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La organización vence al tiempo

En 2019 la consigna de los sectores progresistas, que abrevan en la corriente  social demócrata instalada dentro del campo nacional y popular, era “unidad hasta que duela”. Esa consigna carecía de contenidos estratégicos y de elaboración programática. La unidad no llegó en ningún momento a lo largo de los cuatro años de gobierno de la dupla Fernández-Fernández, dentro del ámbito político.

La dilación de este planteo le costó demasiado caro al conjunto del campo social nacional a las luces de la ejecución política efectuada por Milei en sus primeros días de su gobierno. El internismo desgarró la gestión de Alberto Fernández sin percatarse de lo que estaba ocurriendo entre capas medias y bajas de los sectores, que no fueron destinatarios de políticas que significaran un cambio sustancial en su calidad de vida. Se usó al peronismo para no hacer peronismo.

Esta repercusión interna tuvo impacto en diversas estructuras en relación a los acomodamientos interiores. No obstante, fue el Movimiento Obrero Organizado el que encarnó, aun en torno a sus propias tensiones y contradicciones, la génesis de la unidad estratégica. El proceso de maduración tuvo su origen en el Comité Central Confederal de 2021, que implicó el reordenamiento interno de la Confederación General del Trabajo.

Mientras el Frente de Todos estallaba hacia adentro con exposiciones de disputas mundanas hacia el exterior, de manera sostenida, pero no exenta de disputas, el sindicalismo cegetista se consolidaba ante la compresión acaba de reconocer las fortalezas del enemigo y sus objetivos. El sindicalismo transitó la crisis política del Frente de Todos con la solvencia de sus propias convicciones y la compresión cabal de sus fortalezas y debilidades.

No obstante, el progresismo social demócrata disfrazado de peronismo blanco arrimado al kirchnerismo, convalidó la idea reaccionaria de confrontar permanentemente con las organizaciones sindicales que plantearon una revisión necesaria sobre el proceso de estado de bienestar desarrollista que para 2023 llegó agotado a las elecciones. De esa fuente bebió el “cristinismo kirchnerista” que no salió del corsé ideológico que se autoimpuso como fórmula del purismo militante sobre-ideologizado.

En ese esquema la clase trabajadora fue avistada como una clase subalterna subsidiaria de políticas asistencialistas, sin posibilidad de participar en las estructuras de poder. El Frente de Todos se transformó en un partido laborista de estilo europeo sin la participación activa de los cuadros orgánicos del Movimiento Obrero en la mesa de toma de decisiones. Sin embargo, el sindicalismo no rompió, soportó las envestidas internas y se ocupó de construir.

La prueba de ello es la dirección de campaña que asumió la CGT en su conjunto sin hacer cuestionamientos abiertos sobe la candidatura de Sergio Massa. En tal sentido, la urgencia del momento ameritó una construcción que hizo competitivo al por entonces Ministro de Economía. En paralelo, no fueron pocos los cuadros sindicales que entendían la necesidad de asumir la tarea de desarrollar un mínimo de ejes programáticos. De éste modo, la Central Obrera elaboró una serie de puntos que daban respuesta a tal demanda.

Aún así, la dirigencia política continuó encerrada en su propio cuarto de baño. Hubo sectores tóxicos que privilegiaron sus posicionamientos internos sin preocuparse por el presente ni el futuro cercano. Se negó la presencia y el diagnóstico social que el Movimiento Obrero presentó ante la contingencia electoral para no repetir los errores auto-infligidos de 2015. Los Movimientos Populares hicieron lo mismo. Pero se negó la escucha. Las consecuencias están a la vista.

“YO SÓLO ME DISPONÍA A SOSTENER LA GUERRA…”

La oligarquía vio un resquicio en el triunfo electoral de Javier Milei y decidió avanzar para tomar el mando de la dirección política del país. El plan es simple: Llevarnos a conocer los nueve círculos del infierno dantesco a partir del manejo de la economía. Para ello necesita quebrar al Movimiento Obrero, por eso el DNU 70/2023 y la Ley Ómnibus apuntan a debilitar la estructuras sindicales a través de la quita de derechos sustanciales avalados por los mandatos democráticos.

El ajuste ortodoxo pergeñado por Federico Sturzenegger encontró su raíz en el programa neoliberal thatcherista. Fue precisamente la ministra británica quien a sangre y fuego embistió contra el Movimiento Obrero británico hasta pulverizarlo. Esta derrota tuvo impacto en el resto de las organizaciones sindicales europeas. Quienes más la padecieron, obviamente, fueron los trabajadores irlandeses que hasta la primera década del nuevo siglo tenían que pedir autorización a la “Corona” para realizar una huelga.

Las bases del sustento programático están delineadas por  “intelectuales” liberales reaccionarios como Agustín Laje, pero sobre todo por actores dignos de ser sindicados como personajes de la Divina Comedia, entre ellos Alberto Benegas Lynch hijo, a quien Milei venera como mesías redentor. Pero estos son solos los mascarones de proa, son los dueños del circo, donde el presidente no es más que un León entrenado para deleitar a la platea en los marcos amplios de la industria del entretenimiento, quienes hoy tejen la telaraña donde estamos atascados.

Los  Blaquier, los  Perez Companc, los  Galperín, los Coto, los  Ratazzi, los Bagó, los  Magnetto, entre tantos otros conforman su propio Club de Bilderberg y se preparan para dar el gran salto en la historia asociados con Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel. No es nada nuevo, esgrimen su salvaje temor a la barbarie envalentonados por la diagramación de leyes coercitivas y represivas en nombre de una falsa libertad.

La dictadura del mercado presupone la opresión del pueblo. Pero ese es un detalle menor. Los cruzados libertarios han logrado apropiarse de conceptualizaciones que le eran propias al ámbito progresista, las han invertido y le han puesto un sello propio y distintivo sobre la base del descontento social en torno a la política económica del Gobierno del Frente de Todos y la agenda progresista global sustentada sobre premisas minoritarias.

La verticalidad propuesta por Milei, en función de la suma del poder público, tiene su razón de ser  fundamentada en la avanzada oligárquica: La declaración de guerra a la clase trabajadora para retrotraer el mal llamado “costo” laboral a los umbrales del precariato absoluto. La consagración de los derechos laborales es un obstáculo para la liberación de las fuerzas del mercado que no pretenden otra cosa que tener la conducción política del país para el relanzamiento del programa civilizatorio del eje sajón.

EL MIEDO A LOS BÁRBAROS

“Por mí se va hasta la ciudad doliente, por mí se va al eterno sufrimiento, por mí se va a la gente condenada”. Dante hizo hablar al amo del infierno pero este no es Milei. En todo caso, el León sin selva, el rey sin corona, no es más que un placebo de los reales fariseos. Su “fuerzas del cielo” no son más que una pantalla que encubre las intenciones de los “ángeles caídos”.

No obstante, el campo popular cuenta con sus propios Judas que ratifican la escritura que se lee sobre la puerta del infierno: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. En esa taxonomía, que se expresa como culto de la victimización y la derrota, la arrogancia progresista se regodea por haber recreado el internismo rancio de los enamorados de su propia aventura.

El fetiche del cuanto peor mejor presupuso afirmaciones selectivas impresas en la sobre-ideologización del  “vamos a volver”. Mientras el cristinismo se dedicó a romper al peronismo desde adentro, el enemigo edificó una estructura cívico punitiva para dinamitar, cuando tuviera oportunidad, todo vestigio de organización popular.

La complacencia progresista con la narrativa del YO cristinista encarnó el clivaje necesario para dispensar la fragmentación del campo nacional. La atención puesta en la configuración mínima de logros coyunturales sentó las bases para que el enemigo pudiera reconstruir su propia imagen social. Solo se necesitó potenciar a una figura que desalentara la expectativa del presente y construyera valor sobre el futuro. Lo demás, se sostuvo bajo el ala de las operaciones políticas y mediáticas que el Frente de Todos potenció a través de las cadenas del silencio.

Como recreación de un impostura adolescente, el progresismo y los sectores corridos hacia una izquierda abstracta , actuaron como agentes funcionales al sistema en vez de combatirlo. Redujeron al peronismo de Movimiento Nacional a cánticos de tribuna sin darle entidad propositiva y contándolo sobre una arquitectura de significantes vacíos. Se horadó la presencia de las organizaciones libres del pueblo en las luchas contra el modelo neoliberal con el veneno del fatalismo ideológico. Al mismo tiempo, se congeló la movilización territorial y se abandonó la lucha por la derrota definitiva del enemigo.

El progresismo no es más que un liberalismo reprimido, de buenas formas, de cobarde corrección política. Pero sobre todo es anti-peronista. En su representación idílica el peronismo no es más que la barbarie. Aspira a una sociedad estratificada sin espacios de disputa de poder y cree en el protagonismo mesiánicos de liderazgos coyunturales como bien absoluto. Por eso, el sindicalismo es vituperado y no se concibe como estructura de poder.

La paradoja actual es que estos estamentos sociales ahora necesitan de los bárbaros. Porque estos son quienes deben ir a la guerra. Es simple. La carne de cañón debe estar presta para dar todas las batallas como si fuera un pañuelo descartable. No obstante, el Movimiento Obrero, al que no comprenden en términos sociales ni históricos, ya veló  armas.

Quizá la historia no se repite. Solo se escribe en un nuevo capítulo. Sin embargo, los actores sociales que se emplazan en la eterna pelea entre el bien y el mal, entre la Patria y la anti-patria, son los mismos. El resto, se circunscribe a un círculo de lectores, catadores de café y opinadores de redes sociales.

Una vez más, la organización vence al tiempo y será la clase trabajadora la que asuma su responsabilidad ética e histórica de poner a resguardo los intereses colectivos de la Patria bajo la conducción de sus organizaciones sindicales. Después de todo eso es el peronismo. Como se cantó en la marcha del último miércoles:

“Llamen al gorila de Milei para que vea, este pueblo no cambia de idea, lleva las banderas de Evita y Perón”

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