La Argentina continúa siendo felizmente imprevisible y cada día nos sorprende con situaciones imprevistas tales como las últimas marchas de protesta o las preocupaciones entre el movimiento obrero organizado por diseñar un nuevo proyecto nacional. Somos un país difícil de controlar, un país en que pese a que los que presumen conducir creen tener todo bajo control, siempre salta la liebre por donde menos se lo espera.
En realidad, todo el edificio del progresismo que gobierna, ha sido construido trabajosamente a lo largo de muchísimos años y ha teñido con su pensamiento y sus políticas de derechos humanos todo el espacio del pensamiento, de la cultura y en especial de la política. Lamentablemente para ellos, tiene en su base algunos puntos débiles. Y uno de esos puntos que ponen a temblar a todo el edificio, es el asesinato de Rucci.
El 25 de septiembre de 1973, día del que ahora se cumple otro aniversario, José Ignacio Rucci era el Secretario General de la CGT y funcionaba como el sostén político de Perón, su hombre de mayor confianza, aquel en que el líder confiaba plenamente y en quien depositaba los proyectos de futuro. Lo asesinaron tan solo dos días después de una elección única en la historia de nuestro país, una elección en que la formula Perón/Perón, había sido plebiscitada por más del 65% de los votos. Su muerte afectó profundamente a Perón y aceleró su muerte. Le tronchó las piernas, en una imagen dolorosa, que el mismo Perón expresó de manera conmovedora.Hacia pocas semanas que el golpe de Pinochet había terminado con el Gobierno de Allende en el vecino Chile e instaurado una dictadura feroz, cuyas consecuencias marcan todavía la vida del país hermano. Nadie podía ignorar cuáles eran, en esos momentos, los terribles riesgos que corría la Argentina, tampoco nadie podía presumir que, mediante crímenes como el de Rucci, podíamos debatir políticas en los marcos de la democracia, del gobierno, y en el seno de un Estado, que los propios asesinos compartían. Tal vez por eso jamás reconocieron públicamente su autoría, aunque las pruebas fehacientes y las memorias de aquellos días y el cúmulo de los propios reconocimientos en sordina que se hicieran públicos, no dejan lugar a dudas de quienes fueron los autores.
No obstante, son muchos los que han conspirado para que la Argentina olvide a Rucci y el gremio metalúrgico no ha sido ajeno a ciertas complicidades con el magnicidio, hecho trágico que sin lugar a dudas facilitó el camino hacia el golpe militar del 76 y sus consecuencias genocidas, así como el desmantelamiento de la industria nacional y la práctica desaparición de la clase obrera. En los años últimos se llegó al extremo de afirmar en el propio seno de la CGT y con desparpajo, que los autores fueron de la CIA, y desde la Secretaría de DDHH de la Nación se les pagó la indemnización a los familiares de Rucci, sugiriendo la sorprendente teoría de que la muerte fue realizada desde el Estado mismo, pero por la triple A de José López Rega.
En verdad, ha sido todo ello, no solo una farsa, sino un agravio a la inteligencia y a la memoria de los argentinos. No me caben dudas que la muerte aquella se ejercitó desde el Estado mismo, varios gobiernos provinciales y hasta la Universidad de Buenos Aires pueden haber ejercido como bases y respaldos institucionales para el desarrollo de una operación tan ferozmente criminal, que liquidó la columna central de aquel gobierno y de aquel proceso nacional en que tantos argentinos, tanto peronistas como no peronistas habían depositado sus mejores esperanzas.
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