctica desconocida para mí; bien que hasta ridículo parece que la División de los Andes marche a Salta sabiendo que no deben encontrar enemigos que le presenten una batalla, y parece más conforme i la razón dejarlos, aunque no cumplan con los Tratados; pero sobre este punto decidirá el que va a encargarse de la División, aunque es verdad que si se decide a marchar a Salta, se ha de ver amargo por la falta de caballada, pues que no hay de dónde proveerse para ir a hacer guerra de correrías.
Cuando se presentaron los Diputados de la Sala de Salta solicitando la paz, se les hizo presente los perjuicios que había sufrido el pueblo de La Rioja, con la invasión hecha por las tropas de Salta en la que no respetaron ni las custodias de los templos, se les apuntó lo que podrían dar en reparos de tamaños perjuicios; pero que si se creía que esto sería un obstáculo para arribar a una paz sincera, que no diesen nada, y que si querían que la Provincia de La Rioja abonase a la de Salta todos los gastos que hizo en la expedición que mandó para sacrificarla se le abonarían religiosamente cuanto había gastado, encareciéndoles que a la República interesaba demasiado la terminación de la guerra; que yo estaba dispuesto a comprar la paz a cualquier precio a fin de que cesasen las calamidades pública?.
Por hallarme bastante enfermo no he marchado antes a Mendoza, donde se halla mi familia y pienso hacerlo muy pronto dejando a la cabeza de la División al señor Coronel Don José Ruiz Huidobro, pues ya tengo la venia del señor General en Jefe para retirarme entregando el mando a uno de los jefes de mi confianza y es por esto que en adelante dirigirá usted sus comunicaciones al expresado Coronel Ruiz.
A mi pasada por Catamarca haré que aquel Gobierno autorice al de Buenos Aires para entender en las relaciones exteriores e igualmente, estando ya separado del mando de las armas exploraré cuidadosamente la voluntad de estas Provincias del interior, si están o no por el sistema que usted se ha propuesto para la Constitución del país, o si están por la opinión del señor López, y finalmente aseguro a usted con la sinceridad* de mi carácter, que sea cual fuere la situación en que me halle siempre seré de usted constante y fiel amigo, y repitiendo esta protesta con las veras de mi afecto le saludo y
Beso su mano
Juan Facundo Quiroga
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